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Sobre la cámara oscura y la magia del método

Por Víctor González Astudillo

A propósito del fenómeno que ocurre en este fanzine, recordé una película que vi en el cine hace mucho, cuando era niño. The Illusionist, de Neil Burger, no es precisamente una obra maestra. Durante toda la trama, el romance prohibido entre un talentoso mago y una duquesa comprometida no hace más que recordarnos aquel peligroso territorio del melodrama, lleno de vicios, de soluciones fáciles. Pero, aun así, la experiencia que tuve durante el desenlace de la película se asemeja mucho, o quiero creer que es así, a las primeras experiencias visuales de la industria del cine.

Hablo de aquella sensación que se extravía en la adultez, donde lo que vemos en pantalla no solo parece profundamente real, sino que su propio entretejido, aquel método con el cual las cosas son proyectadas, pareciera tener cierto aspecto fantasioso. Me explico mejor: al final de The Illusionist, todos los artilugios mágicos del protagonista quedan al descubierto. Por medio de un plot twist (otro vicio de la industria norteamericana), los trucos del mago son explicados paso a paso, de modo que la aparente magia termina por cobrar la forma del engaño. Ahora, escribir “engaño” es ciertamente una injusticia. Más bien, la magia toma la forma de la astucia, y en ella, lo mágico vuelve a brotar con el rostro de lo ingenieril. La fantasía de los trucos no es el producto de un conjunto de “energías” paranormales, al contrario, esta viene de una serie de dispositivos tecnológicos. Por tanto, lo que me deslumbra no es la fantasía como tal, sino más bien la habilidad con la que ciertos aparatos logran engañar mis sentidos. El placer, entonces, no viene de las diversas ramificaciones de la ficción. Lo bello, digamos, proviene del orden, del armonioso actuar de la ciencia.

Sobre la cámara oscura hay un exceso de información. Todos los libros que tratan la historia de la fotografía  pasan por ella. Por esto, no quiero repetir cosas que pueden ser encontradas, tanto al interior del fanzine como  en otros sitios. Aun así, me gustaría rescatar algunos detalles. Si bien el nombre de la cámara oscura se le  atribuye a Kepler, su mecanismo ya era utilizado, incluso, en la prehistoria. Es probable que muchas apariciones  míticas, fantasmagóricas, como en cavernas o en templos monolíticos, hayan sido proyecciones de la cámara  oscura, solo que a partir de fenómenos naturales de refracción y reflexión lumínica. Luego, sería importante  señalar cierto valor simbólico de la cámara: el estenopo (aquel orificio estrecho por donde ingresa la luz a la  cámara) demuestra que la luz proviene de afuera y no de adentro, en tanto, durante la antigüedad, se pensaba  que los ojos disparaban rayos lumínicos sobre los objetos. Esto es importante, en tanto colabora con las distintas  trasposiciones que ha sufrido la figura humana en el orden cósmico: el mundo no está construido en tanto lo  observo, al contrario, este adviene a mí. De algún modo, la cámara oscura confirma que somos “victima” de la  luz y no perpetuadores. 

Pero, aun así, me parece que al momento de observar todos los mecanismos y las tipologías que se encuentran al interior del fanzine, y a pesar de albergar toda esta información técnica e histórica de los aparatos fotográficos, la fantasía sigue siendo un horizonte posible. El documento en cuestión, producido por la Colectiva Un Lugar, no versa precisamente sobre la cámara oscura, sino, más bien, sobre la cámara estenopeica. ¿Cuál es la diferencia? Fácil, que a la última se le agregan materiales fotosensibles. Aquella imagen que la cámara oscura es capaz de reproducir, ahora es posible de contener en materiales transportables, de modo que los fragmentos lumínicos de la realidad, ahora, pueden ser retratados físicamente. Así es como nace la fotografía, en estricto rigor. 

Esto, para Ronald Kay, consiste en un fenómeno casi blasfemo. En la cámara oscura, a propósito de lo anteriormente mencionado, hay cierta condición propia de las hierofanías. Algo se manifiesta en ella, al interior de la cámara, algo tremendo, casi sagrado. El tiempo, de algún modo, cobra la forma de la imagen. Tal transición, tal doblegamiento, es milagroso, y la cámara estenopeica no hace más que acentuarlo. El tiempo no solo ha tomado una figura visible, sino que ahora ha tomado un cuerpo, un lugar en el espacio. Tal evento, que es producto de la ciencia ingenieril, es mágico, y a pesar de todos los detalles mecánicos de la reproductibilidad, aun así, sigue siendo impresionante que una máquina sea capaz de capturar la realidad de formas inaccesibles para nuestro cuerpo.

Y a propósito de la reproductibilidad, es inevitable pensar en aquellas advertencias de Walter Benjamin donde nos señala cómo las máquinas harán del aura, de la experiencia estética, un elemento cada vez más inaccesible. Aquella lejanía, por ejemplo, del mundo para con el ser humano, queda reducida a la nada, en tanto la cámara estenopeica hace de las imágenes objetos tangibles. Me parece que la producción de este tipo de fanzines, como el que tenemos entre manos, atacan ese purismo radical de la primera mitad del siglo XX (sin olvidar el contexto histórico de Benjamin, donde el nazismo le amenazaba directamente). Perfectamente, con la lectura de este documento, un aficionado a la fotografía podría adentrarse no solo en el mundo de la captura fotográfica, sino también en la elaboración de cámaras oscuras caseras. Es decir, cualquier sujetx, con los materiales necesarios, podría acortar aquella distancia del mundo para con los cuerpos en cuestión de horas. Cada cuerpo podría transformarse, de un momento a otro, en aquel mago-ingeniero que señalé en un principio. 

En un mundo dominado por la imagen digital, este fanzine elabora una especie de resistencia, no contra el avance de lo moderno, evidentemente, sino más bien contra los procesos automatizados de las tecnologías contemporáneas. A diferencia de la fotografía digital, que no es más que un conjunto de datos computacionales, la cámara estenopeica nos recuerda la materialidad autónoma de la imagen. Frente a la pantalla de un notebook o un smartphone, las imágenes existen solamente bajo nuestra mirada. Son, en el pleno significado de la palabra, virtuales. En cambio, la cámara estenopeica nos introduce, incluso, en la producción misma de la imagen. En ella, nuestras manos se vuelven operadoras de la luz. Volvemos a ser, frente a un mundo hegemónicamente visual, sujetxs plenamente activxs. Este fanzine, a mi parecer, no solo nos habla de forma instructiva, sino que también nos revela un profundo sentido ético. Estoy seguro que, para cualquier persona interesada en los procedimientos de la imagen, este documento será de mucha ayuda.

 

Todas las imágenes son capturas del primer fanzine producido por Colectiva Un Lugar: procesos análogos y prácticas colectivas.

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