Por Vicente Serrano Muñoz

 

Quizás hoy más que nunca, sentarse a tomar mate con los fantasmas,

invitarlos a fiestas y bailongos, bautizarlos en sociedad, sea la mejor

manera de inocular su dominio invisible, de devolverle a la vida su poder.

–Tamara Rutinelli, “Retórica del fantasma”

 

Los fantasmas son reales. Algunos viven en casas abandonadas, hospitales desiertos y cementerios sin flores. Otros están en pasajes allanados, en antiguos centros de reclusión clandestinos, en fosas comunes que no figuran en el mapa, en tumbas sin huesos.

Un fantasma es una bestia transtemporal. Nace donde se clausura una posibilidad de ser, su origen está en el momento donde el presente crea pasado al negar un futuro. Esto explica que para Hamlet, el príncipe asediado por el espectro del padre, el tiempo esté fuera de quicio: a ‘nuestros tiempos’ los pena la sombra de los ‘tiempos otros’, pasados fantasma que nos vuelven extemporáneos a nosotros mismos.

En tanto futuro que les fue negado, tal vez somos nosotros quienes atormentan a los fantasmas. Parafraseando a César Vallejo, no podemos olvidar que todos nuestros huesos son de otro, y a Isabel Parra, que el pan que nos alimenta será siempre pan ajeno. Por eso, algo debemos a nuestros fantasmas: “Ninguna justicia –afirma Jacques Derrida— es posible sin un principio de responsabilidad ante los fantasmas de los que aún no han nacido o de los que han muerto ya, víctimas o no de guerras, de violencias políticas o de otras violencias”. Esta responsabilidad no es otra que la de hacer presente lo ausente: la memoria.

El arte, caldo de cultivo para la memoria, es una auténtica mesa de espiritismo, una ventana hacia los pasados, presentes y futuros que no fueron. Por eso, tras el proceso político que desató legiones de fantasmas a lo largo de Chile hace medio siglo, el arte local se plagó de espectros: la estética de los años posteriores al golpe de Estado estuvo guiada por la memoria de lo ausente, por la necesidad de invocar, desde la imagen o la escritura, los vacíos sobre cuya omisión se pretendía construir un relato purgado de las voces de lo que día a día desaparecía. Pero los fantasmas permanecieron.

Tal como la aparición del padre al príncipe danés, los espectros de la Dictadura se heredaron a quienes no la protagonizaron. En literatura, la crítica se ha referido a esta generación de autores como la ‘generación de los hijos’: Nona Fernández, Alejandra Costamagna, Andrea Jeftanovic, Lina Meruane, Andrea Maturana, Alia Trabucco, Alejandro Zambra, Álvaro Bisama y Diego Zúñiga, entre otros, son autores que además de cargar con los fantasmas de la generación anterior, enfrentan la culpa de no haber atestiguado el momento en que dichos fantasmas nacieron.

En este marco, la producción de Nona Fernández destaca por la explicitud de su tematización fantasmagórica de la historia chilena. La intención de hacer dialogar la realidad actual con sus pasados ocultos y futuros negados recorre toda su obra, poblada de fantasmas.

 

 

En El cielo (2000), su primer volumen de cuentos, son recurrentes los escenarios en que un personaje ocupa el lugar de otro ausente, volviéndose una especie de fantasma en vida. Por ejemplo, “Blanca” trata de una joven que se encuentra en Santiago con motivo de la muerte de su abuela y desarrolla el encuentro con un antiguo amante suyo, quien la confunde con una aparición de ultratumba de su amor de juventud. No obstante, en “Primero de noviembre” aparece el primer fantasma literal: es la historia de Dante, un poeta que ha regresado después de la muerte para dar tranquilidad a su padre anciano, que gravemente enfermo conserva esperanzas de encontrar los restos del hijo desaparecido en Dictadura.

En Mapocho (2002) los espectros jugarán un rol mucho más preponderante. La novela está guiada por la voz de la Rucia, quien tras el golpe militar y aun siendo niña ha partido exiliada a un pueblo mediterráneo junto a su madre y su hermano. En su travesía de regreso a Santiago irá encontrándose con diversas apariciones relacionadas al historial de violencia política y social en Chile: indígenas exterminados durante los comienzos de la Colonia, presidiarios forzados a trabajar hasta la muerte en la construcción del puente de Cal y Canto a fines del siglo XVIII, homosexuales ‘fondeados’ durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, y ciudadanos asesinados bajo la dictadura de Augusto Pinochet durante los setenta y ochenta.

Por último, 10 de julio Huamachuco (2007) toma como punto de partida la relación entre Juan y Greta, quienes durante un noviazgo adolescente participaron en la organización de la toma de un liceo en 1985. Dicha protesta desembocó en la detención y desaparición de dos amigos suyos, y consecutivamente en la disolución de las redes sociales que los comunicaban. El reencuentro se provocará cuando Greta se entera de la misteriosa desaparición de Juan; la investigación la llevará a dar con él en un oscuro agujero, una suerte de inframundo ubicado bajo el suelo santiaguino habitado por los espíritus de las víctimas de circunstancias violentas: accidentes automovilísticos, abusos intrafamiliares, abortos clandestinos, asesinatos políticos, etcétera.

Estos tres ejemplos demuestran cómo los fantasmas en la narrativa de Nona Fernández entrañan un profundo posicionamiento político referente a la manera en que los sujetos deben oír los ecos de aquello que ya no está o está aún por venir. Para la autora y su generación, la literatura se convierte en registro escritural de la ausencia, en una forma de articular el potencial cooptado de un pasado que continúa afectando al presente y sin cuya memoria no es posible imaginar un futuro. La ética que orienta la escritura de Fernández es clara: hay que hablar con el fantasma, toda vez que ninguna justicia parece imaginable sin considerar de un lado lo que no está y del otro lo que no ha llegado todavía. En las sociedades que cargan con un pasado dictatorial reciente, resulta imposible leer el presente sin la memoria del afuera ausente.

 

Referencias

Derrida, J. (1998). Espectros de Marx: El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva Internacional. (J.M. Alarcón y C. de Peretti, trads.) (3ª ed.). Trotta. (Obra original publicada en 1995). 

Fernández, N. (2001). El cielo (2ª ed.). Cuarto Propio. (Obra original publicada en 2000)

____________. (2007). 10 de julio Huamachuco. Uqbar.

____________. (2019). Mapocho (3ª ed.). Alquimia. (Obra original publicada en 2002).

 

Whirlhead. Eloghosa Osunde.

 

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Vicente Serrano Muñoz es Licenciado en Lingüística y Literatura Hispánica, Diplomado en Literaturas del Mundo, Diplomado en Periodismo Cultural, Crítica y Edición, y tesista de Magíster en Literatura. Investigo relaciones entre literatura y cine.