Por Pedro Muñoz Chavez

¿Se puede afirmar que todos los personajes son alegorías? ¿Acaso todas las representaciones ficcionales no significan algo en el sentido más primitivo (clásico) del signo lingüístico? ¿Es posible separar la metáfora, vista como una cáscara o una apariencia que sólo despista del significado puro? Me excuso de estas preguntas porque no son mías, son cuestiones que Juan Cárdenas (Popayán, Colombia, 1978) busca resolver (entre otros muchos asuntos) en su novela Peregrino Transparente (2023) publicada en Montacerdos.

Una novela que va a caballo de la poesía y el ensayo puede resultar tan amplia que la labor de aprehensión no hace sino dificultarse. Así que a riesgo de sonar artificioso y sintético creo que puedo enlistar las grandes problemáticas que giran en torno a Peregrino Transparente en conceptos como lo histórico, lo metaliterario y lo biológico. En definitiva, conceptos que se escapan de la ficción.

La narración transcurre como un viaje, un recorrido por la naciente república colombiana donde las luchas en el interior del bando liberal no detienen el interés por la recopilación y extracción de recursos naturales. La Comisión Corográfica, una instancia que debe recorrer el país por completo, tiene la misión de hacer un catastro de sus recursos naturales y su gente; debe informar -al resto del país y el mundo- que la nueva república colombiana consiente las nociones del libre mercado y civilización. Bajo este viaje como excusa, se articula la primera parte de la narración; el viaje del pintor inglés Enrique Price y la búsqueda de un pintor de iglesias que no se deja atrapar.

Por otro lado, el mismo autor comienza a intervenir con reflexiones a lo largo de la narración, y aquí puede estar la gran cuestión del texto: ¿Cómo entendemos el presente de una nación corrupta y adicta a la autodestrucción civilizatoria? (13). Cuando Cárdenas introduce su propia voz cree hallar una posible respuesta en la punta de la flecha de la historia. La metáfora, como lastre ligado inevitablemente a toda arte, ha sido un distractor de la realidad en todas las épocas. Existe un temor a la literalidad de las obras que escupen en la cara las dificultades de lo real; enfrentarse a la realidad fuera del texto causa un temor que la metáfora ayuda a ocultar. En el presente, el temor a lo literal de las obras se define en el cuéntame tu historia; “Es decir, quién eres, cuál es tu lugar de enunciación, qué opresiones te constituyen, cómo llegaste a ser la mercancía que ofreces con notable instinto para la publicidad” (60). Todo esto le da sentido a las preguntas del principio.

 

Peregrino transparente. Juan Cárdenas. Editorial Montacerdos.

 

Me ha gustado pensar en la novela como un texto en movimiento, contrario a la literatura más detenida y contemplativa, aunque no por eso menos reflexiva. Los personajes se mueven en función del argumento, no contemplan como espectadores inmóviles las arremetidas de la narración. Bajo una mirada somera, existe un ejercicio similar al de Los detectives salvajes; cierto artista desconocido deja un legado que influye en los protagonistas. En su busca se abre un territorio que juega peligrosamente en los límites de la maravillosa ficción y la estridente realidad. En el recorrido del país hay una radiografía que se puede leer en la actualidad. Territorio y pensamiento son espejos cruzados que reflejan la historia de América Latina (no sólo de Colombia).

El fin de la primera parte considera el fin de la narración más clásica. Las reflexiones del autor se vuelven más ilegibles a medida que nos aceramos al centro del texto. Poesía y ensayo se vuelven uno, y el interés geográfico, biológico y ecológico por un país puede dar paso a reflexiones que hacen dialogar a Goethe y Kanye West. Novela, ensayo y poesía se estructuran para que veamos la historia en un movimiento constante y repetitivo; la narración y el ensayo se utilizan para entender pasado y presente (ficción y realidad dentro del texto), mientras que el extracto poético es la conjunción más abstracta de todos los tiempos, de toda la historia.

La escritura de Cárdenas, abrupta y repentina, es el símil del pensamiento intempestivo en el que surge la historia del pintor de iglesias. Nos dice en el párrafo que abre el libro, “En estos días he dejado que mi cabeza se pierda en una fantasía irresponsable, sin ningún propósito intelectual. Es algo que sencillamente sucede dentro de ella, de esa cabeza, en forma de imágenes que se van desplegando por sí solas, arrastradas por un ansia oscura.” (11). En un comienzo, la unión de imágenes resulta un tanto artificial; existe una confusión en las modalidades del texto. Pero tal confusión se desvanece cuando entendemos que la simbiosis de géneros es un reflejo de la misma naturaleza que expone el narrador/autor. Los hongos fálicos que se le aparecen a Enrique Price en sueños son los mismos que veneran los pueblos indígenas a lo largo del territorio, y la vieja muda que seduce al pintor de la comisión puede ser la garra de una naturaleza que ve en el hombre su ruina.

En ultima instancia, el texto es una fuente que intenta apartarse de las ilusiones y sortilegios de la metáfora, aunque se repliegue sobre sí en capas fictivas, igualmente metafóricas. Es una bofetada que busca culpables, no importa el cuándo y me atrevo a suponer que el dónde tampoco. Los eventos que puede explicar el estado de Latinoamérica en la actualidad inician hace doscientos años -para los acontecimientos del libro; en la realidad, muchos más-. Estos acontecimientos tienen cómo origen el despliegue del artificio capitalista contra una naturaleza que busca defenderse aplacando el discurso lógico. La novela, digamos, puede entenderse como una batalla o una persecución tipo western entre unos pintores de iglesias y el aparato republicano liberal. Es tarea del lector pensar en la posible relación alegórica entre este conflicto y la disputa territorial entre sujetos y aparatos estatales en nuestro continente.

 

Diorama with Gasoline, Dopamine and Adrenaline. Laurie Hogin (2010)

 

 

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Juan Sebastián Cárdenas Cerón (Popayán, Cauca, 1978) es un escritor colombiano, autor de las novelas Zumbido (20102), Los estratos (2013), Ornamento (2015) y El diablo de las provincias (2017). Entre los reconocimientos que ha ganado se encuentran el Premio Otras Voces, Otros Ámbitos (2013) y el Premio José María Arguedas (2019).