Por Camila Torres Maldonado

El trauma, el olvido y la muerte. Esta sería la tríada que permitiría atisbar la condición humana en una de sus vertientes más problemáticas e indecibles: el duelo. Y estas, precisamente, son las temáticas que aborda Funerales (2023), primera novela de Sofia Troncoso, publicada por Trazos de Aves. 

En Funerales, la narradora-protagonista, luego de la muerte de su madre y rodeada de la porosidad que le ofrece la ciudad en la que todo sentir se expande como un eco terrible, va zurciendo un camino ondulante que de a poco la conduce hacia el abismo y la soledad de su hogar. Lugar cerrado, agobiante y sin oxígeno, acorde a la cadencia de la narración. El departamento que habita hace gráfico el encierro que le permite olvidar -aparentemente- las muertes que carga y que desgarran su memoria. De esta forma, se configura como un espacio impermeable, como un cobijo, una especie de cabina que se ubica en medio de la ciudad, pero que le permite a la protagonista enfocarse solamente en la traducción de libros infantiles y estar totalmente aislada del mundo, de su familia y de los ritos funerarios de su hermano y su padre. 

A pesar de la corta extensión de la novela, hay un tratamiento no convencional sobre la muerte, puesto que es considerada como un fenómeno que contiene múltiples magnitudes, ninguna mejor que la otra, por cierto. La muerte en el relato es concebida como la única certeza, pero a su vez, permanece entrecruzada por perspectivas que contemplan entre sus lineamientos al tiempo diferido y voluble del luto. En consecuencia, en esta ocasión ahondaré en tres aspectos clave del libro que nos convoca: la temporalidad difusa, la importancia del contacto con el otro y el rol del lenguaje.

Así pues, en primer lugar, las muertes de sus vínculos familiares mantienen a la protagonista absorta y aislada de toda temporalidad (“Yo sí quería a mamá, aunque no la veo ahora; no sé dónde está. Yo quiero o quería o querré a mamá, pero decidir sobre todo esto es muy difícil…”). Esto es esencial, ya que a medida que avanzamos con la lectura, se va haciendo evidente la ausencia de marcas temporales: no conocemos fechas, ni años, ni meses. No sabemos en qué momento nos situamos, a excepción del verano que envuelve y potencia la atmósfera de la narradora.

“No sé qué seré a continuación, no sé qué soy. Le tengo miedo al presente, casi tanto como al pasado y un poco más que al futuro”, estas palabras marcan aquella incertidumbre que sume a la protagonista y que la mantienen alejada de la vida, en un limbo identitario. Y es que la narradora pareciera estar suspendida en una nebulosa que le permite recordar solo fragmentos incompletos de su infancia, hechos aislados que con mucho trabajo debe hacer propios y situarlos en una línea temporal rota, rodeada de situaciones traumáticas: “Sigo siendo una niña que no cambia y tampoco crece. Solamente ha perdido la cabeza”. La muerte, entonces, expande sus huellas como una sombra que permea hasta las entrañas de las raíces afectivas, hasta los pilares más firmes de la identidad, relegando a la narradora a una crisis profunda del sentido de pertenencia, a un despojo total y a un constate contratiempo.

 

Funerales. Sofía Troncoso. Trazos de aves.

 

Sin embargo, creo importante destacar que en Funerales no todo está cubierto de bruma, pues a medida que la protagonista se va olvidando y está a punto de quedarse en un estado fantasmal, va recuperando trozos de su historia. A medida que se pierde a ella misma, se encuentra con quiénes le recuerdan quién es. El camino es intuitivo y desemboca en el reencuentro con los otros, principalmente con su hermana, Mariana, aquel rostro que la empuja y la transporta hacia los huecos vacíos de su memoria. 

En este sentido, otro de los temas que aborda Sofia Troncoso, tiene que ver con la necesidad de apoyo y la intervención del otro en el enajenamiento y el espacio atemporal del duelo. Porque en las páginas de Funerales, exploramos los recovecos no solo de la muerte, sino también de la propia vida; nos trasladamos a la ambigüedad del luto, de la mano con una protagonista que habita un profundo silencio que carcome su interior siempre a punto de estallar: “He pensado en la muerte tanto que se asemeja a un recuerdo. Yo la viví, pienso, en piel propia, en cuerpo propio, en carne propia desplomada. Pero no. Sigo aquí”.

De esta forma, el ruido de la ciudad, sus hermanos y los diferentes estímulos que le proporcionan un conocimiento sensible, son los que le recuerdan que está viva, que existe en el presente (“Mariana me agota: me exige mirarme, mirar alrededor, mirar sus ojos”). Así, el monólogo interior que seguimos se configura como una concatenación de cuestionamientos que asfixian al relato, pero que, con la ayuda del exterior, permiten que la narradora logre salir a flote, encontrarse y caminar hacia la única salida posible: el enfrentamiento con la muerte y la reanudación de la vida.

En este sentido, me parece importante mencionar, en tercer lugar, que el lenguaje cumple un rol fundamental en la narración, no solo porque en su fragmentariedad de cuenta del padecimiento de quien narra, sino que, además, porque es la herramienta de trabajo de la protagonista. A pesar de que su mente ansíe el enajenamiento y la suspensión del tiempo, igualmente se ve forzada a rastrear aquellas esquirlas que se le presentan como piezas faltantes en su consciencia, puesto que, a medida que escribe, a medida que traduce los libros infantiles y busca las palabras precisas, estas se le van esfumando: “No puedo traducir mis propias palabras. Soy el vacío entre un final y un inicio (…) ya no puedo confiar en las palabras porque no puedo confiar en los significados. No puedo traducir, no puedo pensar, no puedo hablar”. De cierta forma, el lenguaje se le resbala del cuerpo, y la única manera de sostenerlo es estabilizando su propia identidad perdida, es decir, necesita encontrarse con su propio relato para utilizar el signo lingüístico. 

Ese es el tema: las imágenes que la invaden no se condicen con la realidad. Y cuando ve rostros, cuando reconoce rasgos, texturas, calles pasadas, la situación se agudiza, puesto que, como menciona la narradora “Se liberan incógnitas y se abren otras. No puedo ponerle palabras a lo que veo”. Lo cierto es que al desprenderse del mundo y de su propio rostro, cada palabra se transforma en una cicatriz desconocida y el lenguaje no le resulta suficiente, quedando relegada a lo indecible. 

Pese a esto, la novela se encamina paulatinamente hacia la tregua, hacia la conciliación con el pasado. Luego de circundar siempre por otros planos, por costados que permiten rehuir de la memoria, finalmente la ventisca de recuerdos salpicados como flamas queman a la narradora, exigiéndoles un lugar en su presente, reclamando la estabilización identitaria. De cierta forma, su memoria no le pertenece del todo, hay personas y lugares que inciden en ella, relatos en común. Por esto creo que en la novela no conocemos el nombre de la protagonista hasta el final, porque antes de saber que se llama Agustina, recorremos los pasajes con desconocimiento, tensión e intriga. No es posible juzgar su actuar. Al no saber su nombre, leemos las páginas con nuestra propia experiencia a cuestas. Al estar ese cuenco nominal vacío, lo vamos completando con una parte de nosotros. 

Agustina no asiste a los funerales de su hermano y de su padre, pero vuelve a la vida a partir de ellos. A pesar de que la muerte y el trauma se le presenten como sitios eriazos, los afronta, aunque la excursión ser dolorosa y trágica. No asiste a los funerales, pero entiende, reconstruye, acepa, concilia y elige existir otra vez. Funerales recoge una temática universal y profundamente importante: ponerle rostro a la muerte.

 

Sofía Troncoso (2023).

 

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Camila Torres Maldonado es Licenciada en Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado. Forma parte del equipo editorial como Redactora de Revista Phantasma.

Sofía Troncoso (Santiago, 1997). Creció en la ciudad de Antofagasta. Estudió Licenciatura en Artes y Humanidades en la Pontificia Universidad Católica de Chile. En 2022 fue reconocida con el premio Roberto Bolaño por su novela Funerales. Este será su primer libro publicado.