Por Cristobal Muñoz Benavente
Alfonso Alcalde fue un hombre de mil oficios. Se conoce su multifacética escritura en las áreas del cuento, la poesía, la dramaturgia, entre tantas otras. Sin embargo, hago más énfasis en aquella pulsión busquilla de trabajar en los más diversos oficios. Tal cual un intrépido Manuel Rojas saltando entre trabajos opuestos entre sí, Alcalde trabajó la madera como buen carpintero, ablandó las masas hasta convertirlas en pan crujiente y hasta traficó uno que otro caballo; esto por mencionar algunas de sus formas de ganarse la vida mientras recorría el continente latinoamericano.
Estas condiciones de vida tallaron la esencia busquilla, intrépida y lazarilla que el autor trasladó a gran parte de su obra literaria. En un caso más concreto, el libro Las aventuras de El Salustio y El Trúbico se peina con estas etiquetas. Publicado inicialmente en junio del año 1973 por la Editorial Quimantú (donde el autor fue editor de la colección “Nosotros los chilenos”), se vendió como pan caliente en su primer mes llegando a los 50 mil ejemplares. La obra estuvo perdida por aquí y por allá durante años, apareciendo paulatinamente en algunas compilaciones y antologías del autor. Cuando reaparece con fuerza es con la reedición que realiza Imbunche Ediciones en el año 2021, publicándola en su línea Colección Latino Diablo con tal de rescatar patrimonios perdidos de la literatura chilena.
Ahora bien, ¿De qué va este libro? Pues bien, como indica su título, recopila las andanzas de El Salustio y El Trúbico, personajes que ya han aparecido anteriormente en la obra de Alfonso Alcalde. Es en estos cuentos (o chascarros como los denomina el autor) donde cobran total protagonismo y se deja relucir todo su ingenio picaresco por ganarse la vida. Esta esencia pícara se refleja por su insistencia de no quedarse vaciando botellas de alcohol e ir en búsqueda de oportunidades: “¿Qué le parece si echamos un luqui por San Vicente y a lo mejor sacamos el día?” (13) diría El Trúbico a su compañero para terminar pintando un mural que genera real escándalo en su pueblo chico, infierno grande. Lo picaresco se refleja de igual manera en los títulos tan explícitos que contienen los cuentos, como el primero recién citado “Cuando son contratados para cambiarles el color a los congrios negros en el galpón de La Cicatriz con Eco en el puerto de San Vicente”. A la manera de los capítulos del Lazarillo de Tormes, se titula a manera de resumen lo que ocurre, situando a detalle el lugar en donde ocurren los hechos.
Sin embargo, por más picaresca y lazarilla que puedan ser las narraciones protagonizadas por El Salustio y El Trúbico, la esencia que reina es la cultura popular chilena. Este par de compadres que recorren los pueblos y caletas al sur de Chile cargan gran parte de la idiosincrasia; esto desde sus diálogos pintorescos hasta sus personalidades modestas sin mayores pretensiones que ganarse los porotos. Las hazañas siempre contienen el clásico humor absurdo y satírico, sin dejar de lado la humildad y atención deliberada por sus pares. A los personajes, algunas veces se les arranca en demasía lo burlón, “como El Salustio siempre se las da de gracioso con la desgracia ajena” (17). Otro caso, cuando un marinero impaciente por descargar su lascivia en un motel designa a quien está ocupando la única pieza: “A lo mejor él viene llegando de la Antártica y esos gallos andan con la mata cargada” (45). “Con mucha munición”, le responde El Salustio. Pero es que de alguna forma hay que pasar el rato, si ya es conocimiento nacional que al chileno le gusta el chiste corto. Alcalde bien lo supo en su tiempo y llenó su obra de dichos, refranes y frases populares que le dieran su elocuente matiz de humor a las narraciones que desarrolló en vida.
Por este mismo último punto, Las aventuras de El Salustio y El Trúbico es contenedor de un repertorio increíble de chilenismos. En el sucesivo encuentro con estos, llama la atención que el autor haya hecho selección de aquellos que refieren a lo animalesco. “No se vengan a hacer los cuchos conmigo” (13) para no pasarse de listo; “las comadres del barrio, que siempre andan al cateo de la laucha en relación al chisme” (18) que andan a la siga de todo cahuín (y vaya que forma parte de la idiosincrasia chilena esto también); “Casi se le espanta la mona” (65) para el curao’ que no termina de llegar a su lucidez y sigue arriba de la pelota; “las visitas traían más sed que ratón de molino” (77) para enfatizar esa sed que bien se sabe no es de agua sino más bien de vino; y el clásico hablar “puras cabezas de pescado” (85) que de tanto chamullo se vuelve un acto común. Así como con tantos otros chilenismos más que contiene el libro, los personajes terminan siendo aún más entrañables por la riqueza lingüística con la que se comunican; siendo siempre enunciados bajo un ambiente de jolgorio, simpatía y, sobre todo, las ganas del chileno por agarrar pal hueveo.
Las aventuras de El Salustio y El Trúbico es una invitación a divertirse con los chascarros de dos personajes busquillas que se las ingenian de los más absurdos y diversos modos, como también es un llamado a leerse desde la idiosincrasia chilena. Es reconocerse entre sus líneas desde la personalidad contradictoria que muchas veces cargan los personajes hasta sus coloridos diálogos llenos de expresiones que solo en este territorio comprenderíamos a cabalidad su significado. La reedición de Imbunche es un rescate patrimonial por partida doble: por traer al día de hoy un libro de Alcalde que fue relegado por el tiempo, y por la misma obra de Alcalde realza con creces un legado de la cultura chilena (que vagamente se ha rescatado por esas presuntuosas recopilaciones de chilenismos). Leerse entre pares es realzar el folclor propio, saborear la riqueza de un lenguaje infinito que, aun teniendo múltiples significados para un mismo signo, siempre se sabrá aterrizar de acuerdo con el contexto. Alcalde demuestra con creces esta potencia de dialecto y, cómo no, esta cultura siempre tan viva al fin del mundo. Seamos busquillas de nuestros más recónditos dichos, porque serán responsables de seguir avivando esta fiesta que significa la conversación.