Eduardo Serrano (Santiago, 1984) escribe desde hace tiempo una poesía que bien podría calificarse como arraigada en la deriva. Con dos publicaciones a su haber –su libro anterior, Mapa de guerra, salió en 2014 bajo Das Kapital Ediciones– se ha vuelto uno de los principales autores nacionales que escribe a la contra de las figuraciones totémicas, escabulléndose del intento de establecer emblemas, ideas fijas o permanentes. Su ojo está pendiente de los deslizamientos que trastocan al mundo y, en particular, al ser humano. En sus poemas, Serrano posiciona a su hablante inmiscuido en la transformación y también en el detritus. Aunque desde una vereda distinta a la de la poesía, Horacio Quiroga observó también este tipo de acontecimientos en su literatura: «El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única», cuenta el uruguayo en su cuento titulado, precisamente, “A la deriva”. Dentro de un campo visual determinado, una imagen o figuración puede volverse en transición. Lo estático está fuera de este campo de la literatura. Por eso mismo, el epígrafe –extraído del poema “Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger”, de Mario Santiago Papasquiaro– es revelador al otorgarnos una estética respecto del cómo opera la literatura en Gigante Magallanes: «Quizás ni el carbono 14 será capaz de reconstruir los hechos verdaderos».

Desde el primer poema, “Mensaje en una botella”, la voz se sitúa en un espacio y un tiempo para nada llanos. En ningún caso se trata de poesía situada. No solo en este poema, sino a lo largo de gran parte del libro, la escritura de Serrano obedece a sus propios traslados, tal es su consustancialidad. Aparecen conceptos claves que se repetirán, calcados o en sombras, en otros poemas, como la destrucción, el acto fundir y la alteración de lo conocido. En “Luces de neón”, por ejemplo: «Así que no importaba salvo porque me lo dijiste/ un poco antes de que comenzara a hacerse de día/ y te dieran ganas de destruirlo todo,/ mientras nos despedíamos abajo, con un beso,/ un poco antes como todos los días. […] Entonces pienso que/ nunca más volveré a verte,/ que desde ahora estaremos muertos,/ que tal vez tomemos café sobre las ruinas/ y más tarde o mañana, probablemente,/ nos despidamos abajo, con un beso./ Pero de alguna manera, a esa hora/ no quedará nada de nosotros/ y toda la ciudad estará destruida,/ convirtiéndose en una especie/ de paisaje radiactivo,/ solo para nuestros ojos saturados».

Serrano forma parte de aquellos escritores de carretera. Y si bien esta tendencia es mucho más palpable en narrativa que en poesía, el territorio y su discurrir se ejercen en su escritura. Más que la obtención de un registro, lo que aquí importa es la elaboración de una configuración flagrante. El viaje en Gigante Magallanes no ocurre a priori, sino in situ. Sucede, no es expresión de otra cosa. La carretera y todo lo que la atañe son por lo tanto inéditas. La cartografía tradicional se vuelve parcialmente inútil. Pierde su institucionalidad, su jerarquía en tanto autoridad discursiva: «Ahí encontramos un hangar/ forrado con pieles de leopardo/ e instalaciones industriales/ donde no se ven caminos trazados,/ solo una avalancha de meteoritos/ tan infinitamente pequeña/ que no se sabe con certeza/ cómo trastornan la cartografía/ que palpamos como ciegos/ en medio de la noche».

Otro aspecto que salta a la vista es que Serrano confina sus textos –siempre con el vaivén que da vida a Gigante Magallanes– dentro de un marco que colinda con la ciencia ficción. Curioso: otro aspecto que se da mucho más en narrativa que en poesía. Gigante Magallanes es distópico. Mapa de guerra no resultó un libro particularmente novedoso en cuanto a la construcción de imágenes. Por más que se haya tratado de un debut respetable, la poesía de Gustavo Barrera Calderón –con la que Mapa de guerra guarda similitudes en sus estupores más interesantes– le antecedía con mucho. Gigante Magallanes, por el contrario, ataca al esbozar una versión de Mad Max rodada en las profundidades radiactivas de la carne invernal anquilosada en los acantilados del sur. Dice el poema “Profundidad de campo”: «Cuando viajábamos al poniente por la 78/ Nos gustaba observar las constelaciones/ Y cúmulos de estrellas en el cielo nocturno/ como grandes catedrales desiertas/ No para buscar direcciones,/ sino como excusa para apretar a fondo/ el acelerador de partículas/ y desmantelar el territorio/ en aristas, vértices y puntos de fuga».

Un fragmento de La máquina blanda, de William Burroughs, transmite de cierta forma las pulsiones secuestradas en el cosmos de Gigante Magallanes. Podría tratarse incluso de una cuña de una entrevista a la voz del poemario: «“Podremos viajar no solo a través del espacio sino también a través del tiempo”–Acabo de regresar de un viaje de mil años en el tiempo y estoy aquí para contarles lo que vi–Y para decirles cómo es que se realizan estos viajes en el tiempo–Es una operación precisa–Es difícil–Es peligroso–Es la nueva frontera y solo los intrépidos pueden postular–Pero esto les pertenece a cualquiera que posea la valentía y los conocimientos para poder entrar–Les pertenece a ustedes–». Complemento pertinente si nos preguntamos cómo se sobrevive en los cantos de las circunstancias borde que nos transmite este libro de poemas: “De pie junto al bosque de araucarias/ la luz nos borró la cara de golpe”. Hay fenómenos de los que no somos dueños y que restallan, maravillosos o terribles.

La cualidad siniestra del ser humano tampoco escapa a Gigante Magallanes. “Siempre habrá demasiados días trágicos”, dice Anaïs Nin en sus diarios. Serrano, medio escondido, medio asomado, también instala una mirada torva. Escribe en “Samsara”: «Una vez alcanzada la altura indicada/ solo había que dejarse caer/ como pájaros metálicos/ o pilotos kamikazes/ en una gélida mañana de invierno,/ cercenando y decapitando cuerpos/ con las alas de catana/ tal como se muestra en la insignia/ de nuestro escuadrón,/ al costado de las chaquetas/ de cuero negro gastado. […] Y entonces a medida que nos acercábamos/ al estruendo y el fogonazo,/ justo antes de que colapsaran los motores,/ la ciudad por un instante/ parecía un holograma vacío/ como una de las estaciones del samsara/ donde la devastación se repite/ como un diálogo eterno hasta la madrugada,/ donde los transeúntes padecen/ infinitas torturas/ y dolores sin revelarse,/ encerrados en automóviles/ o mirando estáticos por las ventanas/ de algunos edificios». “Carta bomba” también es un buen ejemplo sobre cómo el Gólgota puede reinventarse una y otra vez sobre cualquier espacio que el atlas de la mente permita.

Gigante Magallanes es un libro colmado de fuerzas corruptoras. Nos alerta, además, de su carácter ineluctable. El ser humano, la naturaleza y el registro están hechos y deshechos en los versos de Serrano. Es ahí también donde se funden y se transforman a partir de una perspectiva secreta, develada en este libro, que configura una apropiación distinta de las cosas. «Entonces vuelvo a encontrarme/ frente al espejo para observar/ las grietas cada vez más profundas/ que se dibujan detrás del rostro».

 

Bibliografía

Gigante Magallanes, Eduardo Serrano. Libros del Pez Espiral, 2023.

La máquina blanda, William S. Burroughs. Editorial Hueders, 2018.

Cuentos de amor, de locura y de muerte, Horacio Quiroga. Editorial Andrés Bello, 2007.

 

Gigante Magalles (2023). Eduardo Serrano Velásquez. Libros del Pez Espiral. 

 

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Eduardo Serrano Velásquez (Santiago de Chile, 1984) Escritor y Profesor. Su campo de estudio se enfoca en los espacios reales y oníricos de la ciudad, por medio del viaje, los mapas y el territorio. El 2010 obtuvo una mención honrosa en el concurso de poesía “Stella Corvalán”, apareciendo en la publicación del concurso. En el 2015 publica el libro “Mapa de guerra” por “Das Kapital Ediciones”. En el 2017 obtiene el Fondo del libro en la línea de creación literaria con el proyecto “Aeronáutica”. En el 2019 obtiene una Mención de Reconocimiento en el concurso de poesía “Aristóteles España” con el libro “Profundidad de campo”. El año 2022 recibe del financiamiento del Fondo del libro en la con el proyecto “Gigante Magallanes”, libro publicado por la editorial Pez Espiral el año 2023. El año 2024 obtiene nuevamente la beca de creación literaria con el proyecto “Archipiélago”, libro publicado por Pez Espiral.

Cristian Salgado Poehlmann, Santiago, 1982, bodeguero en Preunic.