En la de un libro, la vejez de un cuerpo. Una hoja resquebrajada se desplaza del blanco al sepia, las esquinas se repliegan, continúan la escritura. La deriva empieza por los márgenes, el texto se encuadra como en la maquetación del libro, como quien enmarca una fotografía -es la luz, efectivamente, la que transmuta el papel-, y la palabra se presenta, entonces, como imagen antes que lengua. El aroma, por su parte, afecta nuestras formas de tocar. La rugosidad de los dedos se (re)conoce en las superficies. Vejez del libro: la hoja aún no se desprende del lomo. Primeros días de otoño: las hojas del árbol aún no se desprenden del árbol. (“Manzanas amarillas/ aún por caer/ de un árbol deshojado”, nos visita Paul Auster). Algo persiste. Una escritora busca a una escritora en su biblioteca. La encuentra, la redescubre, la hace circular. Sumerge sus manos en el texto, lo horada: la grieta de la palabra en la grieta del papel. ¿Qué nos dicen hoy un texto, una autora resistiéndose al olvido?
Publicado en 1971 y reeditado por primera y, hasta hace poco, última vez en 1989, hacia finales del año pasado llegó a las librerías una nueva edición de Extraños Visitantes de Alicia Enríquez (Concepción, 1917-Santiago, 2006), esta vez, bajo el sello editorial Bisturí10 y luego del trabajo de la escritora María Mazzocchi, quien tipeó un ejemplar del 89’ y prologó la reciente publicación, dando cuenta de los procesos que la posibilitaron y de algunos datos sobre la vida, la escritura y el oficio intelectual de Enríquez -sobre quien la información es escasa-, así como de los rasgos epocales y estéticos de la obra: “un palimpsesto que deja traslucir gestos vanguardistas y metaliterarios, entrelazados con experimentaciones del neobarroco y del realismo mágico propio del boom latinoamericano, pero que encuentra sus bases más profundas en el existencialismo francés y el romanticismo alemán”. Lo que está en juego es, entonces, un anacronismo.
En Extraños visitantes se reúnen ocho cuentos en una contigüidad que está dada, entre otras cosas, por la cadencia. Hay en cada relato una voz -intercalada equitativamente entre primera y tercera persona- que se desplaza, cuidando cada uno de sus recursos literarios, hacia el exceso, y allí donde la trama indica un cúmulo cadáveres, se acumulan, también y en forma maciza -la experimentación neobarroca que señala Mazzocchi-, los adjetivos y los verbos, tal como ocurre en el cuento “El hallazgo”, cuando obreros descubren un cúmulo de cadáveres en el alcantarillado, o bien, como en “Paz sin costuras”, cuando Max “miró y vio surgir a su alrededor cuerpos tronchados, mutilados, carbónicos, ardiendo, desfigurados, enterrados sacando manos implorantes, hablando un idioma de sonidos asfixiados, arrastrarse, correr, gemir”.
Extraños visitantes. Alicia Enríquez. Reedición por Bisturí 10 en 2023.
El gesto, por lo demás, apunta al contexto histórico: Max, el protagonista del relato, sueña que está solo, en medio de un desierto en donde repentinamente comienzan a aparecer estos cuerpos; Paulina, que es su pareja, y su suegra, por medio de quien se confrontan distintas épocas, distintos momentos del proyecto modernizador, y luego hombres que conversan con diplomacia sobre “países destruidos, pueblos, continentes enteros y masacre con bomba” hasta que el paisaje mismo experimenta mutaciones apocalípticas como volviendo a un infierno remoto, en un espanto que acaba por cercenar el lenguaje y por plegarse a la mirada del protagonista.
Pero, tal como en “Paz sin costuras”, también en el resto de los cuentos están en funcionamiento estas preocupaciones que acaban por constituir una voz autoral, o una autora implícita, si se quiere. Así en “La ciudad de bronce”, a la que fue a dar un caminante que se estacionó un tiempo en las casas metálicas e internamente conectadas entre sí que allí lo recibieron con las puertas más abiertas para entrar que para salir y en donde ofició como extraño visitante, esto es, como un afuera en medio de personas tan gentiles como sumisas, aplastadas por un aire fabricado y sin cielo.
Y, a propósito de los opuestos (como, anteriormente, el adentro y el afuera), el cuento “La escalera”, el primero del conjunto, da cuenta desde ya de ciertos aspectos de la poética de Enríquez que ya se han mencionado, en tanto los opuestos funcionan, a su vez, como excesos. Arsa, una mujer cuyo nombre significa “cansada”, anhela conseguir un “título”, pero sabe que su esfuerzo es vano, que se lo negarán bajo los argumentos de siempre: el raciocinio, la ciencia, el humanismo, el género. Y, por si fuera poco, el tiempo, la sensación constante de que algo está por terminar. Y, por si fuera poco, el caballo que le crece en el cuerpo. Volviendo, sin embargo, al tema de los opuestos y los excesos, lo que ocurre en medio de este relato es el encuentro de Arsa con una mujer embarazada y desdeñosa, a quien ayuda a subir por una escalera que se va estrechando. El mal carácter y la gordura de la mujer, nominada siempre por un adjetivo diferente -no en vano el título del conjunto es, a su vez, un epíteto-, ponen en funcionamiento la representación de lo grotesco. Arsa, en tanto, se queda sin tiempo y experiencia constantes transformaciones físicas.
Las formas de lo “raro” o “extraño” se diversifican a lo largo del libro e incorporan, a modo de alegorías, a las personas, a los animales, a las plantas, a los acontecimientos y a los espacios. Pero, sobre todo, al lenguaje. Entre la capital y el puerto, y como en la angustia del verso de Lorca, el libro compone una búsqueda, un ensayo constante del lenguaje. Sea como suspiro, sea como acumulación pero, en cualquier caso, nunca como un ejercicio siútico de, por así decirlo, autocomplacencia léxica. Hay, por el contrario, una voz incómoda, que participa de su contexto a la vez que se distancia y plantea, entonces, problemáticas contemporáneas. La pregunta del comienzo (¿qué nos dicen hoy un texto, una autora resistiéndose al olvido?) tiene que ver con estas problemáticas que se agilizan la escritura de Alicia Enríquez, pero también con los procesos de producción que rodean al objeto libro: con la decisión editorial de poner sobre la mesa hoy estos cuentos que no dejan de sembrar interrogantes, de replegarse como un laberinto, o bien como una de sus escaleras en donde al habitar, más que al transitar, no se sabe muy bien dónde se está, y la única alternativa posible, insuficiente o no, parece ser seguir trabajando con el lenguaje.
Selfies in the sea (2023). Béatrix Andresdottir.
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Marcelo Quinteros Fuentes es Tesista de la Lic. en Lingüística y Literatura Hispánica por la Universidad de Chile. Forma parte del equipo editorial de Revista Phantasma, donde se encuentra a cargo de la sección de poesía. Fue becario del taller de poesía impartido por la Fundación Pablo Neruda durante el 2023.