Por Emmanuel Montes Álvarez

La primera vez que leí a Paul Auster fue con Sunset Park en una edición de Anagrama. A partir de ahí, teniendo en cuenta el fatalismo geográfico de vivir en Cuba y no tener acceso a otros libros del autor ni de la editorial, intenté cazarle la pelea siempre que me movía por librerías de segunda mano, de libros de uso, que, en La Habana, es donde se pueden encontrar las mejores opciones. No fueron pocas las veces que pregunté por "Auster" y tras varios segundos, me sacaban algún que otro ejemplar de "Austen" alegando que no conocían al de la Trilogía de Nueva York, al de La música del azar. Solían sacarme un ejemplar de Orgullo y prejuicio, quizá creyendo a la británica Jane Austen alguna pariente lejana del americano, pero, como tal, de Paul Auster no conseguí ningún otro libro hasta que por azares de la vida, en una Feria del Libro, una librería mexicana ofertaba libros del sello Booket y ahí me hice de El libro de las ilusiones. Desde entonces y hasta que logré hacerme de otros títulos suyos, mi relectura de esos dos ascendió a un promedio de nueve o diez.

A falta de unas pocas novelas —entre ellas, por supuesto, Baumgartner, la más reciente—, he leído un total de trece libros de su autoría entre ficción y no-ficción. Entre altas y bajas, he llegado a la conclusión de que, el oficio de saber contar una historia, Paul Auster lo domina a la perfección. Tiene un talento especial para agarrar de la mano al lector y conducirlo por parrafadas en apariencia triviales, pero que no desagradan, sino todo lo contrario: leerlas resulta muchas veces como un paseo ameno.

Gracias a mi hermana estuve dos meses en Miami y el día de mi cumpleaños veinticuatro, visité una librería que llevaban unos venezolanos y me hice de ¡seis libros! de Paul Auster. Todos comprados de una vez. Para leerlos con gusto, míos, para saciarme. Toda persona que viva en Cuba sabrá lo difícil que es hacerse de ciertos libros y más teniendo en cuenta que se trata de autores no publicados por las editoriales nacionales. Los libros de Auster que circulan en Cuba son ediciones extranjeras, de Anagrama en su mayoría, o del sello Booket, de Seix Barral cuando más. 

Tal vez por ser mi primera lectura suya y la que más he revisitado en distintas etapas de mi juventud, la que más me resulta atractiva es Sunset Park (2010) tanto por la trama de Miles Heller como por su exquisita traducción a cargo de Benito Gómez Ibañez, y porque, en una parte de la novela, se aborda el tema de la libertad de expresión en relación a la fatwa que se le aplicó a Salman Rushdie, y al caso del chino Liu Xiaobo. De El palacio de la luna (1989) y El libro de las ilusiones (2002) podría decirse que se trata de un par de novelas que, tanto en su tono como en su composición, serían una suerte de bilogía, o una variación más sobre el mismo tema. Los personajes centrales de ambas novelas se entrecruzan: Marco Stanley Fogg y David Zimmer son amigos y en algún punto de la vida se dejan de ver; las tramas, de cierta forma, siempre tributan a esa suerte "austeriana" de que el azar presupuesta la diégesis. Asimismo, temas como la soledad, el desamparo, la incomprensión, salen a relucir en las dos obras y se ceban en sus respectivos protagonistas.

Una novela que me dejó buen sabor fue La noche del oráculo (2003), por ese muy bien logrado rejuego metadiegético. La historia dentro de la historia dentro de la historia, esa caja china que Auster manejó muy bien, hizo que la historia de Sidney Orr se me quedara en la mente durante mucho tiempo. Con Brooklyn Follies (2005) me sucedió algo parecido, pero a diferencia de Sidney Orr y sus historias, los devenires de Nathan Glass y su peculiar círculo de allegados me resultaron algo menos creíble. Tal vez la sobreexplotación del recurso "azar" hizo que la novela llegara a un punto en que la fatiga del lector pudiera manifestarse. Tantos avatares para sus personajes, tantas historias poco comunes, conspiraron en contra de una de las pocas novelas con el mejor final que he leído. Ese final del pobre Nathan saliendo del hospital, esperanzado tras rebasar un colapso, viendo con buenos ojos la vida, el mundo, Nueva York, cae en saco roto cuando el propio Auster nos deja saber la fecha en la historia misma: 11 de septiembre de 2001. Nada más terrible para alguien que se amista otra vez con la vida que estar a punto de presenciar una catástrofe como la del World Trade Center. 

Si algo tiene presente alguien que haya leído a Paul Auster, es que arrastra ciertos tópicos a través de sus novelas, no importa el tema ni la trama, sino que intenta encajarlos y hacerlos parte de lo que quiera contar. Como el factor de que muchos de sus personajes son hombres derrotados: Nathan Glass, Sidney Orr, David Zimmer, Marco Stanley Fogg. Son hombres que, en el momento justo que empieza la obra, en esa primera oración, intentan sobreponerse a alguna enfermedad mortal, a algún hecho devastador. O, por igual, su constante alusión a escritores perdidos, a escritores forzados a contar la historia que les ha tocado, como si los escritores no escogieran la historia a contar y en cambio la historia los escogiera a ellos, despechados, pobres, derrotados, escritores maltratados por la vida. Como en Leviatán (1992), una suerte de novela "caótica" donde la diégesis queda distribuida entre los avatares un tanto rocambolescos de Peter Aaron para contar la historia de Bejamin Sachs. De todas las que he leído, es la que menos ha calado en mí. Tal vez por la manera muy rápida de saltar de una escena a otra, de una experiencia a otra, dejándome a mí como lector en un limbo demasiado irreal (muchas escenas poco creíbles, algo forzadas en la trama) en relación a todo lo que le sucede a los personajes, como si hubiese sido ese el propósito inicial de la novela: forzarlo todo en relación a los personajes. 

Si hay un par de novelas que podrían conformar mi top 3 junto a la ya mencionada Sunset Park, esas serían La música del azar (1990) y Tombuctú (1999). Un par de novelas cortas muy bien concebidas tanto en su ritmo como en su propuesta narrativa. La historia de Jim Nashe en compañía de Jack Pozzi y la partida de cartas fallida para terminar envueltos en la construcción de un muro, resulta atractiva desde su comienzo. El ritmo de su prosa, traducida por Maribel de Juan y publicada en español por Seix Barral, cierra de manera magistral con todos los personajes en el carro de Nashe, a todo motor, a punto de una desgracia. Así culmina la novela, dejándonos suspendidos en un vacío que, como lectores, nos vemos obligados a rellenar con nuestra decisión. 

Tombuctú es una obra maestra desde la primera oración. La manera de convencernos a los lectores de que un perro puede pensar y hacer uso de la lógica humana es sencillamente hermosa. Así como también las técnicas narratológicas que Auster utiliza en la novela para hacernos más potable la historia. Ese sueño de Mr. Bones donde se transforma en una mosca, porque en los sueños todo puede suceder, para ver cómo va a morir su dueño en un hospital, para Paul Auster es como vestirse de gala, como mostrar sus dotes de escritor de raza, de maestro de la ficción. Precisamente eso es lo que lo avala como uno de los mejores escritores norteamericanos, su manera de engancharnos a una historia sin que podamos despegarnos de ella. Es por ello que, Paul Auster, es uno de los escritores más literarios que existen hoy día. 

No obstante, si su obra de ficción puede tener altas y bajas, para mí resulta mucho mejor en su obra de no-ficción. Un libro como La invención de la soledad (1982) resulta una obra maestra al lado de muchas novelas que ha escrito. Los temas que trata, la manera de abordarlos, la forma de tratar el vínculo padre-hijo. Asimismo, A salto de mata (1997) es como una Biblia para cualquier persona que quiera iniciarse en el mundo de la escritura; donde se cuentan sus propios avatares en relación a su vida de escritor. 

Si bien son dos libros que dejan un muy buen sabor, Creía que mi padre era Dios (2001), el libro donde compiló historias verídicas de la vida norteamericana es una joya en toda su regla. Demasiado conmovedor. La manera de agrupar todas esas anécdotas y la sensibilidad con la que están expuestas es lo que hace de ese libro un claro ejemplo de literatura. Muchas de las historias ahí contadas, como gran parte de los libros "austerianos", sin temor a equivocarme, suelen dejar su marca en el lector una vez terminadas: para siempre en la memoria.

 

Paul Auster en diciembre de 1987. Fuente: Revista Vanity Fair.