Por Sofía Quevedo

El pasado miércoles 24 de abril, Luis Poirot dio su segunda y última visita guiada a su exposición “El oficio de la imagen”, montada en la Sala Chile del Museo Nacional de Bellas Artes. La muestra es una serie de retratos a fotógrafos/as, realizados desde los años 60’ a lo largo de su vida tanto en Chile como en el extranjero. Algunos de los retratos, ampliados en sistema análogo sobre papel gelatina de plata, incluyen a: Gertrudis de Moses, Graciela Iturbide, Susan Meiselas, Fernanda Larraín, Alfredo Jaar, Sergio Larraín, Agustín Centelles, Manel Armengol, Erich Bertens, André Kertész, entre otros/as.

Las fotografías están acompañadas por una curaduría que sostiene la sensibilidad y emoción de Poirot hacia los/as retratados/as, revela admiración y aprecio, cargando las fotografías con una fuerza y complicidad que hace partícipe al espectador de la intimidad, a la cual Poirot se abraza a lo largo de sus imágenes.

La conversación comienza con su inicio en la fotografía. Poirot nos cuenta que, luego de estudiar Derecho a petición de su madre, la cual prontamente deja, entablando más tarde afectos con el teatro y más profusamente con la dramaturgia, no es sino hasta que recibe una beca del Gobierno de Francia para realizar estudios de Cine y televisión, que experimenta una verdadera interacción con la fotografía. Con la ternura que Poirot tan naturalmente desborda, recuerda a la polola que, en aquel tiempo, no pudo acompañarlo en su viaje, y a quién, nos dice, amaba muchísimo. Él decide, entonces, tomarle una fotografía y llevarla consigo, ante la inconveniente distancia. Es en este momento cuando Poirot tiene su primer encuentro con el revelado. Y en Francia, nos cuenta, pierde sus primeros negativos.

Al regresar a Chile, asiste a las obras y ensayos de sus amigos, y toma fotografías. Pensaba entonces, saber poco y nada. Mas, le proponen fotografiar las obras, recurrentemente. Un amigo le comenta que un fotógrafo con experiencia tomará buenas fotos, pero él conocía el teatro con la piel, y sabía, precisamente, cuando fotografiar, manteniendo un diálogo verdadero e íntimo.

Adentrándose más detalladamente en sus intereses y técnicas, conversa con los/as niños/as presentes, sobre los procesos de la fotografía análoga y el revelado. Nos comenta que, las cámaras digitales propician la ansiedad de fotografiar, inquieta y rápidamente, todo en función de una multiplicación de disparos. Pero la cámara análoga, y precisamente él, trabaja, abraza y sostiene la lentitud. Dice tener todo el tiempo del mundo, en lo absoluto está apurado e impaciente, porque no tiene nada que demostrar. Precisa, además, que él no roba fotos, no es un fotógrafo de calle o un paparazzi de lo inesperado. Cree fervientemente que la fotografía es un diálogo, lo cual surge desde la complicidad. Fotografía a aquel que acepta ser fotografiado. En la intimidad, busca la entrega verdadera de quien está frente al lente. Mas, detesta forzar las situaciones. Lo último que hace es sacar la cámara. Prioriza el encuentro, la conversación, y así lograr que su invitado olvide la presencia del aparato.

 

Luis Poirot y Miguel Ángel Larrea en el Museo Nacional de Bellas Artes (Chile). Tomada por Sofía Quevedo.

 

Al preparar el espacio, conversa, escucha música e incluso baila. Hasta que, sin previo aviso, sin saber qué o cómo, es el momento de disparar la cámara. Él lo describe como una magia que se revela en la mirada, a través de lo inesperado. Esta cambia, los ojos ceden, y arrojan la barrera de la distancia. El retrato aparece y es aquello lo que le interesa atestiguar, la sorpresa de la fotografía.

Utiliza únicamente la cámara, deja de lado el flash y las luces artificiales, apenas se permite una tela negra o blanca comprada en patronato. Prefiere la luz natural que entra por la ventana.

Al fotografiar en su casa, decide el primer plano, puesto que el entorno no le pertenece al/la fotografiado/a. Pero, de ser el espacio íntimo de la persona, se vuelve parte del decorativo de la foto, sin restarse del primer plano, entre los cuales luego escoge, y escoge, según lo que él llama "capricho de artista".

Mas, sencillamente, hay momentos donde lo inesperado en la mirada no nace, y no hay bellas fotografías, a lo sumo buenas. Y eso es todo. Poirot fotografía a las personas que le interesan, aprecia y admira. No se permite fotos por encargo, porque, irremediablemente, las hace mal.

Se considera alguien optimista. Tiene 83 años, y mantiene diversos proyectos a largo plazo. Prepara una publicación con imágenes de Salvador Allende en la época de la Unidad Popular, la mayoría de ellas, inéditas. También, pretende continuar la búsqueda poética, retratando a escritores chilenos a lo largo del país, retomando El paisaje es el rostro, proyecto que él cree le demorará, por lo menos, 3 años: “Tendré que viajar a encontrar a los del norte y a los del sur para no quedar solamente con Santiago. Mirar a los ojos del retratado es buscar al prisionero que se asoma a la cárcel del cuerpo que lo encierra, es un segundo fugaz de libertad y complicidad". (Luis Poirot, 2021.) Si acaso le preguntan si se ha inspirado en el cine al fotografiar, él dice, no, su basta inspiración siempre ha sido la literatura.

La idea de revisitar, a través de la fotografía, a las personas, a propósito de quienes ha retratado en reiteradas ocasiones, es para Poirot, incluso, una forma de revisitarse a sí mismo y a su vejez. Un momento de autorreconocimiento mediante el retrato de un otro.

Poirot no estudió fotografía formalmente, aprendió de otros fotógrafos, sus amigos. Y esta exposición, precisamente, es un agradecimiento a sus profesores, incluso alumnos suyos que ahora son quienes le enseñan a él.

No fue su decisión el orden de las fotografías. Frente a la inmersión total en su trabajo, necesita otra perspectiva que revele detalles y posibilidades que él pudiese omitir, al ver tan de cerca. Es así que Miguel Ángel Larrea se encarga de la distribución de los retratos, y, en general, configura la atmosfera adecuada para adentrarnos en la obra de Poirot, propiciando la intimidad que las fotografías reclaman. La curaduría esta hecha por Fernanda Larraín, quien sostiene el carácter y la sensibilidad de los vínculos de Poirot y sus retratos. También trabajó la ampliación análoga de las imágenes.

Pronto al término del encuentro, Poirot nos comenta sobre sus icónicas fotografías del bombardeo a la Moneda. Él no pensaba en la prosperidad o relevancia de la fotografía, eso lo logra con suerte el tiempo y la capacidad de transmitir una emoción, porque de eso se trata todo. Las exposiciones no tienen más lógica que la emoción. Con una cámara escondida, pensaba en el profuso dolor de perder a sus amigos, personas a quienes amaba y admiraba. Fotografió pensando, únicamente, en el dolor y no recuerda nada más. Cuando revisa sus archivos fotográficos se enfrenta a varios retratos de quienes han fallecido. A veces debe detenerse, darle espacio al desborde de la emoción que, junto a la fotografía, mantiene presente a quienes no están.

A raíz de una íntima imagen descrita por Poirot, que comparte junto a Víctor Jara recorriendo la alameda, concluye la conversación con la expresión bellísima de una sensibilidad que revela el carácter que determina su obra y su lenguaje poético/fotográfico: 

“Quienes mueren, no se van. Habitan contigo. Y yo estoy dialogando con Víctor siempre. Estoy dialogando con Eugenio Guzmán, otro gran director de teatro, con muchos amigos, que ya no están. Yo dialogo todos los días con mi abuela, que me crio y que me acompañó cuando chico, cuando yo tenía los ojos cerrados por la alergia. Tenía que permanecer todo el día en una pieza oscura y ella me cantaba canciones en francés, y me contaba cuentos. Ella no está en el cementerio, ella está en una foto al lado de mi cama, que yo todas las mañanas o todas las noches miro, y de repente, hablo con ella. Está mi madre presente. Y hay muchos amigos que están presentes y vuelven a parecer en mi foto, de alguna manera. Todos quienes conocimos habitan nuestra vida.”

 

Fotografía perteneciente a la exposición "El oficio de la imágen. Retratos de Luis Poirot", instalada en el Museo Nacional de Bellas Artes (Chile). Tomada por Sofía Quevedo.

 

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Sofia Quevedo es estudiante de la Licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica en la Universidad de Chile. Actualmente es editora de Iconbototos Ediciones.