Escuché el nombre de Zuleta Vásquez, por primera vez, tras una lectura colectiva en la Plaza Aníbal Pinto, en Valparaíso. Una amiga, productora cultural, expresó la profunda admiración hacia la obra de una joven poeta nortina. Meses después la conocí en Antofagasta, en la Feria del Libro de la ciudad, mientras ella ejercía como coordinadora del encuentro. Y de tal modo volé de regreso con el volumen de sus obras iniciales bautizadas como 101 y 201. Sus poemas no llevaban títulos. ¿Y por qué habrían de tenerlos, en verdad? Varios poetas acostumbran a hacerlo. Algunos destacan el primer verso en negritas o lo ubican bajo un asterisco. Pero Zuleta, en cambio, los numera. Se preguntará el atento lector si la autora sigue un orden cronológico o temático. Tal vez; pero acá ella simplemente los numera.
De cierta manera Zuleta me obliga a leerla en un orden determinado. No están sujetos, como en Cortázar, a cierta proposición de lectura; el texto va y se continúa, numéricamente hablando. Convengamos entonces que la poeta propone un diario de vida, una reflexión permanente sobre su oficio y existencia; o acaso continúa atada a un motivo anterior. Ambas reflexiones se desvanecen al adentrarnos en las páginas y encontrar en ellas sólo poesía; no algo distinto. La cuestión, si es que la hay, es la ausencia de títulos.
De suyo, su nombre también lo ubica al otro lado del espejo. Tal ejercicio responde quizá a la decisión de ser vista (o no ser vista) como alguien más de la tribu. Si los poemas son poemas, ella es un individuo; y punto. Este asunto es íntimo, personal y del todo indivisible. La construcción del nombre se torna en un ejercicio individual. Y tal como un colega dijo por ahí, el nombre es el verso inicial en todo escritor. Zuleta lo construye a contracorriente y toma el apellido de su padre como esa primera línea. En consecuencia, inicia su 301 con una advertencia a quienes, como ahora lo hago, destacan el asunto en particular: “Escribe una canción, / escribe sobre la que se quitó el nombre / y sangra por las amarras”. Su actitud se torna desafiante; el resto, el montón, no merece identificarse como un igual a ella; pues estamos ante una ácida criatura que escribe, como bien señala, y al mismo tiempo tal distinción, su ser distinta y mayor, la destaca. No vean acá un gesto de humildad, indica: “Narciso vestido de luz,/ de luz que apaga las estrellas/ y soporta sonoro el silencio”.
Sus comienzos, al menos en la escritura, no fueron fáciles. Sobre todo, tras la pérdida del padre. No puedo ser infidente ahora; pero es parte del juego. En casa sus escritos eran destruidos por cuanto aquellos decían o comunicaban. ¡Qué mejor enseñanza crítica! La poeta continuó escribiendo, mas en clave, y muy pronto las connotaciones se hicieron cargo de la tarea. El necesario misterio fue fuente de susurros y fluyeron secretos por los vasos comunicantes: “Los importantes de mi vida, / los dolorosos, / los del / ‘cuidado’ / que los amo. / Así, / la puerta se les cierra / en las espinas / de este pórtico sin perro”.
Zuleta señala a sus poemas como crucigramas, como un laberinto donde ocultarse y así evitar la rima, la significación oculta en un oxímoron o en otra figura literaria. La escritura, ese placer oculto no podría de ningún modo convertirse en su delator y menos en una confesión. Y quien golpeó su mano no hizo sino extenderla a través de las páginas. Y la llevó asimismo a inquirir, como a todos a quienes nos dio por escribir, cuál es el sentido de este oficio de hacer cuadrados con palabras; de construir absurdos cuadrados con palabras sin escuadra o plomada que no sirven de ladrillos pues bailan en el aire y se esfuman o vuelan o simplemente ignoran como asirse en el ágora al parlar del comercio; ni se usan siquiera de norma pues nadie los acata, ni siquiera entre quienes los ocupan como tipo de cambio y ni a ciencia alguna obliga. Existen sin embargo estos artefactos sin tiempo y sin espacio y en ellos felizmente habitamos. Zuleta Vásquez lo entiende.
* * * * * * *
Juan Cameron (Valparaíso, 1947) poeta y periodista. Egresó de Derecho en la Universidad de Chile sede Valparaíso, ciudad donde a comienzos de la década del setenta integró el Grupo del Café, junto a los escritores Juan Luis Martínez, Raúl Zurita y Waldo Bastías. A raíz del golpe militar se exilió primero en Argentina, y luego en Malmö, Suecia. Regresó definitivamente a Chile en 1997. Cuenta con una amplia obra, en la que destacan los libros: Las manos alzadas (1971), Perro de circo (1979), Cámara oscura (1985), Video clip (1989), Jugar con la palabra (2000), Ciudadano discontinuado (2013), Roberto Burns y otros poemas (2015), Fragmentos de un cuaderno con vista al mar (2015). Ha recibido premios, tales como el Municipal de Literatura, Valparaíso (1996), Premio Jorge Teillier (1998), Premio Altazor (2014), Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador de España (2015).
Zuleta Vásquez (Antofagasta, 1979): Hija de pescador, escribe desde temprana edad, acompañando sus letras de dibujos y pinturas. Ha publicado los libros 101/201 y 301/401, ambos por el sello Ediciones Hurañas, reeditados en la Colección Pleamar de Pampa Negra Ediciones. Su nombre figura en revistas y antologías, entre estas últimas, “La poesía del norte de Chile”, compilada por Daniel Rojas Pachas para la revista Medio Rural, y recientemente: El Faro. Poetas de Norte a Sur. Voz poética de la mujer en Chile, 1980-2022.