Escribo esto en un grueso cuaderno, comenzado en noviembre de 2003. La tapa reproduce el cuadro de las Serpientes sacado del libro de la Teriaca. Es el cuaderno en el que guardo las bestias salvajes, las mordeduras, las serpientes, los electuarios. Las serpientes suben y bajan como ángeles envenenados a lo largo de las escalas. Todo lo que muerde lo deposito en esa canasta desde hace dos años.

Hélène Cixous

 

I. Algunas tangencias

Las placas que deja el viaje para distintos soportes de la voz: el paisaje, la materia, la creación, la placenta vivencial.

Los animales.

Los idiomas heredados y que por no recordarse devienen decir foráneo, urdimbre mayor de acontecer la vida en un instante, una imbricación que acumula su peso en papeles y llanos que se resumen en la imagen evocada.

El abuso de la experiencia, el decir menor, que en la memoria pareciera llevarnos a la trinchera que sopesa los hechos: escritura aglutinada.

Aguas caliginosas y contaminadas de vida: piel y papel.

Usurpación al ojo: lo que vemos y lo que nos mira.

Todos esos pliegos que conforman la historia de la piel y del soporte de la voz para precisar un atolladero interior, sonando en aquello que confecciona el paisaje como los pilares de un decir en que la experiencia solo puede ser mencionada a través de aquello que se mira por primera vez, con sorpresa.

El escenario.

Esa sorpresa que propicia la apertura, en cuya dicha de conocer y aproximarnos a las cosas logramos referir lo acontecido, localizamos el espacio de la voz para referir la imagen de la herida, y en el ritmo de la nueva música y el cromatismo presente vivencial, nos es posible situarnos de la mano con el pasado abierto en carne, y el paisaje abierto de las cosas por venir. De esta manera los elementos de la escenografía del paisaje nos sitúan en la irrealidad de ser nosotros, de ser manchas en el lienzo, seres ínfimos que permanecen horizontales a los animales, a los tallos de las plantas, a las presencias que, silentes, nos permiten localizar nuestro propia elocuencia.

Retablo: Construcción. La quietud de lo dicho, pero en imagen fija, total.

Las manchas del viaje. Lo que ensucia el traslado.Y bajo tanta mugre encontrar el propio rostro originario, en olvido.

En la extrañeza nos hallamos

Somos acontecimiento que en la dicha de la distancia no genera oposición con el pasado punzante que busca acallar nuestro decir.

En la lejanía apuntamos al centro.

En el centro del habla.

Las palabras son armas que como el pelo que crece, se ocupan para ovillar, confeccionar,manufacturar la huella.

La voz que acoge. La voz que ordena las imágenes de la experiencia, las apareja con las escenas del paisaje.

Hay dos tiempos que simulan una danza: presente y pasado. El presente es un aire acumulado en el aire de Bolivia susurrando en aymara. El pasado son las experiencias dolorosas que en un español comprensible, titila sobre las imágenes fijas del retablo para dotarlo de la experiencia locuaz que dice que cada imagen de apariencia seductora, con su carga aurática, sostiene su envolvimiento a través de una historia soterrada y punzante.

Así el viaje: una imagen fija por mucho rato de los Andes, en un bus, cuya quietud tras propicia el movimiento de los recuerdos que gracias, a ese espacio ajeno, nos es posible exponer en su torrente para que dicha velocidad semeje la quietud nuevamente, imagen que tras su expulsión, se cristaliza en nuevo material.

Así el libro: el libro son irisaciones, plantas del viaje, gatos salvajes, la Nueva Corónica de Huamán Poma. El libro es lo fijo de varios hallazgos termolaminados, el plástico como nuevo mineral, que en su soltura de páginas amenaza con entremezclar las historias si las soltamos por un momento, amenaza con cambiar su orden, revertir el tiempo, o que podamos hacer del futuro de su minuta la primera página, aquella alusiva a la gran carta de  de Huamán Poma.

El tiempo pasado que reverdece, los tiempos sueltos que caen de nuestras manos y mezclados traen la actualidad de la defensaindígena de Huamán Poma, su entreverarse, las palabras que dejamos ir, que Natalia Rojas germina en el aire de viaje que la traspasa, el viaje es el espejo, podría decirse.

Concatenación de sitios llevados al presente, futuros barajados y dichos, señalados por la escritura, y las páginas sueltas, amenazantes de reescribirse si confundimos el viaje como otro artefacto, la señal de lo frágil de apuntar, que al aflojar la mano en el gesto de señalar, confunde los días, mezcla barajas de experiencia, surte el efecto de converger, traer, llamar, tejer.

Pasado material. Presente penante.

No importa el ruido de los tiempos mientras yo me mantenga fija en ovillar, diría la tejedora. Las Nornas, las tejedoras del tiempo escandinavo, hilando con lana de alpaca…

La necesidad de encontrar, de hacer convergencia, de traer los espacios a uno, de situar los tiempos en aquello que nos convoca, horadar las placas, las láminas de la experiencia en una, y en la mezcla, expulsar la imagen, la circunstancia de ser frente a las cosas, ser cosa situada, ser mano parlante, mano que arroja imágenes, que teje el paño de las horas.

Eso es el Retablo: lo silente móvil: lo móvil elocuente.

La convergencia. 

Sobreposición de placas tectónicas del ojo.

La palabra material haciendo ojo.

El traje de las existencias en el peso de las láminas que agrega a la escultura ritual que se ha de incendiar. El viento que arrastra el sedimento, confunde jerarquías, arrastra páginas, permanece en gesto.

 

Untitled (2022). Manish Nai.

 

II. Una observación

El paso que Natalia Rojas da tras el libro Cardador se vuelve desafiante: la escritura rompe sus ataduras, triza temporalidades, desdibuja categorías. Surge el trabajo de la artista completa que debe quitarse los motes alusivos de su oficio: no ser, para trabajar, no identificarse con lo fijo de un oficio especifico, para tener su mesa completa de materiales y volcar, reventar la expresión que es también hebra de vida, similar a esas venas que conectan sus arterias en el cuadro de Las dos Fridas. Natalia Rojas conecta con el bulbo subyacente de las elocuencias, hace praxis de lo que la imagen le propone como forma titilante: retazos de vida, y por sobre aquello, rastros del deambular que logran que la mirada hurgue en su propia arteria. 

Y lo extensivo de la manipulación: podemos cambiar temporalidades al perder las láminas de su artefacto, y diseminarlas para que otras escuchas les den continuidad en el azar. 

Cuaderno que convoca a las fuerzas, a la apertura de los hallazgos cortantes que  aplacan su impacto con el ritmo del viento andino en el transcurso de la temporalidad interior. 

Este cuaderno, en cierta forma, materializa el salto al vacío de la memoria que va por partes, se aplaza, necesita de las fuerzas de la naturaleza para enfrentar lo punzante de las imágenes inevitables. 

Y en la historia propia y la historia colectiva lo fijo es la imagen: tanto la representación de lo que leemos, como el material que abordamos con ojos y tacto. Obra que cohabita con nuestra manipulación, puente entre aquello que se nos vuelve relevante y el punto de conexión con acontecimientos que nos pueden identificar y atar como sociedad: 

En segundas nupcias, la hermana de mi papá elige a un milico jubilado. Pienso en las ofrendas, los abortos de llama, las mesas que disponen calaveras, hojas de coca, dinero, semillas, fotografías. Un aborto abandona el saco, el saco ya no le da magia, no le propicia vida. Los sacos, las bolsas todas, absolutamente todas, hacen magia. Y está la magia negra, las dictaduras la han ocupado. En Chile acribillan con un saco puesto en la cabeza. Yo no quiero mirar, puede ser peor, el miedo dota a los ojos de perspicacia, unos se vuelven estrábicos, miopes, ciegos, otros se cierran. (Retablo, página sin numerar)

Estas arterias de la mirada que se conectan con la mirada general, propician que el desorden de las páginas del artefacto puedan reescribir un entorno en que las fuerzas de la escritura cobren ahora su voz. En esto, las fuerzas conjuradas pueden trizar un cimiento discursivo en torno a los encubrimientos familiares y a las trampas de lo cotidiano casi imperceptible. 

La mirada punza en que el presente estrábico pueda fijar su imagen dentro de los marcos de aquello que realmente es. Esta escritura es una búsqueda de esa nitidez, en cuanto a su necesidad de remarcar las zonas frágiles de un cuerpo inmenso que, en su texto, no deja de enseñar nuevos recovecos. 

 

Untitled. Manish Nai

 

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 Carlos Leiton. Escritor, editor y fotógrafo. Actualmente cursa una maestría en Literatura Latinoamericana y Chilena en la Universidad de Santiago de Chile. Ha impartido diversos talleres literarios. Actualmente se desempeña como investigador para la editorial Traza. Autor de los libros de poesía Habitación y concierto (2011), Eczema del árbol (2016), la plaquette Pez Calcuta (2018). En 2021 publica Casta diva (novela, Ed. Castor y Polux) y en 2023 la novela Paisajes de Laverna (Traza Editora). Es integrante del colectivo literario y editorial Traza.