Por Camila Torres Maldonado
La carta privada es sin duda uno de los canales de comunicación que más llama la atención en la actualidad. Cómo no; en un mundo donde la instantaneidad ha calado hondo hasta instalarse en la intimidad del ser humano, aquel diálogo diferido que ofrece la correspondencia edifica una fuente inacabable de riqueza escritural con nada más que los interlocutores, sus ávidas plumas y retazos de hojas vacías. En este contexto capitalista, entonces, hemos vuelto a indagar y revalorar la epístola, a recolectarla, a leerla; acaso por un gesto temeroso de que el silencio deje de existir, de que el desborde de sentimientos sea engullido totalmente por la rutina. Y que, en este desalentador panorama, lo único que nos quede como testimonio de vívidas emociones, sea aquella forma relacional de antaño, una fórmula digna de investigar en tanto pasada, vencida, casi extinta en la era digital.
Así, la correspondencia nos invita a navegar entre líneas de profunda desnudez personal, a evocar al destinatario, pero también a empaparnos de un contexto que, a la vez situado, muchas veces tiene a la imaginación como protagonista. En este marco se inscribe Escríbeme, Orlando (2023), volumen realizado por la editorial chilena Banda Propia, que reúne las cartas que Virginia Woolf le escribe a Vita Sackville-West durante un periodo de seis años (1922-1928). En el libro, si bien no encontramos las respuestas de Vita, de igual manera no dejamos de sentir y descifrar su presencia por medio de las cartas de Woolf, las cuales dan cuenta de un profundo vínculo construido a base de admiración, amistad y amor.
A medida que avanzamos con la lectura del epistolario, los afectos que se deslindan de sus páginas van tomando una forma oblicua pues, entre las convenciones de la época, la situación marital de ambas y el secreto obligado, la relación pareciera siempre tambalear. “Esto se está volviendo cada vez más oscuro y estamos incubando un incendio” dice Virginia Woolf. Y sí, ese es el clima que se respira en Escríbeme, Orlando: dos mujeres que se aman, que se desean, que se evocan en sus escrituras, pero que habitan una distancia irreparable. Una, deseosa de vivir, de ganar más experiencias por medio de viajes y, la otra, en su habitación, entre migrañas y pensamientos sobre poesía y ficción.
En el prólogo realizado por Gabriela Weiner, la escritora nos dice que en la correspondencia que nos ofrece Escríbeme, Orlando, vamos descubriendo “El dolor del mundo en Virginia”. Y es que Woolf no puede dejar de pensar en Vita, quien es a la vez el antídoto contra la desidia y el veneno que carcome sus instantes y la vuelve cada vez más vulnerable: “Después de todo, ¿por qué no hablamos de tu escritura? ¿Por qué siempre la mía, mía, mía? Por esta razón, porque después de todo eres abundante en muchos aspectos y yo solo soy una pluma a la deriva”. Virginia Woolf, escritora que cuenta con su habitación propia y Vita “escritora performática y jardinera”. Ambas con una concepción de la literatura que difiere y las distancia por momentos. Ambas amantes. Sin embargo, Virginia más enamorada y aferrada a su pluma, y Vita más exploradora y aferrada a la vida.
El esquema para la emisora de las cartas es problemático: sumado al abismo de la respuesta o al silencio de su amante-destinataria (“Llegó el correo de Navidad. No hay cartas tuyas, ¡qué decepción!”), hay una distancia temporal y espacial que resulta vertiginosa, que interrumpe el diálogo dirigido a la persona ausente, que detiene esa conversación encapsulada en la epístola y que da cuenta de un vínculo pasional que comienza a obsesionar a Virginia Woolf. Una obsesión que llega a un punto en el que aquellas vivencias que Vita le relata a la escritora de Un cuarto propio, además de generarle una fascinación mezclada con celos, gatillan en ella unas ganas incandescentes de retratar con la palabra, de escribir a su amante, de acaso atesorar y capturar con el lenguaje a Vita; aquella “burra” que no deja de escaparse geográficamente (“Cariño mío, por favor no vayas a Egipto. Quédate en Inglaterra. Ama a Virginia. Tómala en tus brazos”).
Escríbeme, Orlando. Cartas a Vita Sackville-West, 1922-1928 . Virginia Woolf. Prólogo Gabriela Wiener. Traducción y notas de Angelo Narváez León.
Así, como si de un almácigo se tratase, Virginia hace reposar su creciente deseo al lado del fuego, en su casa, mientras le comienza a dar forma a las experiencias y le expresa a Vita, el 9 de octubre de 1927, aquella propuesta que cambiará el curso de su relación: convertir sus vivencias en el argumento del famoso Orlando: una biografía (“Si te parece agradable me gustaría sacudir esto en el aire y ver qué sucede. Sin embargo, puede que no escriba una línea más, por supuesto”). Con las hazañas de su amada como motor, las cartas se van inundando de insistencias a Vita, de interrogaciones cada vez más ávidas de información que brinden aspectos de su vida, de sus viajes y enredos amorosos que le permitan avanzar a Virginia Woolf con el proceso creativo.
Una mente atribulada y los deseos de amar físicamente a quien no puede provoca, quizá, que Virginia Woolf se enamore “de su personaje, no de la persona. Orlando la invade, la consume y su figura la llena de cuestionamientos hasta el hastío: “…ya estoy harta de él. La pregunta ahora es si acaso mis sentimientos por ti cambiarán. He vivido dentro de ti todos estos meses, y ahora que he salido me pregunto cómo eres realmente. ¿Existes? ¿Te inventé yo?”.
Las interferencias, el espacio gris, difuso, imaginativo de la carta y de la escritura la decepcionan, no le resulta nunca suficiente, pues esos “inmensos tramos innombrados” jamás le permiten expresar el amor que siente, acaso porque los afectos no pueden nombrarse. Finalmente, Virginia enamorada, termina cayendo al precipicio que advertía al comienzo de su correspondencia: al precipicio llamado V.
Escríbeme, Orlando es una travesía entre las pasiones de una de las escritoras más canónicas del siglo XX. Sus cartas nos permiten no sólo indagar en su amorío más intenso, sino además conocer su sentido del humor, su pluma siempre poética y la consolidación de aquella editorial, Hogarth Press, creada con su esposo, Leonard. Pero también reafirmar su trabajo de editora, de crítica literaria y el cómo las letras eran su principal alimento en una Inglaterra posvictoriana, en un mundo entreguerras.
En su ensayo más leído, Un cuarto propio, Virginia Woolf menciona, en relación con la integridad y el arte de crear con la palabra: “Quizás una mente puramente masculina no pueda crear, pensé, ni tampoco una mente puramente femenina”. Estas palabras, que aluden a la androginia como elemento fundamental del escritor y de la escritora, nos hacen especial sentido después de la lectura de su correspondencia. Y es que Vita le brindó a Virginia el componente andrógino en un contexto dominado por las convenciones de género: una mujer dada a la vida pública, dada a la escritura de viajes, a la poesía, al ensayo. Vita no podía más que obnubilar a Virginia Woolf, brindarle sonoridad y porosidad a su vida, alimentarla de sus creaciones naturalmente escritas, de inteligentes perspectivas que trascendían por mucho el encasillamiento del género. Escríbeme, Orlando contiene el simulacro de la epístola, de las situaciones ficcionales condensadas en Orlando, Orlando convertido en mujer, Orlando y Vita como personajes indivisibles de Virginia Woolf.
Virginia Woolf y Vita Sackville-West.