En el arte existe un concepto para describir el proceso de modificación o intervención de una materia preexistente, particularmente, de una obra/cuadro que se entrega a las decisiones fluidas de su creador. Se trata de la palabra Pentimento, o en español, arrepentimiento, y surge como derivación del verbo Pentirsi, que significa arrepentirse. Es, dicho de otro modo, una alteración compositiva de la idea previa constatada en esa capa inferior, que no está, en efecto, nunca sometida a la abnegación absoluta. 

Dispongo de dicha introducción porque me parece que, en suma, Pentimento es una palabra que refleja esa complementaria y a la vez dicotómica relación entre perfeccionismo y corrección, dos dimensiones vinculadas a algo que, bien puede ser manía, pero también hábito. De cualquier forma, y es ahí donde reside la belleza del concepto, el arrepentimiento no surge como resultado, sino apenas como punto de inicio para la reinvención del objeto. 

Cuando la protagonista de La Imprudencia (2023) describe la condena de su existencia expatriada como “un improbable pentimento”, pienso en esa tensión entre arrepentimiento y modificación, núcleo y contorno, tradición y continuidad, que en la novela no dejan nunca de ser parte de una misma materia prima: el cuerpo. 

Es así como se desprende la primera novela de la escritora francesa Loo Hui Phang, publicada por la editorial Noctámbula, con una escritura híbrida que nos enfrenta a la ruptura simbólica de la identidad, a ese Pentimento individual de la no pertenencia que se adscribe a los cuerpos exiliados. En ella, distinguimos la alternancia de escenarios que conforman la vida de la protagonista, por una parte, el erotismo liberador y evasivo que ha cimentado como núcleo de sus afectos, y por otra, el doloroso retorno a la tierra de la que alguna vez emigró. De esta forma, el cuerpo migrante se vuelve parte de un proceso circular que lo arroja siempre a esa ley tácita que ha originado su escape.

“Cada retorno es sufrimiento” justifica el padre de la protagonista, tras resistirse a participar de las ceremonias fúnebres para despedir a Wàipó, la abuela materna de la familia. Así y todo, su aseveración dictada como gesto de defensa o de advertencia premonitoria, no priva al resto de la familia de viajar de regreso a Savannakhet. El primer capítulo inicia narrando el momento previo a la llamada, a la armonía doméstica que supone el hábito, y cuya disolución se materializa en el ruido estridente del teléfono fijo. De esta manera, la noticia de la muerte de Wàipó y el posterior regreso a Laos será una forma de activar los recuerdos incompletos de la infancia que la protagonista ha mantenido conservados en el fondo de su memoria natal resquebrajada por el exilio, en esa capa oculta bajo la superficie.

Lo interesante aquí es que la reconstrucción del pasado no se aborda desde la memoria colectiva de la diáspora, sino más bien, desde la aparente ausencia de esta, esto es, desde el conflicto identitario de la protagonista de sentirse foránea de sus propios recuerdos. Así, la novela va formando la captura visual de una cartografía ajena e inexacta, deteniéndose en la contemplación de un paisaje en el que abundan los recuerdos de todos, menos los propios. 

La narradora y protagonista, vaciada de referentes, toma prestados los recuerdos ordinarios de su hermano para invocar a la nostalgia de la que se siente extranjera: “Tus emociones de infancia le dieron un rostro a este lugar y tu visión enternecida se me impuso. Como este lugar no me suscitaba emoción alguna, me volcaba a las tuyas. Hacía mía tu memoria”. Hay una belleza en esa insistencia de darle rostro a los espacios, de reconstruir una memoria visual y fotográfica, que tiene que ver con su disposición por comprender esa geografía aislada que no logra asimilar. Así, la memoria ya no es más que un depósito de referentes, una estrategia de sobrevivencia para patentar el vicio de la pertenencia. 

El relato de la pérdida se construye en simultáneo a la historia pasional de la protagonista, que guarda relación con el erotismo transgresor que debe reservar para su intimidad. Hablamos de un relato dividido por el binomio ético de lo aceptable y lo prohibido, la prudencia y la imprudencia, que en definitiva, son dos oposiciones implicadas en el conflicto de su identidad. Así, el viaje a Laos representa una confrontación con los dogmas familiares que amenazan la vitalidad de esa emancipación conseguida en Francia. 

A ello se debe que el cuerpo, entonces, sea representado como un espacio de conflicto entre fuerzas antagónicas que no logran coexistir de manera armónica, manteniendo a la protagonista en un permanente estado de desarraigo. De esta forma, el relato vacila entre el deseo y la nostalgia, sin priorizar uno sobre el otro, pero cuyo resultado se refleja en el inevitable exilio del cuerpo. La novela de Loo Hui Phang oscila en el punto medio de la hija expatriada que ha debido crear una ficción propia para sostener la irreductibilidad de su identidad, acaso como una forma de orientarse en esos confusos sistemas de valores disfrazados de puntos cardinales. 

Vuelvo ahora a reparar brevemente en la analogía del pentimento, porque me parece que representa perfectamente la complejidad con que se aborda la identidad a partir de tejidos sustituibles que van progresivamente perfeccionando el error prístino, hasta llevarlo a la zona profunda del olvido. Ya sea una “traidora vestida de occidental”, o “una repatriada travestida de natural”, el arrepentimiento yace en esa llaga fundamental de autopercibirse como forastera de su propia vida. 

Pero vivir en elipsis, en esa zona fronteriza que anula la tradición, pero que a su vez sufre por su impacto, tiene que ver también con la posibilidad de mirar con distancia ambos extremos y distinguir con lucidez, donde finalmente, la única certeza es el cuerpo, esa verdad absoluta que porta valores imprudentes y afectos desobedientes. 

Ya sea en los costados sinuosos del Mekong, la pieza en Francia azumagada por el olor de la marihuana, o la traducción situada de Fe Orellana, los verbos prohibidos y las palabras impronunciables se vuelven un referente de valores propios que conllevan a una conclusión: la única geografía comprensible e inexorable es la del cuerpo emancipado.

 

Loo Hui Phang (2021).

 

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Valentina Parra Reyes, Licenciada en Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado. Sus proyectos de investigación se inclinan hacia los estudios de género, las políticas del cuerpo y las narrativas contemporáneas de escritoras latinoamericanas.