Jhonatan Salazar
Cuando sus pasos cimbraron más fuerte sobre la madera del pasillo toda el aula quedó en silencio. Al verla ingresar, las niñas se levantaron de sus asientos para saludarle, para mostrarle su respeto, y ella, solo con un movimiento de cabeza, hizo que se vuelvan a sentar.
Tres golpes secos de la regla de madera sobre la pizarra hicieron que las tiernas miradas se posen sobre su figura, y nuevamente ella con solo la mirada y una señal con su dedo les indicó que llegó el momento del examen. Todas en un instante taparon con la tela el teclado de sus máquinas de escribir, pusieron la hoja de papel dentro del rodillo, giraron la perilla para poder cuadrar la hoja, nivelaron en cero la regla para centrar el papel, ajustaron la hoja al rodillo con la palanca y nivelaron la guía del papel dando cuatro espacios con la palanca de retorno de carro. En cuestión de treinta segundos estaban listas para empezar la composición. La maestra mientras tanto escribió sobre la pizarra las indicaciones del examen.
Diez líneas: asdfghjklñ _ asdfghjklñ ….
Diez líneas: qazwsxedcrfvtgbyhnujmikolpñ _ qazwsxedcrfvtgbyhnujmikolpñ…
Diez líneas: c _ a _ p _ r _ i _ c _ e _ s _
Diez líneas: c _ a _ n _ t _ a _ t _ a _ s _
Diez líneas: v _ i _ v _ a _ l _ d _ i _ s _
Diez líneas: L _ amour _ est _ un _ oiseau _ rebelle
Seis líneas: sym _ pho _ ny _ of _ the _ night
Tres golpes secos de la regla de madera sobre la pizarra hicieron que toda el aula quede de nuevo en silencio, que las niñas contengan incluso la respiración para que no se les escape el momento exacto de empezar a tipear. La señal acordada era cuando la maestra baje la regla, la cual la sostenía vertical apuntándoles. Ellas se mantenían expectantes, colocados sus dedos sobre la tela que tapaba el teclado, con el cuerpo correctamente sentado y con un solo punto objetivo en su mirada: la regla. El silencio estructurado fue perfecto para la maestra y siempre que lo conseguía recordaba aquella frase de Beethoven: "Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo". Fue entonces cuando cerró sus ojos, respiró hondo y bajó la regla.
En ese instante, con un compás exacto y apresurado las niñas apretaban cada tecla, utilizando todos los pequeños dedos de sus dos manos para completar el primer ejercicio. Era como una lluvia de granizos golpeando el suelo y espaciada de rato en rato por un rugido lejano. Terminadas las diez primeras líneas ya no era una lluvia lo que se escuchaba sino una tormenta más acelerada, una tormenta con rayos ya nada lejanos sino intermitentes e irregulares, un estruendo como si los cascos de los caballos de un batallón de más de mil soldados pasaran corriendo sobre el suelo, apresurados hacia una de las noches más terribles de la historia de la humanidad, donde los gritos, los golpes y la violencia quedan ocultas tras esa cortina escandalosa de la tormenta furibunda que caía desde los cielos. Y fue entonces cuando el golpe de la regla sobre la pizarra creó el silencio de nuevo, calmó todo en el aula y las niñas nuevamente mantuvieron sus ojos sobre el anuncio que les indicaría el inicio de la siguiente entrada.
La introducción de las veinte primeras líneas fue al parecer exitosa. Todas la habían practicado y ejecutado a la perfección. Ahora venía la segunda parte y Sor Piedad decidió abrir la puerta del rectorado para poder apreciarla. Ella sabía que después de esa introducción se venía un largo adagio y no quería perderse ninguno de los contrapuntos de esa estructura íntima y lamentable.
La segunda parte, con un compás ligero y volátil que tenía una modulación marcadísima a instantes como el sonido de una especie de bosque cuyos vientos hacen que las hojas de los árboles se rocen unas con otras al caer, y de a poco se iba marcando una métrica donde se estructuraba un patrón rítmico de tiempos fuertes y débiles, fuertes como el caminar de dos personas cuyos pasos van quebrantando las hojas que el otoño botó al suelo, y débiles a la vez como el rumor y la risa de las aves que saltan ligeramente sobre las ramas delgadas casi quebradizas de ese bosque.
Las dieciséis últimas líneas eran un tempo di marcia, y a la vez un tempo di valse, un tempo primo creado con tres acordes y trinos. Era poder captar cómo el crepúsculo se convierte en noche. Sor Piedad miró a los ojos de la maestra desde la puerta y con su cabeza le indicó que era hora de empezar. La maestra tomó su último aire y dio la señal. Esta vez el compás del tecleo era una sonatina que iba a desvelarnos cada estrella de la noche, sin embargo, los dedos nerviosos de una niña confundieron su trazo invisible y quebraron el cielo estrellado, e hicieron que las palabras caigan como metales en el suelo. La rectora abrió sus ojos y se marchó decepcionada, y el golpe crudo de la regla sobre la pizarra indicó que ya todo había terminado.
Examen de mecanografía. Colección Gustavo Casasola, México.
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Jhonatan Salazar Achig (Ecuador, 1989). Licenciado en Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador. Magíster en Filosofía y Pensamiento Social en FLACSO. Cuentos suyos han sido incluidos en la antología Tumor (2014) de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Publicó su primera novela Bur-bu-jas (Ápeiron Ediciones de España, 2018), la cual obtuvo el Premio Universidad Central del Ecuador 2019. Participó en la antología de microcuentos Relatos Entrecuzados (Canadá, 2020) de la Editorial Mapalé. En poesía ha publicado en Antología y participó en el 2019 en IX Encuentro de Jóvenes Escritores de Iberoamérica y El Caribe realizado en La Habana Cuba. Actualmente cursa el Diplomado en Periodismo Cultural, Crítica y Edición de libros de la Universidad de Chile.