Por Alexej Bilz

Todavía recuerdo —en estos momentos donde la motivación continua vigente— haber participado de oyente en una charla en la Universidad Diego Portales: Políticas del gesto. En esa instancia, la profesora Marcela Rivera dijo una frase que hasta el día de hoy permanece en mi memoria como un imperativo: “la mano contiene todos los verbos” ¿qué significa esto? Una frase tan potente como precisa, tan alegórica como animosa me sigue trayendo las mismas problemáticas, razón por la cual es que me propongo a escribir esto. En otra instancia me dispuse a ver una película, había escuchado por ahí que Bresson cambia vidas, que no es lo mismo después de experimentar la calidez y tacto con que las películas del cineasta se dan, y por este mismo motivo me dispuse a ver Pickpocket, sin ninguna disposición más que la mera curiosidad. Mi asombro fue tal, porque, casi como un relámpago histórico benjaminiano, aparece frente a mí la frase que motiva el título de este escrito. No pude sino relacionar este texto con la película. Todo el lenguaje que se manifiesta en imágenes se ve traducida netamente porque la mano figura como el actor principal. Esta interlengua que se palpita —con sus vertebras y venas— producen el calambre pertinente para comenzar una relación propicia.        

¿Cómo podemos articular realmente una parte del cuerpo tan específica, pero a su vez tan abierta a la constelación del mundo? La mano se abre a una posibilidad casi infinita. Al contener todos los verbos, no resulta necesario que la voz (tan peligrosa como estimaba Chaplin cuando llegó el sonido al cine) exprese significados, ya que la mano puede concretar (o no) una manifestación que se expele desde su porosidad. Michel, el protagonista del filme, se encomienda a su mano. Entrena su cuerpo para que la mano haga todo de una manera instantánea. Le habla, le cuenta secretos, entrena ¿Cómo no hablar, entonces, de una relación entre Lo que la mano da y la película de Bresson?

 

Pickpocket. Robert Bresson (1959)

 

Resulta interesante pues, abarcar desde una mirada —lo digo con mucho cuidado— fenomenológica esta perspectiva de la mano en Bresson. La trama en sí resulta extrañísima, lo único cierto es que podemos ver la mano realizando "actos", siendo la parte del cuerpo con más protagonismo. Él abre la puerta, se desliza por las escaleras, se aferra a los bolsillos. Pero también entrena, aconseja, asimila… La mano de Michel resulta especialmente relevante: «La mano resulta, vidente. Recibe el don del azar. Lo pone a su cuidado, como se cobija a un pájaro con alas rotas, le intenta un deseo donde pueda volar» (Rivera 35). La mano siempre, en este filme, abre el espacio para dar un primer plano, con el fin de obtener, capturar o enraizar. Se cuela, no pide permiso, Bresson le ha otorgado tanto poder que actúa por sí sola. Michel no puede controlar la situación, el primer acercamiento hacia su madre es a través de la mano. Es ella quién le cuenta lo sucedido con el dinero, es ella quién, por autonomía propia, conjuga sus entramados secretos.

La herida de la mano, en la escena de la salida al parque, en este triángulo amoroso desentramado, ocurre lo más significativo. A saber: la inexpresividad de los personajes. Es tal, que la mano evapora el sufrimiento del protagonista, se reprime, pero sus emociones se escapan por el flujo de sangre. La mano entonces cobra mucha mas preponderancia que la emocionalidad de Michel, ya que sufre el desamor mucho más que el usuario. De algún mdo, llora… Es por esta misma razón que contiene todos los verbos: «no sabemos, no podemos saber, lo que la mano puede. Y sin embargo, parece decirnos, a diario constatamos que en la punta de los dedos se conjugan asombrosas aventuras del afecto y la materia» (Rivera 38).

La mano de Michel se delata, implica una vivencia constante de no querer aceptar una crisálida confianza en sí misma, lo que termina generando el destino fatal del héroe mítico. Quizás en función alegórica, todo el filme está plagado por manos que enclaustran el entorno de una manera agobiante. Debemos pensar esto como la realidad del mismo protagonista que se encuentra situado por confesar su «marranismo» a su madre, ese secreto derrideano que no se guarda.

Bresson nos ha otorgado la capacidad de fijarnos en los detalles que no ocurren dentro del encuadre. Su intención escurridiza me hace pensar que siempre hay algo que se escapa en los filmes del cineasta. Pickpocket vendría a complementar aún más lo dicho, vale decir, que la mano contiene todos los verbos, habla, expresa y decide. Pero, por otro lado —como un movimiento bífido— las palabras no terminan de completarse, sino que siempre hay algo que se encuentra en el constante devenir.

No tittle. Horst P. Horst.