Imagina ese instante donde el sol se posa en el horizonte y antes de difuminarse, como anunciando el fin, ofrece las últimas reservas de luz anaranjada. Luego, cuando cae la noche, esta, contraria a opacarlo todo, se yergue colmada de tonalidades azules y blancas que se proyectan en formas de vida no necesariamente lúgubres que, quizá, encauzan el brillo de la luna en el amanecer. 

Menciono esta imagen para que se quede en la retina del lector de Ensayo Fúnebre (2023), porque, precisamente, cuando el día se acaba y con ello la noche se expande hasta la madrugada, es que culminan los simulacros funerarios que movilizan el relato del cuarto libro de la escritora chilena, María Luisa Córdova. Simulacros que parecieran descansar en la oscuridad y, sin embargo, resultan alicientes de nuevos horizontes. 

El libro esboza las reflexiones y andanzas de dos amigos y administradores de la funeraria familiar Hasta nunca, Elena y Felipe, quienes llevan a cabo, secretamente, un negocio de falsos funerales, servicio que de boca en boca ofrecen a cada uno de los potenciales clientes y que los motiva a concretar un viaje sin retorno: 

—¿Y si finges tu muerte y te vas a vivir a un país tropical?

 —¿Fingir mi muerte o solo renunciar al trabajo e irme?

— Fingir tu muerte, ver tu funeral, ofrecemos el servicio de ensayo fúnebre, pero es un secreto— precisó Felipe.

Elena es la narradora, la voz que seguimos durante el relato, sin embargo, sus pensamientos se imbrican con fuerza a los de Felipe, de forma tal que el texto se va hilvanando a través de las apreciaciones personales contaminadas por las conversaciones que tiene con su amigo. Elena y Felipe como un engendro indisociable que se edifica desde el panorama continuo de la muerte y el secretismo, y desde allí enfrentan juntos la realidad.  

Así, ambos protagonistas transitan con soltura y escudriñan la muerte y la vida a la vez; lo que se hace gráfico: el hogar que habitan se encuentra adosado a la funeraria, por lo que el pálpito incesante de la muerte interfiere en la cotidianeidad, erosionando la abyección que rodea al tópico, desmoronando tabúes y satirizando el ya gastado recurso de la muerte solemne.

Los simulacros fúnebres se erigen como un recurso narrativo que hace posible el punto final, o al menos, los puntos suspensivos al estado de inercia del presente, permitiendo un renacer a la distancia. A partir de cinco capítulos que simulan las etapas del duelo (Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación), seguimos reflexiones densas, pero acompañadas por el alivio cómico; diálogos crudos y atribulados, pero a ratos conmovedores. Y es también, mediante las historias de vida de los personajes/clientes, que sondeamos la desesperanza humana y el embrollo ceremonioso que rodea a la muerte tras la máscara cínica del rito funerario. 

En tanto se despliega un simulacro diferente, el lector sigue la historia de vida de una persona que, en su descontento actual, decide la muerte para encontrar vida en otro lugar. Elena y Felipe, se convierten, acaso, en reparadores y reformadores de la esperanza ajena, aunque en ellos habite la frustración o la más profunda tristeza: “Yo sé que lo que ustedes hacen no es legal, pero les juro que me están solucionando la vida. ¡No! Más que eso, me están regalando una nueva vida”.

De esta forma, los ensayos fúnebres, en su conjunto, construyen una constelación con las contradicciones del dolor humano y las pautas irrisorias de una sociedad trastornada que convierte a la muerte en un drama constante: “Siempre la muerte está cargada de morbo, siempre se espera algún tipo de escándalo en donde el dolor atraviesa el cuerpo y causa desmayos o gritos ensordecedores”. 

Las capas del relato, así, van espejeando las ambivalencias personales de Elena y Felipe con ironía y sarcasmo, guiando al lector hacia un presente dominado por la decadencia moral que destruye todo; todo menos el humor. Ensayo Fúnebre es una comedia que transita entre lo irreverente y lo trágico, aspecto que se esboza en tanto los protagonistas junto al cliente desesperanzado se convierten en espectadores del falso funeral mientras que, tras el vidrio, se extiende la performance social, aquel panorama protagonizado por los familiares y asistentes que, en su mayoría, mueven sus lenguas indolentes e inquietas reaccionando burlesca y cruelmente ante el supuesto cuerpo amado. 

La ficción, por tanto, desmantela al ser humano y lo ilumina como un ser mezquino que contiene sueños, amor y empatía, pero también, hipocresía y aprovechamiento si de la muerte de otro se trata: “…No sé por qué mejor no escogió un féretro barato, hubiera salido más a costo, cómo no pensó en su familia, da lo mismo como se veía si total ya está muerta...”. 

En esta comedia el humor cruza toda la narrativa, no obstante, esta mascarada cómica es eclipsada continuamente por la realidad. Es decir, en la forma humorística es donde subyace el proceso de erosión de una escritura que desafía clichés y desentraña aquellos rincones vulnerables del ser humano para hacerles un zoom y problematizarlos. Así, observamos, por ejemplo, no solo la muerte, sino que lo que la circunda; no solo la amistad, sino que las transgresiones del vínculo. 

María Luisa Córdova, con este libro se hace parte de aquellas escrituras que indagan en asuntos problemáticos, de relevancia, pero, sin caer en la revictimización ni en discursos moralizantes. Desde esa crudeza asistimos a las dinámicas humanas que, lejos de polarizarse entre villanos y héroes, tienen en su seno a personas en una profunda decadencia y desesperanza que deciden ocupar el disfraz mortuorio de arena y conchillas para escapar y fabricarse una nueva realidad. La muerte uncida a la vida, a ese hálito natural. Y lejos de ser la contracara de una dualidad, se moviliza e interfiere en cada vínculo, cada afecto, y a veces es contorneada no solo por el ocaso, sino que también por el amanecer. 

 

 

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Camila Torres Maldonado es Licenciada en Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado. Forma parte del equipo editorial de Revista Phantasma.