Extracto perteneciente al libro Fantasmagorías, seguido de Lo real, lo imaginario y lo ilusorio de Clément Rosset; ubicado específicamente en la primera parte, capítulo dos, primer apéndice, titulado "Sobre lo real" (67-74). La traducción fue realizada por Maysi Veuthey. 

 

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Aclaraciones. I Sobre lo real

Clément Rosset. Trad. Maysi Veuthey.

Igual que los fantasmas desaparecen al amanecer, también las fantasmagorías desaparecen en el umbral de lo real: "El sol lo disipa como si fuera niebla", escribe Maupassant refiriéndose al miedo. De esto se puede inferir una primera definición, un poco vaga, de lo real: diremos que lo real es lo que disipa las fantasmagorías, los dobles, el miedo. Naturalmente, la aparición de lo real, aunque ponga término al reino de las "apariciones", no significa, sin embargo, el fin obligatorio de todo peligro, a veces terrible. Evidentemente, es menos temible un peligro imaginario que un peligro real. No obstante, tal como señala Maupassant, el peligro imaginario es el que produce más espanto. La percepción confusa de un peligro vago impresiona más que la percepción precisa de un peligro real, aunque esta percepción pueda conllevar en ocasiones reacciones de pánico análogas a las reacciones engendradas por aquella otra. 

Lo real es, por tanto, en primer lugar aquello que queda cuando las fantasmagorías se disipan. Como dice Lucercio: "cae la máscara y queda la realidad". Algo tiene que quedar, evidentemente. Lo real quizá sea la suma de las apariencias, de las imágenes y de los fantasmas que falazmente sugieren su existencia. Ésta era ya la tesis, a grandes rasgos, de los escépticos griegos (aunque éstos mantuvieran la hipótesis de un soporte material de las apariencias que llamaban hypokeímenon, soporte que desde luego era imposible ver pero cuya existencia nadie ponía en duda). También fue ésta la tesis de su precursor Pirrón, el cual, según Marcel Conche, predicaba un fenomenismo puro que excluía la idea de hypokeímenon. La realidad es su propia fantasmagoría, y la única manera apropiada de tratarla es redactar un "Compendio de aparencias", lección que tendrá en cuenta Baltasar Gracián para llegar a las consecuencias más extremas. De modo que al querer limpiar lo real de los parásitos que lo velan, corremos el riesgo de, sencillamente, anular lo real y "tirar al niño con el agua sucia del baño"; como esos criados mallorquines que limpian con tanto empeño un mapamundi rarísimo, estropeado por haberse derramado encima tinta negra, que acaba por no quedar en él ni rastro de las manchas de tinta, pero tampoco del mapamundi (según cuenta Georges Sand en un divertido pasaje de Un invierno en Mallorca). En resumen, lo real podría estar constituido por el conjunto de los dobles y volver a la nada en caso de la desaparición de éstos. El doble de lo real es lo único real porque es lo único que se puede percibir; lo real sin doble no es nada. Encontramos una deducción intelectual totalmente similar, aunque en sentido inverso, es decir, que va desde la tesis de los escépticos a la de Pirroón, en dos frases clave de la película de Jean Marboeuf titulada Le Pt'ít Curieux (2003). "La realidad es lo que no se ve", declara al principio el librero de la ciudad donde transcurre la película, el cual vende, entre otras, revistas de desnudos y ha tomado clases de voyeurismo, cuyo triste lema se sabe de memoria. Mejor aún, su declaración va dirigida a un niño -Clément, el "pt'it curieux"- que se pasa el día fotografiando justamente lo real. El librero, ayudado un poco por Clément, precisará más adelante su comentario: "La realidad es lo que no existe". 

Nuestro aprendiz de filósofo, el librero de la película de Marboeuf, podría precisar aún más su pensamiento y decir que, si lo real es lo que no existe, lo que es real nunca se percibe (o se percibe de manera indirecta y tardía, a menudo demasiado tarde para que esa percepción sea útil o utilizable; como les sucede a las víctimas de las maquinaciones imaginarias de Boileau-Narcejac en sus novelas, que a menudo entrevén la realidad cuando ya no es momento de sacar partido de ella). De hecho, los argumentos generalmente esgrimidos contra la noción de real se parecen mucho, excepto en el genio filosófico , a los que emplea Berkeley en su crítica de la noción de materia, que él considera la principal ilusión de la filosofía. Esse est percipi, "ser significa ser percibido", repite bajo una u otra forma este filósofo para quien la percepción es la marca de lo que existe y la no percepción la marca de lo que no existe y sólo puede ser designado por una pseudo-noción, vaga y fantasmal. El genio de Berkeley consiste en haber elegido como ejemplo emblemático de una pseudo-idea, que no corresponde a ninguna cosa real, la noción de materia, que es considerada universalmente como real incluso por los filósofos más idealistas (Aristóteles, Descartes). En Tres di6logos entre Hilas y Filonús, Filonús, defensor de la bandera del idealismo contra Hilas, que no puede renunciar a la pertinencia de la noción de materia, combate la idea de materia eliminando cada una de las falsas concepciones de las mismas que sucesivamente va proponiendo Hilas, al modo de un campeón de ajedrez que desbarata todas las jugadas y obliga al fin al rey adversario, guía de las tropas de la materia, a declararse vencido. Pues no ha podido establecer que la materia pueda ser nunca perceptible o inteligible. Lo mismo sucedería, evidentemente, si yo tuviera que defender la noción de real ante los violentos ataques de Berkeley. 

 

 Clément Rosset

 

De manera diferente, aunque bastante análoga, lo que se ha llamado "realismo" medieval, por oposición al nominalismo, consistía en negarle toda realidad a las cosas reales y concretas y no concederle existencia más que a las esencias y a las ideas abstractas. El árbol no es real, sólo es real la idea de árbol. Esta concepción del realismo privaba de existencia, por tanto , a toda cosa existente y no acordaba el privilegio de la realidad más que a aquello que, precisamente, se veía privado de cualquier tipo de realidad. Este extraño "realismo" no prefigura, sin embargo, al menos no exactamente, lo que sería la doctrina de Berkeley. Sólo otorga realidad a lo que se concibe, mientras que Berkeley sólo otorga realidad a lo que se percibe. 

Así pues, nada más ambiguo que la noción de real, que tan fácilmente se deja entender en sentidos diametralmente opuestos. Ejemplo de esta ambigüedad, entre otros infinitos, es una recopilación de poesías de un autor persa del siglo XIII que, seducido por su título, Le Soleil du Rée [El sol de lo real], adquirí recientemente. Por fin alguien a quien lo real no produce náusea, imaginé ingenuamente, creyendo descubrir una nueva recopilación de Ornar Khayan cuando en realidad se trataba de un "real" que, como dice Gérard de Nerval en El desdichado, "lleva el sol negro de la melancolía". Lo Real en cuestión era en efecto una mezcla de Idea platónica y Unidad plotiniana, y el Sol que lo ilumina, la facultad de interrumpir todo contacto con el mundo sensible. En resumen, Le Soleil du Réel consistía para su autor en permitir acabar con cualquier clase de realidad, exactamente como el realismo medieval autorizaba a tener por irreal la totalidad de los objetos concretos y reales. La primera frase de la presentación del texto por su traductor debería haberme prevenido: "Todo empieza por la pérdida". 

A falta de argumentos, señalaré tímidamente que lo que no se puede percibir ni concebir no deja por ello necesariamente de ser. Sé muy bien que este pensamiento puede autorizar la superstición, la creencia en los espíritus y otros fantasmas. Pero también autoriza una intuición fulgurante de la realidad, que, en mi opinión, prescinde de percepciones y de razones. En un pasaje de su novela El vouyeur, Alain Robbe-Grillet describe pormenorizadamente el dique de un puerto, deteniéndose en cada morrillo, en cada parte de cemento que une una piedra con otra. Durante una emisión difundida por Radio-France, un crítico preguntó a Robbe-Grillet el porqué de tantas frases para describir el detalle de un dique que, aparte de su falta de interés y de importancia para la intriga de la novela, el lector apenas consigue visualizar. Respuesta de Robbe-Grillet: si me extendí tanto describiendo este dique era precisamente para demostrar que era indescriptible. Sin embargo, ese dique existe. 

Lo mismo sucede con lo real. Siempre supera las descripciones intelectuales que se puedan hacer de ello. Puede superarlas para bien, como cuando Mme de Renal, en Rojo y Negro, descubre que el futuro preceptor de sus hijos no sólo no es el eclesiástico austero y repulsivo que se teme, sino que se revela como un joven y encantador laico. Desgraciadamente, también puede superarlas para mal. Proust tiene esa amarga experiencia cuando hace saber por boca de Françoise que "mademoiselle Albertine se ha ido". La idea de esta ruptura, que seducía a Proust algunos instantes antes, era un pensamiento agradable. Pero el hecho de esta ruptura provoca un sufrimiento atroz. Así, la llegada de lo real desbarata las anticipaciones que uno haya podido imaginarse, mostrándolas generalmente como erróneas. De ahí que yo haya sugerido en repetidas ocasiones que lo real era la única cosa del mundo a la que no nos habituamos nunca.

 

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