Por Lina Marcela Chanchí

Ella jugaba en el jardín. Desde allí, le responde con muecas a la niña más pequeña que siempre sonríe al otro lado de la calle. Al verla, imagina con frecuencia que cruza hasta su casa para darle una buena zarandeada, golpearla o morderla.

Su aversión por la niña más pequeña es natural, aunque le resulta especialmente molesto que tenga muñecas más grandes y accesorios de juego que ella no tiene. Además de los juguetes extraordinarios, cuenta con unos padres cariñosos que la visitan en el jardín, la miman con regalos y caricias durante las jornadas de juego. Ella contempla de reojo, repasando sus propios juguetes, sus padres, sus zapatos viejos. 

Una tarde, estando cada una de su lado, observa que la pequeña ha salido en dirección a la calle tras un juguete que había rodado, cuando de repente cae. Por un instante sintió conmoverse al verla romper en llanto. Sólo por un momento, luego sonrió burlona y complacida. Durante la cena, su padre expresa con entusiasmo que, en un encuentro con su vecino, éste los ha invitado a ir de visita. Mencionó que el joven padre le expresó su deseo de acercar a ambas niñas para que fuesen compañeras de juego. Su madre responde con discreto desprecio; argumenta que la joven pareja no comulga con sus valores religiosos. Ella está de acuerdo, le parece además que la situación ha ido muy lejos al pretender que juegue con la pequeña, por lo cual, decide que tal cosa merece una consecuencia. 

La ocasión aparece con los días, cuando la pequeña que estaba siendo vigilada por su madre se queda sola. ¡Momento justo para darle su merecido! —piensa—, así que cruza con rapidez para encontrar a la niña, que la recibe animosamente. En respuesta, decide arrancarle la cadena dorada que le cuelga del cuello y empujarla contra la tierra. Se aleja, y llegada a la vereda arroja la cadena por una rendija de la alcantarilla. Hasta allí es alcanzada por el grito de llanto de la pequeña que estaba seca de estupor. Su pulso se acelera y al precipitarse a su casa, a la velocidad que le permiten sus nervios, cae. Se le han pelado ambas rodillas, pero continúa el escape ignorando el ardor que se le concentra tras el hilo de agua sangre que baja caliente por sus canillas.

Se encierra durante el resto de la tarde. Cuando la llaman para cenar llega cojeando hasta la mesa. Frente al cuestionamiento ineludible de los padres se ha estado preparando durante las últimas horas, temerosa por el contratiempo que no pudo predecir en su venganza. Sin más, opta por romper en llanto y desahogar el dolor terrible de sus piernas. En la narración, describe descabelladamente a un fantasma que ha visto correr desde la casa de enfrente; un monstruo de gran tamaño y poderosa furia que, tras haberla asustado, la hizo tropezar en la escapada desde el jardín. 

La madre se compadece y con preocupación sugiere haber advertido la maldad que expele la casa de los vecinos. La mirada desorientada del padre confirma el triunfo de su hija, a la cual abraza mientras le procura gestos de exhortación y reproche..

Horas más tarde, es enviada a la cama después de ver la televisión. Obedece, no sin antes recibir unos mimos bien ganados por el día difícil. Organiza su cama, su pijama, su cabello y se acuesta. Apaga la lámpara de la mesa auxiliar, cuando de pronto ve aparecer desde el borde de la pared una sombra que crece, la cual, tras alcanzar un gran tamaño empieza a desprenderse. Brota hasta formar una masa compacta y flota hasta posarse en el borde de la cama. 

 

Niñita en un sillón azul. Mary Cassatt (1878). 

 

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Lina Marcela Chancí (Medellín, 1989). Licenciada en Humanidades por la Universidad de Antioquia. Recuperadora y carpintera de oficio. Ha publicado cuentos en Bibliotecas públicas de la ciudad, como La Biblioteca Pública Piloto. Su interés en la escritura ronda los temas de lo fantástico, lo fantasmal y otros aspectos fundamentales de la consciencia humana.