Por Ángeles Díaz Jofré

Antes de comentar Le viste la cara a Dios (2011) de Gabriela Cabezón Cámara, vale contextualizar brevemente el mito de la Bella Durmiente, ya que a partir de este se esboza el escrito. Durante los años 1634-1636 se publica, de forma póstuma, el Pentamerón del autor Giambattista Basile, quien en su obra recopila cuentos de hadas de la tradición oral. El público de estas historias no era, en ningún caso, infantil, sino que eran parte de la cultura popular campesina, y estaban destinadas principalmente al entretenimiento de los hombres. Entre las narraciones se encuentra “Sol, Luna y Talía”, un relato sobre Talía, quien al pincharse el dedo con la arista del lino cae dormida. Durante ese lapso, un rey, en su jornada de caza la encuentra gracias a su halcón; acto seguido, “habiendo quedado encandilado ante sus beldades. La llevó en brazos hasta un lecho y allí recogió los frutos del amor, y, dejándola acostada, regreso a su reino, donde no se acordó mucho tiempo de lo que le había sucedido” (Basile 423). 

Luego, en 1694, viene la versión de Perrault, recogida en Los cuentos de la Mamá Oca, obra donde también conviene advertir que el lector objetivo no son infantes:

es un error creer que su primera intención fue dedicar su obra a niños y niñas, ni mucho menos pretender crear una literatura destinada específicamente para ellos y ellas. Es cierto que Perrault contribuyó a la burgesificación de los cuentos populares, pero fue sin advertirlo que pavimento el camino para una posterior creación de la literatura para niños/as que fuera útil al introducir normas de conducta para la crianza (Valenzuela León 40).

Hasta este punto, es importante advertir que no basta con que una historia tenga una lección para concluir que es, necesariamente, para niños/as; esta asociación (entre moraleja e infancia) se materializa posteriormente con los hermanos Grimm, quienes “no fueron solo recopiladores, sino sobre todo contaminadores creativos y artistas” (Ibid. 42) siendo, entonces, Wilhlem Grimm quien comienza a situar a los cuentos de hada como parte de la esfera infantil. Entre estas reescrituras, es el cuento de la Bella Durmiente que se transforma para así incluir los imaginarios que actualmente son conocidos masivamente: las hadas buenas y la hada vieja, fea y mala; los dones y la maldición; el huso; la maleza de hierba que crece hasta ser bosque durante el letargo; y, por último, el príncipe. Además, el mensaje es el mismo: todo gira en torno a una mujer de la que conocemos todo y nada a la vez; sabemos que es bella, que su situación es trágica, que un hombre la salva, y que, finalmente, se enamora, pero nada de su carácter, opinión, miedos o gustos, sin embargo, es ella la protagonista. Ahora, teniendo el recorrido histórico presente, ¿cuál es el mito que representa esta historia? ¿la moraleja?: La espera. 

Considerando lo anterior, Cabezón Cámara sitúa la narración en Buenos Aires, Argentina; en un puticlub. La “Beya durmiente” es el apodo que le han otorgado al nuevo atractivo del lugar, secuestrada y forzada a prostituirse. La novela se divide en tres partes, definidos a partir de los siguientes hitos: primero, la tortura; segundo, el plan de escape; y tercero, la huida. A través de estos elementos se pretende comparar esta cruda historia con el imaginario popular. 

Vale destacar que estamos en un mundo primordialmente masculino, no hay hadas madrinas con regalos, sino santos de devoción a los que nuestra protagonista recurre constantemente en busca de un refugio: San Juan, San Jorge y el profeta Malaquías, pero estos son incapaces de socorrerla. A lo largo de la novela vemos extractos de sus discursos religiosos, como si se tratasen de consejos para enfrentar la noche oscura del alma, sin embargo, se revelan como palabras y palabras que, pobremente, redundan en lo obvio del deseo de la torturada y del religioso: la necesidad de irse con Dios. 

La sujeto femenino, al no tener respuesta de sus hados padrinos, piensa que durmiendo podrá subvertir las violaciones, las cuales son sus clases para ser prostituta. No obstante, si bien no hay hadas madrinas, acá si hay una mujer maligna “la vieja bruja Medina, que te inyecta merca, Beya, te trae de regreso” (p.20) impidiendo su letargo.

No hay regalos, tampoco dones, solo la maldición de ser mujer y de ser vista/secuestrada por el Cuervo, de ser considera deseable, según nos cuenta la voz heterodiegética “y te lo digo por tu bien, es que te siguen queriendo por todos tus quilos vivos de carne suave y latiente” (24). Ante esto, la protagonista, resignada por no recibir ayuda de sus santos aprendidos en las clases de catecismo, ha de inventar estrategias para salvarse sola, por lo que decide clavarse la aguja del huso, es decir, el genital del Cuervo, impactando así al narrador:

estás lista para un óscar por tu representación de víctima seducida. Les pedís perdón a todos, al Cuervo Rata, a Medina, les decís que merecés que te caguen bien a palos, le jurás amor al Rata, le rogás por más paliza, decís que lo harás famoso porque le daras a los tipos los polvos más memorables de toda la zona sur y al final pedís más clientes porque quiero darte más papá, pedís golpes y castigos y pedís parirle más hijos para que pueda venderlos en el mercado ilegal, te vía llenar de chinitos si me metés esa verga (…) (p.27).

Así comienza la actuación para intentar ganar la confianza de sus secuestradores. De ese modo inician los verdaderos 100 años de ensoñación, en los que, poco a poco, el Cuervo, cada vez más conquistado por Beya, la hace trabajar menos. Como ya se mencionó, el escenario es un prostíbulo, por lo que no hay terreno donde puedan crecer bosques, en vez de ello, las figuras para reemplazar la naturaleza son las secreciones que florecen adentro y fuera de todo el cuerpo femenino, entre ellas se menciona: "hemorragias internas" (18); “tu cuerpo (…) un tanque de acero vacío donde lo único vivo parece ser la red de nervios (…) y ese corazón rompiéndose, con sus díastoles y sístoles de bombardeo japonés y sus saltos desquiciados de taquicardia cebada” (22); "ese moco amarillento que te baja de la oreja" (23). Finalmente, la corporalidad es sinónimo de gravilla, arenosa y drenada, solo el cactús puede crecer ahí: 

ay, Beya: estás verde, te creés un cactus, te delirás aloe vera, te guardás la savia de odio en tu carne tumefacta, sentís crecer las espinas que alejarán a los dientes de los chacales cagados de esas arenas del orto, le das tus hojas al sol que te abrasa como el fuego a los injustos en el juicio del Señor y te aferrás con los pies como raíces de planta de médano en el Sahara en un esfuerzo botánico, de voluntad vegetal que no mide viento ni ingravidez del suelo porque cayó donde pudo y la caída en la tierra es un hecho irreversible en la vida vegetal. (p.25). 

 

Le viste la cara a Dios. Gabriela Cabezón Cámara. Editorial Los libros de la Mujer Rota.

 

En las versiones de Grimm y Perrault, el bosque tenebroso crece alrededor de la torre de la Bella Durmiente para evitar intrusos, como el rey del cuento de Basile. Gabriela Mistral en su poema lo dice muy bien “A aquel bosque negro, negro/hombre ni ave penetró” (vv.vv 127-128). Pese a la descomposición física y espiritual del sujeto femenino, aun así, es oferta en el prostíbulo, todos la requieren: Cuervo, amigos, el juez, la policía, el gobernador, y civiles. 

La fé es tan fuerte, sus rogativas y oraciones nunca se detienen. En la segunda parte de la obra, un cliente la escucha, quien, casualmente, posee una medallita con una ilustración de San Jorge matando al dragón. Luego, en la tercera parte, él la ayuda a escapar comprándole un pasaje a España, pasando de ser sujeto cliente, a sujeto salvador, y por ello, todo un príncipe. No creo necesario comentar cómo Beya huye del lugar, prefiero dejar esta incógnita como una invitación a la lectura.

Si sería importante insistir en por qué estamos contando esta historia; anteriormente se dijo que este relato enseña sobre la espera, como Beya aguardando la posibilidad de la huída, pero hay, también, un punto que aún no ha sido mencionado, el concepto de paternidad/maternidad. 

Los reyes, tanto en la versión de Grimm como de Perrault, esperan ansiosos el nacimiento de un retoño; en el caso de Basile, las hijas de Talía nacidas en medio del sueño son fundamentales para despertar a su mamá. En el caso de Le vista la cara a Dios, el contexto histórico liga a la novela con el caso Marita Verón, una situación insólita ocurrida en Argentina:  La desaparición de María de los Angeles Verón, joven de 23 años, durante el 2003. La investigación policial y las indagaciones llevadas a cabo por familiares relacionan el caso con redes de prostitución forzada y trata de blancas, lo que se vio ratificado por testimonios de trabajadoras sexuales que señalaban haberla visto en distintos eventos de cabarets. Desde entonces, su madre ha luchado incesantemente por encontrar a su hija, esperando, paciente. 

A modo de síntesis, en primera instancia, el germen principal de esta historia del siglo XVII corresponde a una violación, lo cual permanece intacto en pleno siglo XXI. Es una pena que el verso de Mistral (siglo XX) no se cumpla más que en el poema. A partir de esto, se hace necesario esperar cierta justicia ante la desgracia sufrida por nuestra protagonista, ¿Alguna vez alguien le preguntó a la princesa como se sintió? ¿Si cree que merece algún tipo de reparo? Todas esas respuestas solo pueden encontrarse al final de las obras, donde deja de estar ausente, dormida, pero ahí, paradójicamente, solo hallamos finales felices; o al menos así lo cuentan los narradores. En la obra de Cámara Cabezón, el desenlace es una incógnita, no sabemos con claridad su última suerte, pero, a diferencia de la historia tradicional, su presencia no se da solo al final del relato, sino también durante su desarrollo, acompañada por sus compañeras. Lamentablemente, los intentos de reparación intraliterarios solo logran empeorar la situación:

y viste a la pobre piba que se había querido escapar y no tuvo mejor idea que pedirle ayuda al juez. Le dijo que estaba presa, que no quería estar ahí, que la tenían secuestrada y que seguro la madre la buscaría en todas partes, que por favor la sacara. El juez lo sabía muy bien, recibía un diego al mes y además todos los polvos que quería sin pagar una moneda, así que se acabó y se fue hablar con Rata Cuervo para que pusiera a la pendeja en su lugar. El Rata Cuervo la puso (p.48).

En segunda instancia, hay que volver a la idea original. Los cuentos de hadas no están pensados originalmente para niños y niñas. No todas las historias con lecciones son para un público infantil, pues no por ser adultos se posee un sistema de valores idóneo. El relato se convierte en denuncia y por ende nos apela como lectores a reevaluar nuestra accionar. La segunda persona gramatical del relato nos convierte en cómplices, incomodando así el proceso de lectura. En la interacción con el texto, somos el narrador, y es en ese procedimiento donde reside la posibilidad de delinear historias diferentes en un plano extraliterario, para que la paciencia (la espera) efectivamente tenga algún final feliz dicho por sus propios protagonistas y no por voces omniscientes. 

 

Referencias:

Cámara Cabezón, Gabriela. Le viste la cara a Dios. Santiago de Chile: Los libros de la mujer rota,  2020.

Basile, Giambattista. Pentamerón. El cuento de los cuentos. Trad. César Palma. España: Siruela, 2008.

Grimm. Cuentos completos. Trad. Francisco Payarols. Barcelona: Editorial Labor, 1955.

Mistral, Gabriela. La Bella durmiente del bosque. Santiago de Chile: Amanuta, 2012. 

Perrault, Charles. Cuentos de Perrault. Trad. Joelle Eyheramonno y Emilio Pascual. Madrid: Anaya, 2020

Valenzuela León, Camila. Breve recorrido historiográfico: origen y transformaciones de los cuentos maravillosos europeos. Literatura para infancia, adolescencia y juventud: reflexiones desde los estudios literarios. Ed. Andrade, Claudia, Ibaceta, Isabel, Troncoso, Anahí, Valenzuela, Camila. Santiago de Chile: Universitaria, 2016.

 

Gabriela Cabezón Cámara