El presente texto fue leído el viernes 13 de septiembre del presente año en el lanzamiento del poemario Los fuegos abandonados, primer libro del poeta Bastián Desidel.

 

Las palabras que empleamos para referirnos a las cosas son, en sí mismas, metáforas. En español, usamos la palabra “fuego” para designar aquel fenómeno que emite calor y luz, pero en inglés, alemán o griego son otras, y así en las demás lenguas. En efecto, la palabra, con cada una de sus letras, intenta sustituir ⸻al menos verbalmente⸻ a la cosa que deseamos señalar; y hemos elegido y acordado tácitamente llamarlo, por ejemplo, “fuego”, para no tener que disertar permanentemente descripciones sobre esto que pretendemos indicar. La palabra acorta la explicación: y la palabra, al representar la cosa, es metáfora de ella.

Esta naturaleza del lenguaje que acabo de explicar muy rápidamente (una de tantas) es, a juicio del lector presente, uno de los principios constitutivos de Los fuegos abandonados: Bastián Desidel nos recuerda que la palabra, originalmente, siempre es metáfora de sí misma; que es arbitraria con respecto a la cosa que dice referir, y que por eso es hermosa. En este sentido, el poeta no pretende usar al lenguaje, sino que, más bien, es este último quien usa al poeta para expresar su belleza exacta. César Vallejo decía que si a un animal le mutiláramos una extremidad este seguiría viviendo, mas esto no pasa con el buen poema: si le quitáramos una sola palabra al conjunto aquí presentado, perecería su propia exactitud, su concisión que a la vez se despliega en tantas posibles significaciones.

A propósito, para Jorge Luis Borges el buen poema era, por antonomasia, un texto que encierra una cantidad infinita de sentidos. De allí el asombro que este libro provoca. La concentración de palabra e imagen, de sintaxis y sus quiebres, despliega un horizonte de sentidos múltiples. ¿Por qué entonces, cabe preguntarse, un poema que opta por la concentración dice mucho más que la cantidad de palabras que usa? Consideremos, así, a uno de los principales rasgos por el cual siempre ha destacado el discurso poético por sobre otros, no sin conflictuarnos: pienso en la contradicción, es decir, en aquella característica del poema que se comporta como escenario de una suspensión del sentido lógico. Digo a este respecto lo siguiente: aquí el verso, al callar, dice; al aplacarse, estalla. En Los fuegos abandonados convive una tensión entre el decir callando y el callar diciendo: los vocablos aparecen a través de oraciones rotas, expandiendo este original sentido metafórico de la palabra hacia una hechura trizada del poema.

Asimismo, la importancia de las palabras aquí convocadas en los poemas también recae, entre otras cosas, en el sonido, en cómo ese decir silente, tenue, susurrante a ratos, rotundo en otros, nos habla, conjura, enuncia, silencia, dice. Juegos retóricos varios acuden aquí agudamente como parte de la arquitectura del sonido en el texto: aliteraciones que articulan el cuerpo sonoro del poema; homonimias que socavan el sentido del verso; anáforas sutiles que decantadas dan forma a la secuencia de lo dicho; y reiteraciones que, tautológicas, recargan aún más el peso de la palabra repetida.

Para complementar estas apreciaciones, recordemos ahora uno de los versos atribuidos a la poeta griega arcaica Safo de Lesbos que dice: “Vamos, divina lira, hazte locuaz para mí”. Cito el verso en cuestión para pensar la relación entre música y poema que existía en el origen de nuestra tradición, en los primeros poetas: los aedos y rapsodas entonaban poemas acompañados por una lira, instrumento de cuerda que, al percutirse, coincidía con las sílabas recitadas de los versos. El verso de Safo, que habría sido entonado por vez primera hace más de 2.600 años, no hace sino recordarnos que el lenguaje es un hecho que se manifiesta por medio de sonidos, y que el arte del poeta es justamente enunciarlos con elocuencia, con la concisión que hoy Los fuegos abandonados nos demuestra. Es el peso del sonido el que aquí se escribe; se hace letra, forma. Si bien, de la poeta griega solo conservamos fragmentos de una obra mayor, sí nos recuerdan estos lo esencial de aquel verso entonado que llega a nosotros todavía. Desidel ha optado por fragmentar su decir, asumiendo en las estancias (el despliegue de un poema en varias páginas), en los espacios intencionados, en las figuras retóricas ya advertidas anteriormente y en el intertexto (ese diálogo incesante con otros poetas) los elementos fundamentales de su partitura, de su melodía pretendida. Así, este decir melodioso de Los fuegos abandonados se retrotrae a los orígenes de este oficio tan liviano, alado y sagrado que es el de crear versos, de decirlos, de cantarlos.

Finalmente, sólo me permitiré citar a un personaje más que pienso puede adentrarnos en la complejidad que aquí se nos presenta. El filósofo Heráclito habría dicho, según Plutarco: “La muerte del fuego es nacimiento del aire”. La frase en cuestión alude a que, al extinguirse el fuego, este deviene aire: así, sin la muerte del primer elemento no surgiría el segundo. Es esta expresión sumamente precisa para merodear una obra y un título tan evocadores como Los fuegos abandonados: lumbreras agonizando, lámparas que se abandonan para dar nacimiento al habla, al poema. Abandonamos el fuego para que en su extinción surja el aire nuevo con el que se hablará. Entonces, parafraseo vilmente a Heráclito y concluyo: “El abandono del fuego es nacimiento de la voz”.

 

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Poema de Los fuegos abandonados:

 

Preludio para Umberto Saba

 

En esta casa de madera, te observo,

y aunque muerto te sabes,

te oigo y concuerdo en la preocupación:

el tiempo todo se lleva. Advertimos

demasiado tarde el germen de la soledad;

así, tu voz es la mía, rodeados

ambos de un siglo extraño que también 

terminará por acabar. Nosotros,

junto a tantas otras voces fundidos,

cifraremos la infinita odisea

en los vastos sueños de quienes vendrán.

 

Fotografía del lanzamiento del poemario Los fuegos abandonados de Bastián Desidel.

 

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Victor Campos (Iquique, 1999). Licenciado en Literatura Hispanoamericana, PUCV. Participó en el Taller de Poesía de La Sebastiana (2018). Ha colaborado con ensayos, reseñas y textos críticos en los sitios Cine y literatura y La Calle Passy 061 como también en la revista de poesía y crítica WD40.

 

Bastián Desidel Escurra (Quilpué, 1998). Poeta. Becario del Taller de Poesía «La Sebastiana», de la Fundación Pablo Neruda, versión 2019. Ha publicado poemas y ensayos en revistas como 49 escalones, WD-40, Letras, Viajeinconcluso y Círculo de poesía. Se desempeña como psicólogo educacional.