Últimamente he sido abordado, desde diferentes frentes, con la noción de la literatura y la lectura como un juego de relaciones tanto a nivel interno como intertextual. Puede sonar como una obviedad y aún así la comunicación en un texto nunca había sido para mí tan evidente. Me imaginaba el texto en soledad; sólo como ese individuo que no le debe ni rinde cuentas a nadie. De pronto entendí que la interpretación de los textos requiere el respaldo de un saber anterior. Bajo esa óptica, me comencé a imaginar como un médico forense revisando las causas de muerte del cuerpo que tiene enfrente. Sin embargo, el saber disciplinar que traía no me ayudaba a resolver los puzles del texto. La mirada pragmática a los textos me hizo encontrar similitudes, sí, pero carentes de alma. Por eso era un forense mirando un texto, un texto muerto. ¿A dónde quiero llegar con esta revelación? A lo siguiente: la consideración de las relaciones posibles en la literatura existe con una intención que va más allá del intelectualismo; me di cuenta de que las relaciones en un texto -y toda la cultura- funcionan como un recurso de la producción textual en sí. Dicho de otro modo, los textos viven gracias a las distintas herramientas que los emparentan. 

Creo que en este ejercicio de relaciones intertextuales latientes y rezumantes se inscribe Medianera del escritor argentino Leandro Ávalos Blacha publicado por La Pollera durante el 2023. Me resulta de una especial dificultad clasificar el libro porque, en primera instancia, como la medianera a la que alude el título, se sitúa en el centro de la novela y el cuento. Los relatos se enmarcan en un contexto a modo de antología; el entorno donde ocurren las historias es siempre el mismo: un barrio traído directamente de los suburbios norteamericanos. El barrio (población, si lo traducimos al chileno) ya desde la estructuración urbanística se deja ver cómo bebe de la cultura, haciendo un perfecto símil con el hogar donde viven los Simpson. Casas de dos pisos que a pesar de contener gente de clase media mantienen patios cuantiosos y sótanos; muros endebles que dejan ver la situación de las casas a los costados y avenidas por las que apenas circulan automóviles. Podría ser el perfecto barrio de clase media norteamericana si los personajes no se delataran con el voseo.

Los relatos se sirven de la estructura antológica que, de nuevo, remite a la fascinación estadounidense por un orden mayor que compile las historias. Pienso precisamente en series antológicas tan variadas como True Detective o los Cuentos de la cripta, y que en la literatura se cristaliza en las historias de Faulkner y su Yoknapatawpha. El pueblo, donde todos se conocen y los ancestros muertos son tema de conversación, es una de las permutaciones que el autor construye. Pero con Ávalos Blacha cada terreno es un universo y cada hogar un orden independiente, privado e infinito. Porque la casa es un rincón del mundo, un primer universo, diría Gastón Bachellard. Las casas y las historias de los personajes son la expansión de una inconciencia individual al interior del hogar, pero colectiva en las calles y avenidas.

Por otro lado, también se pueden ver los relatos como la consecución de la historia anterior. Los personajes se comparten como los vecinos que se encuentran camino a botar la basura. El doctor loco que es mencionado en el segundo relato es el protagonista del tercero y ya para el cuarto vuelve a ser una anécdota. La permutación de caracteres funciona dentro del libro, pero también más allá. El mismo doctor Braille responde al arquetipo del científico loco manipulador de cuerpos, tal como el doctor Moreau, Víctor Frankenstein o el cirujano Génessier en Les yeux sans visage (1960).

Al exterior de las casas y al exterior de los relatos, los jardines y las calles poseen otros límites más allá de las panderetas (medianeras) fronterizas. Si hay una fuerza que se asemeje a Dios o a la Ley -que kafkianamente podrían ser sinónimos- es el coloso Phonemark. La empresa, de la que no sabía nada al empezar el libro y ahora sé aún menos, se muestra como las multinacionales aniquiladoras de Thomas Pynchon y Foster Wallace. Un gigante burócrata del que poco se conoce, pero se intuye una influencia total. El panóptico Phonemark influye en todos los aspectos de la vida poblacional del libro. Ofrece trabajos en el área contable; un área de entretenimiento multimedia; seguridad de niveles sospechosamente militares. La autoridad y la presencia de Phonemark son inapelables, es Dios profetizando con sus melodramas de Televisa; es Ley con su rayo láser castigador y desintegrador de hogares.

Por otro lado, quiero pensar que las relaciones no se dan sólo a nivel ficcional y se busca una conexión con la realidad inmediata, sino de Occidente; sí del mundo. Hago referencia a un caso específico que atraviesa los relatos; el cumplimiento de una cuota de consumo celular mínimo, impuesta por la todopoderosa Phonemark. La empresa omnisciente busca controlar los aspectos vitales de los personajes, hasta el punto de someter hasta su ocio. El texto no funciona como una predicción del futuro, más bien, es una hipertrofia del presente.

La devoción al panóptico Phonemark decanta en una devoción hacia lo divino de la empresa. Durante el último relato una familia se ve obligada a salir de su casa; al volver el terreno aparece baldío, de esto se enteran por una vecina: “Nos dijo que la pulverizaron al segundo o tercer día de que nos fuimos. No tenía nuestros números para avisarnos. «Además ¿qué les iba a decir? Fue decisión de Dios»”.  Los personajes no pueden hacer nada, son estatuas de sal ante la lluvia de fuego proveniente de un gigante de las telecomunicaciones.

El clima del libro es extraño, posee un aura abyecta tal como los presos ‘adoptados’ por las viejitas del barrio. La tensión se posa sobre los personajes, como el ave mañanera que golpea los vidrios avisando la llegada del día o como los francotiradores invisibles apostados en los techos disparando a las dueñas de casa. La atmosfera indica el orden de las cosas, pero se tambalea a cada página que avanza. Lo establecido es lo superficial porque detrás de las palabras rápidas y seguras, dentro de las casas pareadas y bajo las alfombras, se esconde un paisaje que está pronto a reventar.

Volviendo inevitablemente al comienzo del texto, busco que se llegue a entender que es a la cultura -alta o baja, de nicho o pop, predominantemente norteamericana- a la que este libro hace referencia. Pero va más allá; no se queda sólo en conexiones vacías propias de un intelectualismo forzado. Por el contrario, el texto se construye y vive por esas relaciones que brotan con la naturalidad de un ojo atento al presente; Medianera es, en ese sentido, esas influencias que ordenan y contienen al texto. 

 

Medianera (2023). Leando Ávalos Blacha. La Pollera Ediciones.

 

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Pedro Muñoz es Licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado.