“Estoy realizando mi propio cubismo, ya pasé por el retrato y eso. Lo siento si suena sobrado de mi parte. Pero el personaje mío es así”, cuenta Ignacio Fritz (Santiago, 1979) cuando hablamos sobre uno de sus últimos libros, Providencia zombi: el misterio eterno (Mantícora Ediciones, 2023). Una novela de aventuras y acción cuyas bases son la ciencia ficción, el terror clásico y el gore. De estructura coral, su ambientación tiene lugar en medio de un conflicto sociopolítico similar al que vivió Santiago el 18 de octubre de 2019. Personajes hay por decenas y cada uno tiene una historia en torno al horror y una visión particular de la depredación que la ciudad padece. El virus Crichton que azota a la comuna de Providencia amenaza con ser la chispa de una guerra bacteriológica a escala mundial. Tanto así que las autoridades prefieren sitiar el sector. “Fallecer me habría venido la mar de bien”, dice un personaje en la mitad de la novela. El ambiente parece no ser bueno.
La carrera literaria de Fritz ha sido más bien la de un outsider, construida por él mismo. Es valiente para asumir sus aciertos y sus errores. El Fritz frontal y sincero de siempre no claudica: “Lo que me molesta es el ninguneo gratuito, pero si te fijas, esos mismos no se atreven con las figuras importantes. Para colmo de males, cobardes. A mí no me han echado la foca en directo, no se atreven”. Otra: “Mi proyecto es personal y lo más patético es la gran cantidad de autores nuevos que se fijan más en la editorial que en su propio proyecto u obra”. Asegura estar estimulado por todo tipo de cosas, desde la filosofía clásica hasta el wéstern.
¿Un libro de filosofía clásica y uno de wéstern que recomiendes?
El Menón, de Platón, y cualquier wéstern de Elmore Leonard, que también ha hecho policial y fue inspiración para una película de Tarantino.
¿Cómo trabaja el Fritz de hoy?
Soy un narrador bastante esforzado, meticuloso y, sobre todo, arriesgado. Desdeño de lo de moda, aunque de casualidad trato temas de moda. Me cargan las ficciones basadas en uno mismo. Tengo bases sólidas. También mis propias reglas, y transo poco; por ejemplo, no escribiría con menos adjetivos si una importante editorial me lo pidiera. Trabajo fuerte desde lo que me interesa, y lo que me interesa son el género negro, el policial, el de ciencia ficción y en particular de cualquier narrativa que no utilice mi ombligo para tratar de “reencontrarme” o “hablar de mí mismo” o “de mis amores perdidos”.
¿Por qué publicaste con Mantícora Ediciones?
Martín Muñoz Kaiser me invitó a publicar en su proyecto Mantícora Ediciones, pues él fue el de la idea de Providencia zombi: El misterio eterno. Es decir, creo que esta obra es por encargo, lo que no está tan lejano con lo que ha sido con muchos narradores universalmente reconocidos. Aparte, conozco a Kaiser desde 2016 y tenemos el mismo rollo en cuanto a temáticas. O similares, pero la misma ansia de crear mundos en vez de recurrir a las experiencias personales que a nadie le importan salvo al que las escribe. Yo tengo como regla escritural de narrar lo opuesto a lo que soy. O sea, si escribiera de un astronauta, no creo que piensen que soy un astronauta, ¿no? Serían muy giles. Recurro a un imaginario alimentado desde esa época, incluso antes, ya que mis estímulos son bastante explosivos, artificiales, barrocos; aborrezco la confidencia no solicitada, menos con un lector del que nada conozco. Publiqué con Martín Muñoz Kaiser porque fue idea de él y corrió con todos los gastos.
Para los que tenemos cuarenta y más tu figura es algo mítica. Parece haber dos Ignacio Fritz.
El Fritz de los años 90 se metió en un berenjenal con la literatura, y hablo en tercera persona, como la haría Martín Vargas. Creo que cuando se tiene diecinueve años hay toda una prefiguración de lo que es correcto de lo incorrecto; es decir, yo comencé a escribir en 1996, a los diecisiete, después de que mi padre me pasara un librito de cuentos de Ernest Hemingway, Los asesinos, publicado por Luis de Caralt Editor. Del colegio que venía, prácticamente nadie leía, eran cosas para huevones trancados. Creo que empecé a escribir de manera instintiva, sin pensarla demasiado, sin horarios ni nada. Te juro que escribí sin tener la más remota idea de cómo se hace y es un camino tortuoso que incide en que aprendas a golpes. Lo ingenuo radicó en que de muy joven me extravié con mi narrativa, dejé de vivir solo para inventar historias y me aislé. Hubo al menos dos años en que fui un hikikomori.
Tuviste problemas con el copete.
A veces he dicho que me sucedía lo de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde cuando bebía alcohol. Supongo, y esto lo digo con total sinceridad, que tengo un elemento que me mantiene en otra frecuencia, asunto no recomendable pues uno queda solo. Tampoco hay gente que indague más allá y te den charla. Gracias a ti por esta iniciativa de entrevista. Yo creo que el trago me fregó la carrera literaria con la gente que debe pensar que estoy peleando en la calle o que me aforraron y me rompieron la boca o algún comentario hacia alguna escritora que ha hecho todo lo que se debe hacer para aparecer en tal o cual revista. Cómprense una vida y olviden los mitos urbanos acerca de mi persona. Soy abstemio hace más de una década, me duermo no más allá de las 11 de la noche, tengo un hijo y mi señora, y vida familiar y como que esta gente todavía está pegada en supuestas cosas que hice de loco y de cabro chico. Igual creo que estoy en otra frecuencia, y tengo algo de ese libro de Stevenson, pero soy, más bien, un lobo estepario, no me gusta socializar. Quizá por ese desdén hacia los demás, y porque todos son gregarios, caigo mal nomás, pos. Tengo su cosa de bestia, como señalaría Aristóteles. No quiero decir Dios porque no soy Dios y nadie es Dios. A Él hay que tenerle respeto. Uno vive gracias a Él. Igual, te comento, soy medio tímido, y si me caí al litro y, por consiguiente, me puse rosquero, fue para paliar esa timidez y, claro, me puse rosquero en vez de sociabilizarme. En la actualidad ni siquiera fumo tabaco. Hasta estoy flaco, incluso. Yo creo que esa gente que se acuerda del antiguo Fritz se siente despechada porque en la actualidad no los pesco. Tengo otros amigos escritores que tienen mis mismos gustos y escriben mucho mejor que esa gente de antes, apernada donde siempre se apernan. Apuesto que los que cotillean son esos escritores jóvenes pos, Bolaño. Te apuesto. ¡La cagué! ¡Y qué! No me pueden tener en la lista negra por eso, aunque puede que sea paranoia mía. Pero ¿quién no la caga cuando está borracho y se las da de rockstar? De pronto me vi publicando libros, al menos los dos primeros, poco trabajados, y había gente menor a mí que me basureaba, sin conocerme, solo por las leyendas. Es incómodo porque te ningunean sin conocerte, como si no tuvieran tema. ¿No sería mejor hablar de, no sé, Manuel Rojas? Cuando chico, hasta el 2007, hice tonteras, como todos, pero ya no soy ese Ignacio. No tengo nada de rockstar.
¿Te hubiera gustado aprender a escribir de otra manera?
Creo que a estas alturas da lo mismo cómo aprendí a escribir; sin embargo, narrar de otra forma es como extirpar mi estilo personal, sui géneris. Creo que entré por la puerta trasera, solo, sin la ayuda de nadie, salvo mi propia convicción de que podría escribir algo decente. He sido tozudo conmigo mismo. No daré mi brazo a torcer. Si es decente o no, que lo juzgue el tiempo. Y no te digo que lo juzgue el público porque sabemos que hay mucho resentimiento, sobre todo en los escritores del montón. Ahora, en retrospectiva, mirando hacia atrás, lo que hice fue osado, pero creo que si hubiera entrado a una escuela de literatura creativa o a una licenciatura en literatura, tal vez tuviese mayor conocimiento de lo que hacen los demás, pero no tendría mis propias reglas. Tal vez siendo un licenciado en literatura o en escritura creativa tendría más panas y mentores, pero a la larga eso da lo mismo. Soy mi propio capitán y aprendo de los escritores muertos, por mi cuenta: no necesito que nadie me diga qué debo leer o a quién debo prenderle velas.
Schopenhauer decía que se le dedicaba escaso tiempo “a las obras de los grandes espíritus de todas las épocas y naciones”, pero que la gente sí gastaba su tiempo leyendo obras nuevas, ligadas a la moda literaria, “que aparecen en varias ediciones en su primer y último año de vida”, pues “quien escribe para los necios siempre encuentra un gran público”.
Totalmente de acuerdo con ese filósofo alemán. Lo peor para la literatura ha sido el mercantilismo. Los editores están buscando obras fáciles, incluso obras que son un bluff y algunos hacen carrera desde la academia vendiendo la pomada desde posiciones que la academia no toma mucho en cuenta. Valga la redundancia, tampoco ayuda mucho a la literatura el trajín actual y las plataformas audiovisuales, que matan al libro como formato, como plataforma. Imagínate lo que significaba ir a la Universidad en la Edad Media. Ahí sí que había que tener cabeza, con las clases y aprender, memorizar al toque porque no había cuadernos ni lápices. Yo creo que esa época era potente, lo de hoy es algo muy paradójico, pues hemos llegado a niveles de desarrollo que hacen que la Gran Bestia del público no haga nada para musculizar el cerebro como antaño.
¿Qué recuerdas de los tiempos del taller con Pablo Azócar, por el 2000?
Pablo Azócar cometió la gentileza o el error de decirme lo que yo quería escuchar; es decir, decirme que escribía bien. Pero él no estaba de acuerdo con mis temas, y yo no estaba de acuerdo con los de él. En ese sentido, los de la Zona no me decían nada, leían lo mío, lo criticaban o lo publicaban y sería. Hace décadas que no hablo con Azócar y tampoco lo haré. La gente que te dice lo que quieres escuchar es un poco peligrosa, sobre todo para los que están vulnerables. Y eso se lo digo a las chicas que hayan leído a Azócar. Creo que su novelita Natalia es una novela buena, regular, pero muy sobrevalorada por las mujeres y, por qué no, por los hombres. Fuguet pone a un personaje de Sudor diciendo que se masturbó leyendo Natalia. Rescato de Azócar su culteranismo y preciosismo, pero no comulgo con sus temas de pareja y esa vaina de sujetos que oyen a Joan Manuel Serrat o se ponen melancólicos. Hay algo extraño en la figura de Azócar, quizá por eso también es de culto, aunque él ha tomado un camino contrario al publish or perish mío. Además, una vez, con un texto que escribí sobre él, a vuelo de pájaro, diciendo que él tenía malos hábitos, como pichicatearse, una de sus fans usó mi texto en una tesis sobre él, cosa que me provocó risa y me infló el ego durante unos minutos. Azócar tiene buenos contactos y pituto, creo que cae bien por eso que te decía, esa “seducción”, entre comillas, que para los que cachamos, ya no nos hace efecto. A fines de la década de los 90, solíamos ir con los del taller al Liguria y yo era un papel secante, bien pastelazo y jugoso, pero era por lo que te decía: soy medio tímido y con el trago me abría pero luego se me calentaba el morro y luego quedaba en un estado deplorable y me ponía rosquero. Azócar se pichicateaba pero en plan moderado, aunque al final, a las cuatro de la mañana, nadie queda moderado, ¿no? Todo ese grupete del primer The Clinic, incluido el finado Symns, lo toma harto en consideración a pesar de la fama que tiene. La otra vez oí a una de esas editoras flacuchas y que creen sabérselas todas, que publicó a un Perico por una recomendación de Azócar. De hecho, yo también entré a esto gracias a él.
Providencia Zombi: el misterio eterno (2023). Ignacio Fritz. Mantícora Ediciones.
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Ignacio Fritz. Nació en Santiago, Chile, en 1979. Es licenciado en Comunicación Social y periodista (UNIACC), con estudios inconclusos de Literatura y Derecho. Ostenta un diplomado en Escritura Creativa (UDP) y en la actualidad cursa un magíster en Estudios Humanísticos (USS). A los 23 años publicó el rupturista libro de cuentos Eskizoides (2002; reedición en 2019) y sus últimas obras son la breve novela noir y díptica Terrorismo marxista (2023) junto al policial Mausoleos en el desierto (2024).
Cristian Salgado. Vendedor ambulante y librero de La Cafebrería.