Por Camila Torres Maldonado

A finales de los noventa, la escritora Beatriz Sarlo, pensando en las lógicas del mercado, los referentes culturales que instalaba la televisión y la práctica de los valores, es decir, el sentido común, se preguntaba: “¿Cómo gira el círculo en el cual el sentido común espontáneo es un compuesto de lo que imparten los medios y de las huellas de viejas imposiciones, experiencias y privaciones simbólicas?”. Y es que, en nuestros tiempos, aquel círculo de herencias, innovaciones, discursos y experiencias sociales que conforman el sentido común, a la vez que construye las pautas culturales de las sociedades, las complejiza y las cuestiona constantemente. De cierta forma, el círculo no gira con facilidad debido a nuevas maneras de movimiento que son gatilladas por una diversidad de fenómenos, tales como el vasto entramado de identidades y las diferentes tensiones producto de sus formas de organización colectivas, la creación constante de categorías que conforman las individualidades, los discursos impartidos por los medios de comunicación, así como aquellos que resisten los abrazos insistentes de la hegemonía, etcétera.

La lista es extensa, por lo que, entendiendo este terreno lábil, quisiera detenerme en la incidencia que tienen los medios de comunicación de masa en las expresiones artísticas, específicamente en la literatura. Dentro de este marco, entonces, llama la atención la propuesta estética que ofrece el libro de Mauricio Tapia Rojo, Zapping (2023), publicado por Queltehue Ediciones. Como un stop motion, los ocho cuentos que encontramos en esta obra se instalan como fragmentos que enrostran diferentes maneras en las que se vislumbra el medio televisivo. Diría que es factible separar los relatos: aquellos en los cuales subyacen las prácticas internas de la televisión, otros que evidencian las repercusiones cotidianas del medio, y un par que, más bien, hace guiños y dialoga preponderantemente con la cultura pop de la época.

La compilación de relatos da cuenta de una cadencia que le hace honor al nombre del libro, a medida que avanzamos con los cuentos es como si fuéramos cambiando de canal, hacemos un Zapping continuo, transitamos con tensión, diversión y rareza sus pasajes. Sin embargo, hay un elemento en común: la TV como una especie de órbita que jamás se detiene y, que de tanto girar alrededor de los sujetos, va permeando sus modelos de vida. 

Cuentos como “Telenovela” o “Cony”, traen a colación extractos conocidos, imágenes que resuenan en la memoria del lector que habitó los años cambiantes de los 90', así como la primera década de los 2000; imágenes que probablemente permanecen veladas por nuevos discursos éticos y morales que han instalado narrativas que discuten férreamente aquellas formas de entretención, y ponen en entredicho los discursos y los sesgos políticos impartidos por los canales televisivos en una época de transición democrática. Otro relato como “Dos cocineras”, trata paralelamente dos historias protagonizadas por mujeres. Una joven que, luego de participar en un set televisivo de cocina, se aburre de “las luces” y comienza a estudiar, interesandosé así en la política, para posteriormente cuestionar las preguntas inoportunas. Otra joven que está dispuesta al morbo y a someterse a cualquier reto con tal de ser parte de un programa exitoso de cocina. 

Ahora bien, ¿Cómo llegamos al desvarío? Tapia Rojo pareciera colar esta pregunta en todo el libro. Y mediante voces y perspectivas diferentes, instala una posible respuesta: el consumo masivo de televisión. Sin embargo, creo importante destacar que lejos de arremeter completamente contra este medio, el libro da cuenta de lo que se configura alrededor. En cuentos como “Antena” o “Zapping”, el autor explora las formas de recepción: aquellas zonas dominadas por el afecto, puntos de fuga que combaten aquella concepción absolutista de la TV como una maquinaria reproductora meramente de contenido basura y de escenas malignas. A mi parecer, este aspecto es crucial puesto que, de cierta forma, en los cuentos se evidencia la imbricación entre sujeto social y contenido televisivo, porque lo que vemos, a lo que damos rating, no es para nada ajeno a nosotros y, como menciona el narrador del cuento “Zapping”: “Cambia la tele. Cambia la vida. Cambia el país. Cambiamos nosotros”. Es decir, no hay binomios.  No hay solo víctimas y victimarios, sino una zona gris a la que, por más que insistan las ansias de categorizar, todos pertenecemos

Citando nuevamente a Sarlo: “cada uno de nosotros encuentra un hilo que promete conducir a algo profundamente personal en esa trama tejida con deseos absolutamente comunes”. En este sentido, la cultura, la televisión y la humanidad son parte de un mismo tejido que está atravesado por la ideología, el control masivo, la entretención, las lógicas mercantiles y los deseos. Nuestras conductas forman parte de un panorama complejo que es exagerado, dramatizado y banalizado por ESTE lugar, ESTE espacio virtual y real que, en forma cuadrada o rectangular, se instaló con éxito en el corazón de la mayoría de nuestros hogares.

 

Zapping. Mauricio Tapia Rojo. Queltehue Ediciones.

 

Ahora bien, quisiera ahondar en dos aspectos que me parecen fundamentales en la construcción literaria y en el mundo expresado de cada cuento. En primer lugar, Tapia Rojo logra discutir y exponer aquella transgresión de los límites personales que, en pos del espectáculo, realiza el aparato televisivo. Ejemplo de esto es “Cagliostro el Creador de Mundos”, cuento que, comienza con un epígrafe decidor de Grant Morrison: “Si solo somos personajes en una historia, ¿Quién la escribiría?”. Y es que, con un tono cercano y común, el relato nos presenta la historia de Cagliostro, un personaje que tiene un sueño: participar y ser famoso en la lucha libre. El cuento, entonces, aborda desde la ejercitación, el debut, hasta la consagración y la caída del Creador de Mundos. Luego de que el personaje se hace conocido, sus peleas causan revuelo, lo que se expresa en una gran fanaticada y en la creación de figuras con su rostro, que lo hacen sentir “un pequeño yo. Un pequeño Dios”.

Sin embargo, todo producto expira y, Cagliostro, hecho objeto televisivo, luego de muchas batallas ganadas, debe presenciar la crisis a la que las lógicas mercantiles de la TV tarde o temprano lo relegarían. Condenado al espectáculo y al fin de su carrera, Cagliostro se vuelve un personaje invisibilizado, utilizado para la ridiculización y entretención del público que disfruta verlo golpeado e indignado. Y es justo ahí donde se muestra el rostro siniestro de quienes contribuyen a su caída: el guionista (“soy su titiretero maligno que mueve los hilos y te hace bailar”), los directores y dueños del canal, y la respuesta cruel del público. De esta forma, la imagen de Cagliostro es manipulada a tal nivel que enloquece completamente en vivo, y no es solo hasta este punto, el final, donde se da cuenta de que su camino estaba escrito: “Mira, digamos que desde que firmaste el contrato con nosotros nos perteneces, hasta que dejes de producir dinero”.

Una vez se ingresa a la televisión, se deja atrás al sujeto para dar paso al personaje, y esto fue justamente lo que aquellas telenovelas, realities, programas juveniles, de farándula y estelares, procuraron demostrar en los años de transición e incluso en estos momentos. Pues bien, los personajes de los cuentos se configuran como una fuerza central, aquella que se encuentra mediada por las lógicas mercantiles de la TV, también por las normas éticas y morales que se transgreden al amparo de una pantalla. Con esto, quisiera ahondar en un segundo aspecto que me interesa de este libro, es decir, el rol de la televisión como un medio manipulador, pero también su función de espejo y cobijo de los espectadores.

Los medios abarcan y dominan la cotidianeidad, consumen y hace fantasear a las mentes que observan, por lo cual, es necesario visualizar los límites difusos que existen entre la programación y la entretención que suscita en quienes miran. De cierta forma, cuentos como “Cony” enrostran aquella violencia que comienza desde la comercialización de los cuerpos juveniles en programas como Mekano, Yingo o Calle 7 (“No me vengai con hueás a estas alturas po Roberto. Estamos en el nuevo siglo, culiao (…) La gente quiere verse bien hueón. Quiere piel. Quiere sexo. ¡Quiere ver potos hueón!”), lugares donde continuó perpetuándose el acoso de quienes controlan y dirigen el set televisivo (“Le toqué el poto no má. Aparte debe estar acostumbrada con el tremendo culo que se gasta”), para finalmente adquirir legitimación mediante la celebración de las masas, quienes replicaban las mismas prácticas abusivas (“Los pubertos exploraban su sexualidad pensando en sus movimientos. Los adultos fantaseaban de reojo con aquella muchacha que bailaba en minifalda y sonreía a la cámara”). En este sentido, Tapia Rojo da cuenta de la violencia que se cuela en todos los planos, y lejos de concebir al sujeto receptor como un ser pasivo, lo inserta en esta espiral de violencia que normaliza prácticas patriarcales, prejuiciosas y clasistas. De esta forma, las masas, aparte de vivenciar la explotación producto de la lógica capitalista del trabajo, en la intimidad del hogar replican aquellas acciones que se instalan en sus mentes y las celebran con esmero.

Con un ritmo quebrado, los relatos de Zapping plantean preguntas y también dan cuenta del panorama que cimentó a la sociedad chilena que se iba formando, lejos aún de las nociones que traería la masificación del internet. En todos los cuentos hay un momento de crisis, un momento donde la identidad obnubilada por los discursos impartidos por el medio televisivo tambalea, y es justo ahí donde se muestra el rostro siniestro de quienes contribuyen a la configuración del plano. Sin embargo, también somos testigos de las contradicciones que habitamos, la constante digresión de los discursos éticos y morales que ponen en entredicho la univocidad y racionalidad del sujeto, lo cual discute toda romantización de las masas, pues como menciona Sarlo “el mercado es un lenguaje y todos tratamos de hablar algunas de sus lenguas”. En Zapping recorremos aquellos temores de una sociedad que se iba formando a tropezones, descubriendo curiosa el arma de la sobreinformación. Tapia Rojo pareciera hacer un llamado a observar críticamente, a observar el poder que tienen los medios de comunicación al momento de capturar la atención, de manipular y de crear un laberinto, uno del cual todavía no se encuentra la salida.

 

Niño viendo la televisión por primera vez frente a una tienda de electrodomésticos. Ralph Morse (1948).

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Camila Torres Maldonado es Licenciada en Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado. Forma parte del equipo editorial como Redactora de Revista Phantasma.