Por Pedro Muñoz

En otra crítica acerca de la novela, leía que su autor situaba el estado de cierta parte de la autoría nacional contemporánea. “Hay una tradición de escritores que viven en los mismos lugares, pero a la vez, en lugares de nadie.”, decía Cristian Hualacan en su artículo sobre Piña de Gonzalo Maier, novela del año 2022 de Literatura Random House. Esta dificultad para situar geografía e intereses parece permear las barreras de lo ficcional porque Maier plasma a su Horacio Piña, protagonista incansable y paranoide, en este mismo limbo contextual.            

A propósito de cierto debate actual sobre la crítica literaria y la autoría nacional, otro artículo -Matías Fernández, el Chavo del 8 y la crítica chilena- pone en evidencia cómo pensamos a la generación actual de autores, esto es, en una situación de extravío e inexistencia. Creo que es en esta pérdida de figuras y contextos donde se inscribe la novela de Maier. Horacio Piña es un artista chileno -o lo que él se cree a veces: un intento de artista- residente en Alemania que pasa sus días entre el café predilecto de los artistas y los formularios de becas y fondos concursables.

El libro resalta en la ironía y la capacidad parar burlarse tanto de su personaje como de toda aquella colectividad de artistas parias. El mayor sinsentido de la novela es la persecución de Horacio por el fantasma de una crítica muerta que alguna vez lo trató de insuficiente y vacío. El espíritu, que se le aparece comiendo pastel de choclo o entrando al baño mientras Piña sale de la ducha para decirle “Te falta talento, mediocre. No te vas a salvar, ahuenao penca.” (54), es la clave de la desesperada comicidad que envuelve el texto. La paranoia y persecución del fantasma es la gran sátira que hilvana la indeterminación de Piña como artista y su lugar -o falta de lugar- en el mundo.

Pero ¿Qué pasa cuando el humor y la caricatura evidente dan paso a una reflexión sobre la tristeza de ser un artista fallido?

La indeterminación que mencionaba al comienzo es parte de la novela; el protagonista no tiene certezas sobre su mundo. Su estatus de artista se cimenta mucho más en los fondos a los que concursa que en su propio arte. En definitiva, es la burocratización del arte misma que lo convierte en un vacío. Piña puede vivir debido a las becas y pasa los días imaginando algo más. Esta burocracia absurda, pero en definitiva real, establece su estado de paria. Piña como todos los demás artistas que pasan el día en los cafés berlineses, son individuos desplazados y exiliados a los que solamente se les permite pensar en posibilidades porque viven de la posibilidad del arte. El arte son cosas concretas, le dice el fantasma a Piña; un alienado del arte burócrata. La ironía caricaturiza la situación, pero más al fondo hay un vacío melancólico para el artista que no sabe si aún lo es -o si alguna vez lo fue-. Cuando el aparato burocrático consume todos los aspectos de la vida, cuando la pesadumbre que significa no poseer compromiso ni identidad termina por vaciar la existencia de todo asunto concreto ¿Hay algo que hacer?

 

Piña, Gonzalo Maier

 

El fantasma que se le aparece a Horacio Piña a lo largo de la novela, el de una crítica de arte que lo persigue a todos lados, no es sólo un espíritu vengativo y castigador encargado de atormentarlo por su mediocridad. Creo que también puede ser visto como el último faro que guía a Piña -y se entiende, a todo artista contemporáneo- y lo despoja de toda falta de compromiso. Ingrid Mora -la crítica fantasmal- es un Virgilio intentando sacar a su dante del infierno burocrático del arte y de toda la tristeza en la que está inmerso.

No creo que sea casualidad que el fantasma se le aparezca cuando vuelve a Chile en uno de sus intentos por exponer otra obra carente de sentido. El fantasma le recrimina su exilio autoinflingido y su poca vocación; sólo un formalismo. “… porque no hay nada, sólo pose, ganas de ser alguien, y el arte se trata de cosas concretas, no de identidades ni huevaditas imaginarias […] Estás más muerto que yo.” (60), le dice una vez que se lo encuentra saliendo de la ducha. Aquel artista solitario, exiliado y vacío está destinado a vagar sin certezas y a ser perseguido por los muertos. Piña es un melancólico porque no sabe en qué creer.

Pero tal vez es esa persecución que ocurre entre los límites de la paranoia donde el artista es capaz de ver con sus verdaderos ojos sus intenciones y ser, por primera vez, honesto y sincero con su arte. Tal vez una meada apurada en un árbol berlines es una lección de identidad y compromiso que obliga al artista a tomar sus propias decisiones escapando de la alienación. Suena a moraleja -y de las malas-, pero puede que ese sea el recorrido para calmar al fantasma del arte e intentar purgar la maldición de la burocracia. “Eso era todo. Para unos el arte era algo que hacían y para otros, una tarea.” (82).

Entonces, pienso en el texto en una dimensión colectiva ¿Qué hace con el estado del arte a nivel textual -literario- y real? Pienso en otras novelas actuales como Leña (Overol, 2018) o Yomurí (Random House, 2022) que también se esconden bajo un velo aparente de ironía y misticismo, pero que son esencialmente tristes y reales. El diálogo crítico/autoral que mencionaba en un comienzo (de la pérdida y el extravío) también existe a nivel intertextual en las novelas con la tristeza como eje central enmascarado ¿Es la realidad contemporánea tan melancólica como la cuentan estas novelas? No sé si es muy apresurado decirlo, pero tal vez la novela chilena contemporánea se inscribe en el desamparo.

Creo que lo que hace bien Maier es precisamente contar su historia en dos niveles porque nuestra realidad es apariencia; debajo de la alfombra está la mugre de una maquinaria implacable. La escritura de Maier, ensayística y fragmentaria -pura apariencia, como el resto de la novela-, esconde y camufla porque eso que yace bajo el velo es sumamente triste y real. Como una metáfora, hay un intento de explicar una realidad mediante otra. Las preocupaciones que a simple vista son propias del mundo del arte se extienden y la fusión de un artista plástico con un oficinista amante de la plata y carente de identidad son posibles porque la maquinaria que plantea Maier amalgama cuerpos, talentos y mentes.

 

Gonzalo Maier

 

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Pedro Muñoz es Licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado.