Catherina Campillay
Fotografía de Raúl Goycoolea
Revista Phantasma / Máquina Kirlian
Por Felipe González Klever
El fenómeno de la pérdida es complejo a nivel cognitivo. En un primer momento se percibe la ausencia, que para confirmarla requiere del fenómeno inverso, es decir, del hallazgo (percibir la “presencia”, donde antes no hubo). Lo interesante está en el devenir eterno de la pérdida; nunca se puede confirmar, solo negarse a través del hallazgo. El resto es perpetuar la ausencia.
Presunta desgracia (2021), libro-poema de Catherina Campillay, publicado por Pez Espiral, es una lectura de la pérdida como búsqueda, la cual, se revela como inconclusa, como un sujeto ausente, y para traerle de vuelta, es necesario abordar los fantasmas que se desprenden de su ausencia. El libro inicia con un listado: “nombre”, “cicatriz”, “tatuaje”, “marcas”, etc., características para construir un perfil, tal como sugiere la imagen al interior de la portada. Así, quien lee se hace partícipe del texto.
Interior de Presunta desgracia (2021)
Catherina Campillay
La búsqueda se asocia al pasado inconcluso y al presente incierto de una niña que, al momento de desaparecer, tenía 15 años. El poema no da certezas sino posibilidades, como aquel momento donde llamarle al “número de celular si posee /… /sin saber si responderá” o conformarse con un “se veía casi así”, se transforman en gestos de resignación. El caso se mediatiza para encontrar a esta niña perdida sin nombre, ya sea para hallarle o añadir información útil. El texto continúa sumando datos, pero esa información nunca cierra, sino que abre y confunde aún más la búsqueda. Se rumorea, alguien asevera, se sugiere, pero nunca se encuentra, el hallazgo cada vez se hace más lejano, pues el tiempo va borrando la memoria mediática: “la gente olvida un rostro más rápido de lo que te imaginas”.
Al continuar la lectura, nos damos cuenta de que la búsqueda ocupa todo, como un proceso que no puede reposar ni cumplirse para perpetuarse, un acto que requiere la obsesión para reparar un vacío, que no es otro que el de la niña ausente. Al contrario de lo esperado, el libro no busca satisfacer la obsesión, sino que la prolonga.
Catherina construye un artefacto precioso, repleto de incertidumbre. El habla poético trae un lenguaje sísmico a la desgracia, los versos limitan con el diálogo apelativo de vez en cuando. El sismo como metonimia es interesante por su carácter subterráneo y oscuro, la pérdida es tan críptica como si se la “hubiese tragado la tierra”, y luego, lo oculto pasa a ser una amenaza fatalista con las réplicas que la “mecieron… / llevándole a un sueño profundo” con la conjetura de “haber tomado un camino de derrumbes”. Lo sísmico no debe confundirse con la muerte o un evento telúrico explícito, sino con un presagio oculto en sedimento, casi arqueológico, una astrología transparente.
El diálogo es una apelación constante, sin respuesta. Los distintos túes que aparecen en los poemas hacen cuestionar nuestro rol de lectura ¿Quién habla? ¿El texto me habla a mí o soy yo quien apela? Y si yo apelo, ¿A quien, entonces? No sabemos si estamos buscando o si somos el objeto de la búsqueda. El universo extraliterario es, por instantes, permeado por el libro.
El poema arrastra entre fotografías, retratos, palabras y baratijas un fantasma sin nombre. La imagen no descansa, sino que se suspende. El libro termina abierto, no hay cuerpo ni reencuentro, sólo el deseo de hacer presente lo ausente, un anhelo de culminar un proceso que se perpetúa mientras avanza.
Sería prudente volver al título, puede que por hábito, pero las palabras sugieren una continuación de los eventos. “Presunta” se configura por el prefijo prae (lat. delante) y el prefijo del verbo sumere (lat. asumir). Por su parte, “Desgracia” se compone por el prefijo de negación des- y el sustantivo gracia, asociado al favor divino o a la fortuna, entendiendo así el compuesto como infortunio. El título cobra un sentido terminante, se asume por delante la desdicha. Pareciera ser factible que desde el inicio se asumió la tarea como un imposible, pero esa es una de las muchas lecturas, pues el texto se proyecta sin cierre. Además, lo anterior es vinculable con el uso coloquial televisivo del término, otra noticia circulante de un rostro perdido, pasan los días y ya no se busca siquiera a un sujeto, sino a un cuerpo, si es que este aún existe. Los medios no parten hablando de un bulto, pero ya lo sospechan, acaso, de una forma perversa.