A propósito de la fotografía, siempre es sano recordar que el ojo maquínico de la cámara no es, precisamente, un instrumento técnico-objetivo, al menos no en el sentido de la mímesis y el espejo. Así como toda mirada, lo fotográfico es otro método simbólico que modifica las formas perceptuales de la realidad, solo que, a diferencia de otras artes, el asunto no consiste solamente en lo figural.
En estricto rigor, el proceso radica en la creación del negativo. Si bien este suele considerarse como la imagen primaria, no significa que se encuentre exento de la pugna cultural de la representación. En toda forma plástica habita una red compleja de valores que, en este caso, está supeditada a la administración de la luz. En el negativo, tanto la luminosidad como la sombra son acentuaciones del espectro escópico. Tanto la una como la otra, en cierto sentido, son instrumentos del régimen de la mirada.
Si bien las fotografías de L. Felipe Toledo no son especialmente reflexiones sobre el negativo, su énfasis en la luz nos obliga a pensar en la condición fundamental de la imagen. En el positivo de la fotografía, la luz adquiere un rol protagónico: los destellos que se posan tanto en animales como en objetos diseccionan esquemáticamente el espacio urbano. De pronto, aquel montículo citadino repleto de construcciones adquiere aspectos heterogéneos. Gracias a la luz, somos capaces de diferenciar a un hombre de su trabajo, así como a una paloma del asfalto. Ahora, lo importante en la fotografía en escala de grises es que la sombra no funciona como un contraste, sino como un cuerpo autónomo e independiente. Así, las manos que se asoman delante de una ventana se nos revelan opacas, como forados que resisten la saturación de la luz natural. Luego, el negro inunda la totalidad de lo animal en un gato. El cuerpo y su sombra comparten la misma escala cromática, en tanto la estela de lo que existe no se diferencia de su origen. Es decir, solamente en el intersticio de la luz y la sombra es donde la imagen logra alcanzarnos.
Texto de Víctor González Astudillo.
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Fotografías de L. Felipe Toledo Castro:
Estas fotografías son micro-historias trenzadas por la sombra y la luz. Tal como señala Adolfo Couve, la sombra es una cosa infinita —hacia adentro, profunda— que no tiene cuerpo. En cambio, la luz se hace cuerpo. Existe un misterio entre estas dos consistencias: desde allí asoma la belleza, esquiva, profunda e incierta. De esta manera, lo que emerge de estas imágenes son manifestaciones visuales de lo humano, lo animal y la supervivencia cotidiana, en un deambular entre las ciudades de Rancagua y Santiago de Chile.
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L. Felipe Toledo Castro (Rancagua, 1995). Lic. y Docente en Historia (UDP). Su búsqueda en la fotografía se desarrolla de manera autodidacta, impulsado por el reconocimiento de su entorno, recuerdos y evocaciones entre el género callejero y documental como un testimonio fragmentario de la historia de andar a pie.