Por Víctor González Astudillo
Las primeras páginas responden mis preguntas iniciales frente al libro: ¿Por qué un diccionario? ¿Qué hacen los diccionarios? ¿Con qué contribuye un diccionario? Ciertamente, en periodos donde las humanidades avanzan hacia el destino común de la especialización científica, los diccionarios aparecen como una suerte de seguro epistemológico frente a los obstáculos que amenazan el trabajo investigativo. Durante mi formación como literato, me vi en la obligación de recurrir constantemente a diccionarios específicos, en materias que van desde la teoría literaria hasta el trazado conceptual de cierta obra perteneciente a cierto autor. Si bien muchas veces el proceso fue casi automático —copiar una definición, formularla en otras palabras, seguir con la escritura—, recorrer páginas y páginas explicativas dejaba en mi la experiencia de la cartografía; esto es, la posibilidad de trazar, mapear y visualizar con fines exploratorios. Los diccionarios especializados son lo que prometen: una guía, o bien, una ruta recomendada para quienes deseen iniciarse en cierta materia, pero lo cierto es que, a pesar de que contengamos ya en nuestras cabezas la extensa nomenclatura de un problema, los diccionarios nos recuerdan que aquellas disputas en torno a las palabras continúan vivas, por lo cual, las entradas lexicográficas que más valoramos siempre son aquellas que abarcan varias páginas, incapaces de anexar cierto fenómeno a cierta categoría verbal.
Y en coherencia con lo dicho, así como señalé en un principio, la página inicial de Pequeño diccionario del Antropoceno (2023), escrito por Yuri Carvajal y editado por Saposcat, nos señala algunas respuestas respecto a la necesidad del enciclopedismo. “El propósito es disponer de un vocabulario mínimo para comprender la actualidad geológica de nuestras vidas, el entrelazamiento íntimo de geofísica, biología e historia social en la actual crisis planetaria”. Por supuesto, este entrelazamiento ocurre al interior de sus páginas. Los conceptos abarcan figuras comunes del entorno natural/espacial, tales como el fuego, la luna, las placas tectónicas, etc, así como también recorre algunas discusiones en torno a la vida microbiótica, el desarrollo de la ecología, algunas perspectivas antropológicas respecto al chamanismo, e inclusive, dedica una entrada a la figura de Franz Kafka, quien, según Carvajal, “contiene[e] el Antropoceno en sus palabras”. No porque su escritura sea particularmente geológica —me atrevería a decir que lo es, en cierta etapa—, sino porque su existencia, así como la de todo sujeto, se vio afectada por las circunstancias de la catástrofe antropocénica: esto es, la guerra, el totalitarismo, el bombardeo de extensas zonas que alguna vez fueron hogar para la vida en toda su multitud.
Esta forma de pensar la actualidad antropocénica como un conjunto de experiencias y saberes no es, claro está, una perspectiva poco tradicional. Las contribuciones al problema del Antropoceno y la sexta extinción masiva por parte de Bruno Latour —autor a quien está dedicada la segunda parte del libro—, Donna Haraway o Anna Tsing, son pruebas de esto último. Pero, sobre todo, son el testimonio de la necesidad de pensar el tiempo actual en una clave bastante similar a la propuesta por Carvajal en su diccionario. No es posible percibir la profundidad del tiempo histórico si no es mediante un entramado colaborativo. La tesis del actor-red, el despliegue de una mirada chthulucénica, y en el caso de Tsing, la inclusión de cuerpos domesticados en la historia multiespecie, son intentos de abarcar aquellos territorios materiales donde las palabras alcanzan su límite, lo que quizá, es bastante similar a los confines de nuestro entendimiento, al menos en el caso occidental. Carvajal nos lo recuerda del siguiente modo: “Las palabras no crean realidad […] Las palabras, en general, van por detrás de los hechos, pero ayudan a reconocerlos”. Más allá de que existan acontecimientos que están completamente sumergidos en la virtualidad, el llamado a repensar la dependencia material de las palabras es coherente con la aparición de un diccionario no definitorio: es el problema, el tiempo crítico de Kairós, quien demanda una nueva preocupación, un lecto más profundo, un intelectualismo más eficiente.
Pequeño Diccionario del Antropoceno y Humos/Humus. Yuri Carvajal. Saposcat.
Ahora, habría que señalar que esta panorámica múltiple dialoga constantemente con la segunda parte de la publicación: “Humos/Humus”, un breve ensayo, bastante creativo, que se despliega mediante la metáfora del título, esta es, la de un estilo de vida asociada a la extracción carbonífera, la cual está en directa oposición al fenómeno terrestre del humus, referido a la existencia de todos los organismos ctónicos, pertenecientes al subsuelo, y a su consiguiente ciclo de vida. Claro está que el animal humano pertenece a esta última categoría, no solo porque en la composición etimológica de su nombre aparece el concepto de humus, sino también porque nuestra cultura ha continuado la costumbre del entierro. Al momento de nuestra muerte, nuestro cuerpo entra en aquel entramado telúrico de los seres subterráneos.
Ahora bien, el humus también puede ser entendido del modo en que lo proponía Haraway, esto es, una suerte de figura iconográfica que permite entender los procesos de compostaje a los cuales podrían recurrir las humanidades del futuro. Como fenómeno terrestre, el humus es la capa superficial de un suelo extremadamente fértil, esto porque tanto hongos como una infinidad de entidades microbiotas, han descompuesto restos orgánicos con el propósito de nutrir cierta zona del suelo. Tales restos van desde desechos vegetales hasta lo que queda de un animal, los cuales son dispersos a modo de nutrientes por los seres saprófagos, quienes esparcen el carbono presente en los cuerpos a través de la tierra. Tal proceso, para Haraway, así como también para otras y otros autores, puede ser útil como alegoría para el desarrollo científico en diversas áreas: para que sea posible expandir los límites de la teoría, es necesario preparar un suelo fértil mediante las contribuciones realizadas por investigaciones anteriores, de modo que a partir de un proceso de compostaje, los nuevos campos, así como sus tecnolectos, se constituyen mediante la reutilización de palabras que han alcanzado nuevos horizontes a partir de su estructura basada en el bricolage y el reciclaje. Pero no solo eso, el humus también es útil para pensar la responsabilidad del animal humano respecto a su impacto en el mundo, ya que los procesos de vida y muerte no son exclusivos del tiempo antropocénico, sino que forman parte del extenso entramado de los seres orgánicos.
Este compostaje, obviamente, aparece en la lógica del diccionario de Carvajal, ya que, es a partir de la recopilación de diferentes miradas sobre un mismo problema, que es posible pensar e identificar los conflictos profundos del Antropoceno. Pero, evidentemente, la poca o nula preocupación por lo terrestre ha generado las actuales catástrofes que nos amenazan hoy en día como especie. El propio autor lo señala cuando recoge las palabras de Benjamín Subercaseaux, esto a propósito de la intrusión de los barcos en la vida de Jemmy Button. Los enormes buques de pesca, de exploración, de comercio, etc, no solo sostienen las formas ortodoxas de la modernidad, sino que también transportan los diversos antromas que el propio sujeto occidental ha construido: “El clima de occidente se ha extendido por doquier, a partir de esos viajes y de la vehemencia en el uso del carbón/carbono”.
Tal apunte puede ser leído a partir de la dicotomía entre “humos” y “humus”, ya que, aparentemente, si pensamos en la huella de carbono como uno de los principales signos de la actividad civilizatoria, la sociedad occidental pareciera estar anclada primordialmente a una perspectiva técnica respecto al cielo, al espacio aéreo. La modernidad, mediante el desenfrenado extractivismo de recursos fósiles, pareciera consumirse a sí misma mediante la emisión de gases de efecto invernadero, como si el planeta estuviera repleto de bocas que emiten un vaho permanente —hemos de recordar que la palabra humo viene del latín fumus—. Por lo cual, pensar la superficie del planeta, lugar donde la biomasa acontece, como una suerte de espacio subterráneo frente a las propiedades gaseosas del capitalismo avanzado, no deja de ser una idea por lo menos interesante. Ya que, así como ha ocurrido en periodos catastróficos del pasado, la vida ha insistido en su supervivencia en los lugares más profundos del planeta, sean en las zonas abisales de los océanos, o bien, en los lugares más recónditos del subsuelo.
El Pequeño diccionario del Antropoceno cumple con su cometido, en tanto es sumamente útil al momento de orientar tanto el desarrollo de investigaciones introductorias en torno al Antropoceno, así como también la ruta de lectores interesados en este ámbito, pero que no saben por donde comenzar. La escritura es prolija, acotada y específica, pero sin dejar de lado una suerte de estilismo ensayístico al momento de recorrer los diferentes sucesos que componen la vida moderna en los espacios antropogénicos. Además, el libro se hace cargo de su propia geolocalización, ya que no debemos olvidar que Chile también forma parte de este camino mortal hacia la extinción holocénica. Los temas fluyen con naturalidad, por lo cual, se hace facil relacionar los conflictos nacionales de nuestro país con el extractivismo agresivo del centro planetario, esto es, el primer mundo industrial de Europa, China y Estados Unidos. Básicamente, todo aquello que se encuentra en el polo norte de nuestro mapa político. Además, las diferentes coyunturas que aparecen en el diccionario, nos invitan a investigar más allá a propósito de los límites del concepto de Antropoceno. Si bien no aparecen señalados, las y los lectores podrá encontrar pequeñas sugerencias respecto al Capitaloceno, el Tecnoceno y otras variantes asociadas a otras dimensiones de la catástrofe planetaria. Con seguridad, el pequeño diccionario logra dialogar con todas aquellas personas que perciben los tiempos actuales como una época de urgencia permanente.
Obreros a las afuera de una cantera en las zonas montañosas de Egipto. Kareem Elbana (2024).
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Víctor González Astudillo, Chile. Licenciado en Lingüística y Literatura Hispánica por la Universidad de Chile. Diplomado en Literaturas del mundo: problemáticas actuales, por la misma universidad. Actualmente se encuentra cursando un Magister en Literatura. Escribe reseñas para diferentes medios digitales, así como también es el responsable del proyecto de difusión y crítica Revista Phantasma.
Yuri Carvajal Bañados es Doctor en Salud Pública de la Universidad de Chile, profesor de Estadística, Epistemología y Sociología. Estudia la historia natural y la sociología de la vida hospitalaria. Es editor de las revistas Antropoceno-zc y Cuadernos Médico-Sociales, además de escribir y colaborar en numerosas publicaciones, medios y organizaciones.