Por Abril Alcaraz

 

 “Todo relato es un relato de viaje, una práctica del espacio”.

Michel de Certeau, “La invención de lo cotidiano”.

1.

—Aquí no hay mapas porque no hay caminos —dijo Or—. Claro, las fronteras están allí, pero no siempre en el mismo sitio y, desde luego, no hay nada que las señale.

—¿Cómo saben entonces que están ahí?

—Es simple: se toma una ruta cualquiera (y no es que la ruta existiera de antemano, que haya sido trazada; lo digo así por decirlo de algún modo) y a los pocos minutos o después de varios años se está en otro lugar. No necesariamente aquél al que se deseaba ir, pero en un lugar al fin y al cabo. Quiero decir, uno fuera de aquí, que es ningún lugar.

Lid miró en torno suyo y contempló angustiada el extenso desierto de pedruscos grises. 

—Si esto no es un lugar, ¿qué es? 

Or inspiró hondo antes de contestarle.

—Es una intersección de caminos.

Al borde de la desesperación, Lid preguntó en un susurro:

—¿Una intersección? ¿Y dónde están los caminos?

—En ninguna parte —respondió Or impaciente y con el ceño fruncido—; esta es la intersección, pero, como acabo de decir, aquí no hay caminos.

A Lid se le hizo un nudo en la garganta.   

—Se lo explicaré mejor: nosotros estamos aquí, pero aquí no está. Este desierto está localizado fuera de todas las fronteras o, para ser más preciso, en el punto exacto en el que estas convergen, se superponen, se entremezclan, pero no se manifiestan. Por eso es tan difícil saber hacia dónde se avanza: porque dirigirse hacia un lugar desde ningún lugar y desde todos los lugares es una aporía, ¿no es cierto? Y las aporías, como usted sabe, nunca han sido buenos medios de transporte. Quiero decir que aventurarse por aquí es como interpretar metáforas, ¿sabe? Siempre llevan a alguna parte, claro, pero nunca se sabe bien a dónde. Si emprende en este momento la marcha, es posible que llegue mañana o que no llegue nunca; lo cierto es que no se puede saber con certeza dónde estará en un momento dado el lugar que busca ni por cuánto tiempo, de modo que resulta indiferente que elija una dirección u otra. Lo digo por decir algo, no es que aquí ese concepto tenga algún sentido. 

Con voz lacrimosa, Lid preguntó si podía acompañarle.

—Oh, no —lamentó Or—. Un mismo trayecto no lleva necesariamente al mismo destino. Sin embargo, dos rutas distintas pueden conducir al mismo sitio. ¡Nunca se sabe! —añadió suspirando. 

—Pero podríamos caminar juntos —replicó Lid.

—Desde luego, desde luego. Si estuviéramos en algún lugar. Piense usted en esto: junto quiere decir “contiguo en el mismo lugar”, ¿no es eso? Y aquí no estamos en ninguno. Es del todo imposible que caminemos juntos en ningún lugar. ¡Vamos, vamos, hay que usar la lógica! 

—En este momento estamos juntos —arguyó Lid exasperada.

—Vaya, sí, eso parece —admitió Or confundido, rascándose la cabeza bajo el sombrero—. No obstante, yo no confiaría del todo en que es así. Aquí todos los puntos son iguales, cada guijarro idéntico a todos los demás guijarros. Casi podría decirse que todos los puntos no son sino manifestaciones azarosas de un mismo punto. Claro que puede parecernos que nos encontramos ambos aquí. —Y sacudió la cabeza—. Con todo, su aquí y mi aquí no necesariamente se encuentran en situación de inmediatez y es incluso posible que se hallen a una distancia inconmensurable —si es que tal palabra significa algo— y que no sea sino casualidad que usted y yo nos hayamos encontrado. Como ve, es complicado. No tiene sentido plantearse la posibilidad de caminar juntos o separados —concluyó con una sonrisa a medias.

—Es cosa de intentarlo —dijo Lid dando el primer paso

 

2.

—¡Si sales por esa puerta jamás volveremos a vernos! —gritó Thal.

Durante casi dos décadas se habían dedicado el uno al otro; primero por amor, luego por costumbre, finalmente por desprecio. Y en realidad no había ninguna razón para separarse. No una buena razón, al menos, como una infidelidad o una incompatibilidad absoluta. Simplemente, para Han, esa mañana, algo había terminado por romperse. Como cuando un cuadro cae o se rompe la pata de una silla. Sin decir agua va, sin advertirnos: “¡Ey, algo catastrófico está por suceder de aquí a veintitrés minutos!”. O bien: “¡Oye, gordo, no te sientes, que mi resistencia está a punto de vencerse!”. Pero no, el tío se sienta y allá va al piso con la silla que se rompe después de tantos años de servicio. Son cosas que pasan. Y eso le pasó a Han esa mañana. 

Pero a Thal eso no había modo de hacérselo entender, así que metió en una bolsa de viaje unos pocos efectos personales (cepillo de dientes, rasuradora de triple hoja, calzoncillos, tres pantalones, varios pares de calcetines, dos camisas, tres camisetas, un suéter, desodorante, un peine, loción de afeitar, la Breve historia de los crímenes de guerra nazis de Lord Bertrand Russell y el Tokio Blues de Murakami, un cuadernillo de notas, la computadora portátil, sus tres discos predilectos, la estilográfica con punta de plata sin tinta que le regaló su abuelo, una pluma Bic de tinta negra y una corbata discreta) y se dispuso a marcharse sin decir una palabra. 

Pero no fue así, porque Han no resistió la tentación y dijo: “Lo siento Thal, creo que es hora de encontrar por fin mi camino”. Y Thal lloró, berreó, pataleó, arrojó algunos platos y finalmente gritó “¡Si sales por esa puerta jamás volveremos a vernos!”. 

Han abrió la puerta y salió al aire fresco de la noche y vio por primera vez en mucho tiempo las estrellas como un hombre libre. Comenzó a caminar por la acera. No le gustaba que Thal le chantajeara de ese modo; era una ciudad pequeña, se encontrarían en el cine o en la lavandería, en el cumpleaños de la ahijada, en el club de Scrabble los domingos. Porque los dos eran personas de costumbres y ninguno estaría dispuesto a renunciar a lo que consideraba suyo.  

Habría caminado un cuarto de hora cuando se dio cuenta: ahora más que nunca él y Thal estarían unidos. Porque los lazos del rencor atan más firme. Si no se hubiera ido, podría fingir que no pasaba nada y alejarse en el momento que quisiera; masticando el almuerzo, leyendo el periódico, jugando baraja. Irse hasta las Galápagos si así quería. Como con el cuadro o con la silla; porque no importa cuán feo sea ese cuadro, fue un regalo de la prima Filomena, y la prima Filomena miraría su ausencia en la pared de hito en hito, insinuando con su silencio algo que no dicen sus palabras. Su nueva libertad se convertía ahora en los barrotes de su celda.

Si volvía ahora no habría perdón, pero Thal lo retendría a su lado para humillarlo. Y eso era mejor que saberse presa de sus pensamientos, que soportar la carga de sus reproches mudos.  

Arrepentido, Han volvió sobre sus pasos y abrió la puerta. Una señora de edad avanzada se enrolló la toalla apresuradamente en torno al cuerpo y salió gritando aterrada de la bañera. Un desperdicio: el agua aún estaba tibia. 

 

3.

Dios no está en todas partes: todos los lugares están en dios.

 

4.

Viajar a Kublan es hacer un recorrido por la memoria. Quien haya estado allí, habrá recordado las fuentes de agua clara en las que la infancia hacía navegar barcas de papel doblado, los callejones estrechos donde se multiplicaban besos ardorosos y adioses postergados, los pórticos donde ancianas envueltas en chales de colores vendían frutos maduros y jugosos, los andenes en que la espera arrugaba los pañuelos, las calles empedradas por las que el agua de la lluvia arrastraba las hojas marchitas del otoño.  

Viajar a Kublan es volver a todos los lugares conocidos. 

Allí donde se extiende el olvido, allí levantan sus muros las fronteras de Kublan.

 

5.

Vía Apia. Calzada romana construida en el 312 a. C. en honor de Apio Claudio el Ciego, ilustre gastrónomo que introdujo en la cocina local la umbelífera del mismo nombre (entiéndase el apio), logrando así que supiera a algo el caldus vegetalis, esa abominación a base de verduras llamada actualmente sopa.  

 

6.

Yo soy mi propio reino; ahí donde esté yo, ahí se extienden mis dominios.

 

7.

Si da vuelta a la derecha, dará con el parque en el que los vecinos llevan a pasear a sus perros por las tardes. Camine unos veinte metros hasta la casa color albaricoque y prosiga por esa calle hasta la torre. Verá los oscuros ventanales desde los que acechan soldados armados hasta los dientes y oficinistas grises temerosos. Tome a la izquierda en el crucero y diríjase al enorme portón de hierro que se ve a lo lejos. Ese es el cine abandonado al que nos llevaban de niños a ver películas infantiles en la función de mediodía. Una vez allí, continúe hacia el Norte en contra flujo. Cuando llegue al quiosco de revistas, doble a mano derecha y luego otra vez a la derecha en la esquina donde los girasoles invadieron el solar de los Martínez. Atraviese el muro.   

 

8.

Dicen que todos los caminos llevan a Roma. Y es cierto. Porque el hecho mismo de tomar un camino (calle, avenida, callejuela, no importa) es emprender el camino de regreso a Roma.

Érase una vez un tiempo en que esta afirmación era mucho más que un dicho.  En una época en la que Roma era más que la ciudad de las Siete Colinas y extendía sus tentáculos de piedra por todo el orbe civilizado. O lo que entonces consideraban como tal, que en realidad era apenas una pequeña porción del mundo en la que lo mismo se erigían asombrosas maravillas que se cometían grandes atrocidades. Érase, pues, una vez un mundo en el que Roma era el sentido y razón de ser de todos los caminos.

Casi cien mil kilómetros de vías sucedieron a la famosa Vía Apia, calzada construida durante la República por el censor Appio Claudius Caecus y que comunicaba Roma con la ciudad italiana de Capua. Puesta la primera piedra ya no habría marcha atrás y Roma se convertiría en el kilómetro cero del mundo. Las calzadas romanas facilitaron e impulsaron la comunicación y el intercambio comercial y cultural entre provincias (no hay casualidad en el hecho de que, hoy, hablemos de vías de comunicación, rutas informáticas o supercarreteras de la información), al tiempo que agilizaron el movimiento de los cuerpos militares, lo que permitió, a su vez, asegurar el dominio del Imperio. 

Y no es solo que todos los caminos llevaran a Roma, pues allí donde hubiese un camino, allí estaba significada Roma, allí estaba la prueba fehaciente de su poder irrecusable: allí era también Roma.

Como ningún otro imperio, el romano fincó su poderío per saecula saeculorum, dejando no su huella, sino el camino en el que imprimir la nuestra.

 

9.

Siempre guardo las llaves en el bolsillo derecho. Aunque se me entierren en el muslo al agacharme. En el izquierdo, las monedas menudas. Casi nunca salgo con billetes; no cargo tarjeta de crédito ni identificaciones. Los bolsillos traseros, los llevo repletos de trozos de papel con teléfonos de gente a la que no voy a llamarle. En la chaqueta, que no me quito nunca, el celular, un paquete de condones y los Marlboro de cajetilla dura. El horóscopo de los cerillos advierte que están a punto de ocurrir cambios importantes en mi vida. En el bolsillo de la camisa, siempre bien fajada, una foto de Marina. Descolorida; como de los ochenta. Para cuando me entra la nostalgia. Entre el cinturón y la camisa, bien a la mano, la Colt, que saco ahora para meterle un tiro entre los ojos a este cabrón que me mató a Marina.

 


 

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Abril Alcaraz (México, 1982). Directora de teatro y vídeo documental, escritora, fotógrafa, divulgadora y performer. Ha cursado la carrera de Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y el Diplomado en Historia del Arte de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado artículos, cuento y poesía en las revistas Libido y aliter.tv, y en las revistas y sitios digitales Máquina Combinatoria (Colombia), Perro Negro de la Calle (Lagos de Moreno),  Óclesis (Puebla), Penumbria (México), Espejo Humeante (México), Poesía en órbita (Ciudad de México), Pretextos Literarios (México) y Mimeógrafo (Tuxtla Guriérrez), así como en Devotee, fanzine seleccionado para formar parte de la colección del Archivo Anal, de Anal Magazine, y la exposición Fanzinoteca, que se llevó a cabo en el Museo Universitario del Chopo en junio de 2013. Desde 2017 mantiene un proyecto personal de registro de biodiversidad del Canal Nacional de la Ciudad de México. Entre sus intereses destacan las artes, la cultura pop, la filosofía del arte, la lingüística, las lenguas minoritarias y en peligro de extinción, la historia global, la antropología, la geopolítica, el medioambiente y las ciencias. Sus textos exploran principalmente los mecanismos de producción de la realidad y el papel del lenguaje.