Por Marcelo Quinteros Fuentes

Bordear un texto con los textos que contiene, que puede contener. Apuntar en los márgenes. Especular. Los espacios en blanco de la página rodean el texto, al poema como isla. “Una isla suele estar cerca/ de otra isla/ aislada”, señala Ismael Rivera. El dedo índice cubre el verso siguiente, la mirada lo sigue sin ser él su principal foco de atención: la mano que lee bordea la mano que escribe. En la noche de insomnio se puede leer con la luz apagada.

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En Midnight Express (1978), película dirigida por Alan Parker y basada en la homónima novela autobiográfica de Billy Hayes, se cuenta la historia de un joven estadounidense condenado a prisión por posesión de drogas en un aeropuerto de Estambul. Una vez encarcelado, su protagonista, el propio Billy Hayes, comienza a padecer el encierro, la precariedad de los espacios y la organización carcelaria como una forma de castigo físico y psicológico. Un castigo dirigido al alma: el alma prisión del cuerpo, parafraseando a Foucault. Así, en uno de los momentos, quizás, más relevantes del filme, Billy Hayes señala, en esa especie de intimidad que solo permiten los monólogos: "he descubierto que la soledad es el dolor físico que se siente de la cabeza a los pies. No se la puede aislar en una parte del cuerpo".

Soledad. Cuerpo. Isla. Aislarse. Una parte, un lugar en un espacio determinado por sus umbrales, por sus orillas. Por sus texturas y textualidades. Y a ese lugar, otro confinamiento. El horror, el lenguaje. La imposibilidad de nombrar, la triste estrategia de mejor no nombrar. Problemas que trenzan y de los que se hace cargo la escritura de Colonia Penal (Nadar Ediciones, 2023), el más reciente poemario de Ismael Rivera.

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Uno de los aspectos más llamativos del conjunto es la relación entre cuerpo y territorio, donde la figura de la isla puede, incluso, leerse como una alegoría: “cuánto es cuánto tras el golpe de las olas”, pregunta indirecta que quiere saber, también, cuánto es capaz de soportar un cuerpo.

Las olas

en su insistencia por entrar a la isla

forman acantilados que mantienen a raya el mar. (...)

Hay una preocupación del autor, acentuada por el proyecto gráfico de Diego Mellado –que acompaña al texto con ilustraciones, mapas y grabados de diferentes islas del territorio chileno utilizadas como prisiones durante sus regímenes dictatoriales–, por rescatar el paisaje de la isla y su naturaleza puesta en relación con las brutalidades del establecimiento penitenciario. La lluvia, el frío, las piedras, la tierra y, sobre todo, el mar que rodea y vuelve a la Colonia Penal un afuera extremo, que disuelve la posibilidad de un allá a la vez que de la intimidad, son elementos fundamentales del imaginario poético en donde la subjetividad es aniquilada por la tortura a la vez que desbordada por la relación que se despliega entre el cuerpo y la isla, que se encuentra en constante expansión: el cuerpo se vuelve piedra, la piedra se vuelve isla y en toda la materia, en todas las superficies se inscribe el lenguaje, ya sea desde su posibilidad o desde su imposibilidad.

(...) La isla resiste a las olas para seguir siendo isla.

El cuerpo resiste a la tortura para seguir siendo cuerpo.

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Colonial Penal. Ismael Rivera L. Nadar Ediciones.

 

Es inevitable pensar en Aristóteles España. Por el tema, por el tono. Diecisiete años tenía el poeta y dirigente estudiantil de Magallanes el 11 de septiembre de 1973, día en que fue detenido por la Fuerza Aérea de Chile y trasladado al Campo de Concentración de Isla Dawson. Sobreviviente, Aristóteles publicó el poemario Dawson el año 1985, donde expresa –decir “plasma” sería cometer un horror discursivo– el pánico y el dolor de su experiencia: el espanto del que habló Víctor Jara en su último poema y que, a más de medio siglo de la Dictadura de Pinochet, sigue causando estragos en la historia del país y, por su puesto, en la escritura que emerge desde el territorio.

En el prólogo de Colonia Penal, Calos Soto Román se detiene en una de las preguntas que se encuentran en el texto para dar cuenta de la resonancia de Aristóteles que atraviesa el poemario: “¿cómo describir el silencio en la noche sin hacer ruido?”. “¿Qué será de Chile a esta hora?/ ¿veremos el sol mañana?”, “¿Cómo será el rostro de los torturadores?”, “¿Se habrá informado Dios?”, “¿Cuál será la cifra exacta de cadáveres?”. Preguntas que se hacía Aristóteles España.

Está también la figura de la venda. El poeta magallánico habla de la oscuridad que ésta infringe brutalmente y que conmina al desespero: “crea una atmósfera fantasmal/ ayuda a ingresar raudamente/ a los pasillos huracanados/ de la meditación y el pánico”, escribió en Dawson. Ismael Rivera, por su parte, le da una vuelta a esta idea de la penumbra y escribe: “Acostumbrar el párpado a la venda/ como segunda piel/ devolver el velo al desvelo/ cubrir una cuenca vacía con la ilusión/ de la palabra”. Esto, en cualquier caso, no quiere decir que en Colonia Penal exista el ánimo de, en cierta forma, confrontar el poemario de Aristóteles España, sino muy por el contrario, de leerlo y, en consiguiente, de pensar en los espacios en blanco que Dawson, como toda obra literaria, nos deja. De este esfuerzo no declarado, probablemente, surge el ímpetu por detenerse a pensar en la isla también como territorio. 

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El problema del lenguaje está profundamente relacionado con el de la memoria y el olvido:

Conocer un nombre

tener la posibilidad de nombrar

solo hace más difícil

olvidar o sobrevivir

verbos que aquí son uno solo.

La voz lírica en la Colonia Penal se rehúsa a decir su nombre. La Colonia misma carece de uno porque, al decir del poemario, los nombres propios no revelan nada. La urgencia está más bien puesta en contar lo ocurrido sobre cualquier rostro en la isla, cuando “recordar está lejos de ser un acto íntimo” y la escritura poética abre la posibilidad de vivenciar un horror colectivo, un Fantasma Pinochet, como escribiera Armando Uribe. Horror. Palabra que, como apunta Ismael Rivera, carga con el silencio de su primera letra, mismo silencio que el de una bala alojada en los cuerpos “acomodados en forma de H/ entre los árboles”.

Epígrafe de Soledad Fariña: “la hora de vivir tampoco tiene palabra”. Pareciera haber un gesto Colonia Penal que apunta hacia la tradición poética de Chile, al menos a la de dictadura y postdictadura: se hereda la imposibilidad de nombrar, como se pregunta en una de sus páginas.

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En tiempos en que los discursos negacionistas, tanto progresistas como de extrema derecha, se vuelven cada vez más hegemónicos, Colonia Penal insiste en presentar el desafío de hacer memoria, pensando desde territorios olvidados los vejámenes cometidos y la forma en que el horror se inscribe en el cuerpo, donde a su vez reside una palabra como en la punta de la lengua o del zapato. En el libro, cada lugar de la página que no ha sido tocado por la tinta es un paratexto, un silencio inexorable que cruza el discurso, que lo golpea como el mar a la isla, como la isla al cuerpo, como el cuerpo al lenguaje. Que lo hace suyo y se hace de él consultando los silencios de otra escritura.

 

Simulación digital de propuesta para Memorial de detenidos y ejecutados políticos en Isla Dawson.

Camila Mancilla Vera, Universidad Austral de Chile (2015).

 

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Marcelo Quinteros Fuentes es estudiante de la Licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica en la Universidad de Chile. Forma parte del equipo editorial de Revista Phantasma, donde se encuentra a cargo de la sección de poesía. Fue becario del taller de poesía impartido por la Fundación Pablo Neruda durante el 2023.