Es lunes, 3 de abril, son las doce y media de la tarde y ya estoy esperando en el lugar acordado: el árbol grande que, ahora con escasas hojas, da el primer saludo al ingresar a la Universidad Alberto Hurtado. A las una en punto nos encontramos y no tenemos claro a qué lugar, lejos del ruido que brinda el horario de almuerzo, iremos. Finalmente, y un poco a tientas, caminamos en dirección a Plaza Brasil y llegamos hasta el Café Portada. El ambiente es el propicio: música tenue, el aroma como aliciente y ningún cliente más que nosotros. Nos sentamos en la penúltima mesa y acomodamos las capas de ropa que cubren nuestros cuerpos. Luego de conversar y dar los primeros sorbos de café, prendo el micrófono de mi celular y comienzo con la primera pregunta que le haré a quien, hace solo un año, me hacía las consultas y correcciones, Gastón Carrasco (1988).
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- ¿Qué piensas acerca del fenómeno del escritor/a que autoproclama que no lee?
- Creo que es un fenómeno que se da, no sé si es tan común, ahí desconozco, pero me llama la atención cuando aparece alguien diciendo “yo no leí a tal autor”, desmarcándose de tendencias de lecturas, porque, sinceramente, yo creo que nadie escribe sin leer. Proclamarlo es casi creer en la genialidad, como decir “yo, espontáneamente, saqué esto de mí”. Y no, eso viene de lo que leíste cuando chico, de lo que escuchaste, de las películas que viste. Todo está filtrando influencias, entonces es muy falso decir que existe algo así como la “generación espontánea”, de hecho, ahí se me sale todo lo estructuralista porque todo es texto, todo es tejido, entonces no le creo mucho a esa gente. Y pienso que es también porque quieren ocultar sus influencias, para que no los cachen. Confío mucho más en quienes declaran sus lecturas; yo mismo intento mencionar: “para este libro estuve leyendo estos textos”, como que esa es la órbita o la influencia inmediata.
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Él es alguien que sabe de orbitar y realizar trayectos. De Peñaflor a Santiago, de la Universidad Finis Terrae a la Universidad Alberto Hurtado. Transportándose en metro y micro se mantiene, observando una ciudad que arroja estímulos que, primero se almacenan en su retina, y luego son traspasados en forma de imágenes a sus textos. Así se moviliza el itinerante docente y escritor, Gastón Carrasco, sin dejar de circular, de cambiar de hogar y de pagar arriendo; conservando pocas continuidades en una ciudad veloz, salvo: leer, hacer clases, escribir y convivir con su gato, Koro. Tiene en su haber siete publicaciones, pero este último mes se agrega a su colección el reciente libro de poemas y collages que publicó con Caro Lagos, Banco de imágenes, una coedición de los sellos independientes Tren en movimiento y Punto gris ediciones.
Ahora quiero saber sobre aquellos momentos de mayor intimidad, sus momentos de creación:
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- ¿Cómo es tu proceso creativo, lees mucho antes de comenzar un proyecto, o más bien la idea se va hilvanando a tientas?
- Esto es un cliché, pero cada libro tiene su proceso particular. Lo que sí, trabajo en paralelo muchos proyectos y ahí van aflorando algunos más o menos dependiendo de lo que esté leyendo. Al menos lo que estoy escribiendo ahora, que es una segunda novela, porque la primera la terminé, pero no la voy a publicar porque sentí que era muy taller de “como aprender a escribir una novela”, entonces por lo mismo tiene muchos baches y cuestiones con las que no estoy conforme y ya no le daré más vueltas, porque estuve mucho rato cambiándole voces y capítulos. En la de ahora, creo que tengo más claro el proceso, y ahí yo creo que me nutro mucho de lo que leo, en el sentido de que voy sacando ideas, robando ideas, no tengo problema con robarme una frase y ponerla en el escrito. En general, lo que hago es separar archivos y cuando noto que el archivo está muy abultado digo “aquí hay algo”, por ejemplo, esta novela de la que te hablo es sobre la fertilidad, el protagonista es alguien que está a punto de recibir una carta para saber si es fértil o no y todo lo social que eso implica, entonces he leído cosas sobre el tema, pero tampoco me gusta influirme tanto de novelas que hablen sobre eso, para no ser tan evidente y para que no haya solo “un tema” en la novela. En el fondo igual mi rollo con este libro no es tanto la fertilidad, sino lo animal, el cómo va apareciendo lo animal ahí y cómo cada personaje porta un discurso distinto en torno a temas de fertilidad en tanto van paternando o maternando; y este protagonista es uno que tiene dando vuelta esta incertidumbre en la cabeza.
Hay una especie de eje que es temático y que surge a veces de obsesiones del momento. En el caso de Monstruos marinos tenía que ver con el fondo marino y con Moby Dick, porque luego de leer el libro, caché que tenía muchos apuntes que eran casi versos del mundo marino y después empecé a leer cosas del mundo marino para que hubiera más referencias. En el caso de Diario de Koro, estaba obsesionado con los errores, erratas, manchas, y después se metió el gato; Koro metió la pata y ahí me cuajó la idea de poner los títulos como que él los escribiera como errores involuntarios, pero la reflexión principal era sobre el error. Así voy acumulando como si fuera una bodega, y cuando veo que tiene muchas páginas el archivo digo “esto se está desbordando” y ahí empiezo a ordenar.
- Me da curiosidad saber si escribes pensando en el público lector.
- Sí, pero cada vez menos. Antes sentía que estaba más controlado, pensaba en evitar el lenguaje complejo, también en que lo iban a leer amigos, familiares, que no es gente lectora, entonces sí, intentaba que fuera legible, pero cada vez menos. Ahora siento que me moviliza lo que me aburre y lo que no me aburre, entonces pienso un poquito menos en el resto, aunque no lo dejo completamente de lado, porque también yo creo que uno cumple de cierta manera ese cliché de “escribirle al poeta” como medio validarte con el mundo de los poetas y ya después puedes liberarte. No sé si en mi caso fue tan así, porque igual lo que yo escribo es un tipo de poesía muy particular que hay gente que engancha o no. Pero sí, yo creo que el lector me interesa cada vez menos.
- ¿Tienes alguna cábala, hábito, o maña extraña que debas hacer antes o durante el proceso de escritura?
- No cábala, pero sí intento despejarme porque igual escribo cosas más académicas y teóricas, entonces intento que no haya contaminación cruzada: si estoy escribiendo un paper no voy a escribir creativamente ese día, porque me va a atrofiar la escritura. Me contaminan cuestiones mínimas como los conectores ya que mi cabeza está pensando “en primer lugar, en segundo lugar, en tercer lugar”, entonces no puedo ponerme en plan creativo, porque se nota cuando un texto está permeado por otro ritmo, tengo muchas metáforas malas al respecto, pero es como jugar tenis en una cancha de cemento, una de pasto, una de arcilla, y darse cuenta de que la pelota corre distinto, tú corres distinto, te resbalas, hay un movimiento que es distinto, entonces yo creo que en la escritura pasa exactamente lo mismo, por lo que intento no contaminarme. En estos momentos, intento escribir los fines de semana porque ahí puedo leer, y leer me limpia esa contaminación de otros tipos de escritura. Cuando estoy leyendo, surgen cosas y cuando cacho que hay una chispita, ahí me lanzo. Primero tiene que haber alguna cita, alguna frase donde diga “puta que escribe bien este hueón” y ahí me meto; si no está ese texto que me despierta cosas, no voy a ir sentarme, ni preparar el escritorio, ni poner el café, eso no existe, o al menos para mí, no me funciona.
- Llama la atención que, tanto en Monstruos marinos como en Dos soledades, se puede entrever una presencia de la herencia literaria occidental: ¿En tus libros dirías que hay un intento de evidenciar un presente latinoamericano cargado de estos simbolismos?
- Sí, yo creo que esto tiene harto que ver con lo que conversamos antes, sobre mostrar un tras bambalinas de lo que está ocurriendo, para hacer asociaciones, no sé si validar o mostrar, pero, por ejemplo, Moby Dick es un clásico canónico, pero ese libro (Monstruos marinos) igual está plagado de Coloane, que es un autor que en Chile es poco leído, de hecho pegó en otros países, en Francia lo leen harto, hay gente que lo lee desde la ecología, en fin, tiene muchas lecturas, y a mí me llamaba mucho la atención que un autor tan brigido no estuviera en boga. Entonces, ahí hago un intento de mostrar, hacer como un saludo y decir “Coloane está bueno, échele un ojo”. Y así con otros narradores o poetas que aparecen en mis libros.
- Diario de Koro es un claro cambio de poesía a narrativa: ¿Cuál fue la motivación que te hizo querer explorar este formato y qué significó este traslado?
- Yo creo que significó varias cosas. En general, acá siempre se paga el piso de alguna manera pa’ los poetas, como que son muy puristas: el poeta solo debe escribir poesía, y si escribe otra cosa es un traidor a la patria. Creo que eso se da en Chile, porque si uno ve a los narradores y poetas argentinos, no sé, Cecilia Pavón pasa de un género a otro le da lo mismo, Marina Mariasch también, son poetas super liberadas del género. Creo que acá no, porque hay una especie de dogmatismo, los poetas se enojan, de hecho, me llegó un comentario de “te pasaste al bando de los narradores” y es como ¡No! Y eso también significa no haber leído que mis poemas también son muy narrativos, entonces no he pasado de un lirismo muy alto hacia otra cosa, sino que transité naturalmente.
- ¿Cuál fue el libro que más disfrutaste escribir?
- Yo diría que el que salió más fluido fue Diario de Koro, porque es más fragmentario y libre. Tenía muchas más entradas, de hecho, va a salir una edición en España y va a ser como el libro aumentado, y no son textos que saqué, sino que metí después, incluso que ahora mismo estoy escribiendo. La idea es meter más el yo, hay muchas cosas biográficas que no metí y que podrían estar perfectamente, quiero meter más ese yo que veo que estaba difuminado en un comienzo.
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“Somos una familia de a dos y el encierro trajo el desafío de la escritura a cuatro patas”. Este extracto pertenece a Diario de Koro y, mientras observo a Gastón, corroboro la imagen: el tono de voz calmo, los gestos parsimoniosos que hace con las manos y que apoyan su discurso, el humor que refleja la inteligencia de quien ha construido un camino a contracorriente. Todo indica que disfruta de la soledad, o de lo que se conserve de ella en medio del ajetreo y, por supuesto, para ese estado, un gato es la mejor compañía. Koro, su amigo felino, se hace presente, puedo verlo en un pelo blanco que adorna la manga del abrigo negro que reposa en la silla.
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- En tu libro, Dos soledades, me parece que se instala la idea de que la escritura, o más bien, el poema, es el resultado de un entrenamiento de la mirada, pero también, es una extensión de la propia fragilidad y sentir del poeta: ¿Cómo equilibras las emociones que se cuelan constantemente en el ejercicio escritural, o el equilibrio no es algo que te preocupa al momento de escribir?
- El otro día escuchaba a un poeta que decía que algunas formas métricas se trataban de contener las emociones y yo decía “no me interesa nada menos que eso”. Para qué contener las emociones, si históricamente es algo que hemos practicado en la escritura. En el caso del francotirador está ese desborde en el largo de los versos, se nota esa incontinencia verbal de tener que decir y soltar y soltar, es como cuando uno está discutiendo y suelta cosas sin filtro, casi como disparando balas, porque igual estás haciendo daño. Y también esas son figuraciones de un personaje transmutado: más oscuro que yo, más violento que yo. Lo mismo con el copista, que tampoco soy yo, pero es la gracia de ponerse en esos lugares, pensar esas voces y un poco enmascararse. Hay, de hecho, dos cosas que me interesan al respecto: una son los trabajos, los oficios que son más raros y, la otra, es la posibilidad plástica de tomar voces, de hacer tareas, oficios y trabajos que yo no haría y meterse en un mundo muy ajeno a ti. La escritura igual es eso, ensayar otras vidas que no son las tuyas.
- La atmósfera que es posible vislumbrar en tu obra tiene mucho de encierro, los personajes suelen ser solitarios. Sin embargo, el exterior no se queda exento y permea la cadencia de tu escritura, de cierta forma, leerte es un constante abrir y juntar la puerta, no cerrarla completamente, porque a través de ese espacio pareciera entrar una ventisca que transgrede la separación clásica del adentro y el afuera, una especie de desacralización de la escritura. ¿Estás de acuerdo con esta apreciación? ¿Cómo describirías tu obra?
- Sí, estoy de acuerdo, aunque creo que al principio estuvo mucho más volcada hacia el afuera. En mis primeros libros, Viewmaster (2011) y El instante no es decisivo (2014), que son libros medios inencontrables ahora, era mucho de registrar la calle y fotografiar viajes, yo vivía en Peñaflor entonces viajaba de Santiago a Peñaflor todos los días para ir a la U y cuando iba al colegio lo mismo. En esos años de viaje tú te vas encontrando con cosas, ni siquiera te lo propones y la imagen se te impone, y para no perderla yo la registraba, la anotaba y me fijaba mucho en el afuera, era como un cronista de lo que estaba sucediendo. Y claro, la diferencia con estos libros más recientes es que se habla no tanto del desplazamiento, sino que, desde el refugio, de estar en la ventana o en una azotea como una especie de voyeur, que en el fondo es pensar otros lugares desde donde hablar, porque te cambia la imagen: no es lo mismo mirar desde un depa hacia abajo que estar en la misma calle, son distintas relaciones con el cuerpo. Entonces creo que hay una especie de multiperspectivismo, distintos lugares desde donde mirar la realidad, como una película que te puede mostrar una misma escena en diferentes planos, en el fondo es como ponerle cámara a lo que uno dice.
- La ciudad es el telón de fondo de varios de tus textos, ¿Cómo sobrellevas el ruido citadino en tus jornadas de lectura y/o escritura?, ¿Eres de los que necesita silencio para escribir?
- Depende, siento que a veces el ruido nutre. En las clases, por ejemplo, me nutre mucho que a cada rato suene “colectivo a Buin” o los gritos que hay en Barroso. Me llamaba mucho la atención a veces que hacía clases sobre anarquismo y Manuel Rojas y afuera había una protesta, esa ciudad viva es entrete meterla en la clase para reflexionar acerca de que estamos hablando de 1920 y sigue pasando lo mismo. Pero en términos de lectura depende de los barrios. Viví en Estación Central y ahí la bulla era brigida; después viví por Barrio Yungay, pero era cerca de Matucana, entonces la calle, las sirenas en la noche, los miles de incendios que hay producto de las inmobiliarias, también había mucho ruido y, de cierta manera, lo vas metiendo en el texto, va apareciendo. Yo creo que todas estas situaciones medias idílicas de irse a la playa y escribir es una forma de romantizar nomás y al final no sale nada. O sea, yo cada vez que he intentado ir a encerrarme a escribir este texto: cero. Termino leyendo cosas, pero es super poco productivo. Yo creo que donde mejor escribo es en cafeterías, en aeropuertos, mientras esperas muchas horas con ruido ambiente, eso me alimenta la escritura. De hecho, la novela que estoy escribiendo la mayor parte la he escrito en lugares públicos con muchas cosas pasando y metiendo todo lo que pasa, todo es posible insumo: una frase, una tontera, un niño llorando. Sobre leer, siempre leí en la micro, entonces solo me abstraigo, a menos que estén escuchando música de fondo aplico audífonos, pero en general, intento leer sin audífonos.
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Gastón anda siempre atento como un gato: caza imágenes y entrena su puntería en cada escrito. Así, vemos que su escritura está permeada por una relación interdisciplinar, una tensión entre texto e imagen. Hay, en sus libros, una mirada profunda, una observación del entorno, de los gestos, del movimiento y, también, un intento de entender esta relación que se le escapa, escurridiza, de las manos. Sus libros arrojan luz desde particulares personajes: un francotirador, un marinero, un copista. Diferentes territorios e imaginarios que ofrecen una perspectiva sobre la realidad; ángulos que permiten cincelar el mundo complejo que habitamos. La imagen y la escritura. Escribir a pesar de todo, incluso de aquella precarización que respira en la nuca, aquella por la que le preguntaré a continuación.
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- ¿Crees que el panorama literario y académico actual continúa perpetuando la competencia y la precarización?
- Del lado académico, la precarización es super brigida, en mi caso, teniendo magíster y doctorado no tuve contrato por años, recién tuve contrato el año pasado y media jornada, ni siquiera un contrato completo. Y eso es transversal y le pasa a mucha gente que está con la ilusión de “con un magíster voy a trabajar en la U”, no; “con un doctorado voy a trabajar en la U”, tampoco. Medio que tienes que esperar a que se muera alguien o a producir mucho, yo tampoco produzco tanto académicamente, le doy más prioridad a lo creativo, pero eso también es otra precariedad, porque vivir de la escritura es super difícil. Uno hace trabajos chicos: editar textos, hacer talleres, y entre todos hacer una suma que te permita vivir en Santiago que es una ciudad cara, lo que también te imposibilita cosas, porque si pagas el arriendo no siempre puedes comprar libros. La Biblioteca de Santiago es buena, hay bibliotecas que te ayudan a bancar eso, pero si quieres comprar todas las novedades, no puedes. Yo creo que hay muchas precarizaciones acumuladas y que está esa falsa idea de que lo académico es sinónimo de éxito, porque es solo precarización alargada en el tiempo con la ilusión de estabilidad, y que a veces llega, o sea, yo creo que ahora estoy en una zona más tranqui, pero toma mucho tiempo, más de lo que uno presupuesta. Ahí igual es importante la red de amigos que muchas veces te da datos y puedes, de cierta forma, “parchar” y hacer de todo un poco. En otros países funciona diferente, el editor es editor, no escribe. El corrector de estilo corrige y no edita. Acá toda la cadena del libro es ocupada por una persona y eso es brutal.
- ¿Cuáles son tus influencias literarias imprescindibles?
- Yo creo que es por etapas, aunque me da con autores cada cierto tiempo y suelo volver cada tanto a autores que me gustan, porque también me pasa que, últimamente, no me gusta nada de lo que leo, entonces me cuesta mucho pillar algo bueno, ando medio mañoso. Entonces ahí me sale mi yo más viejo y boomer y me voy hacia atrás a releer clásicos como Sylvia Plath, o de repente pago esas deudas que he postergado, por ejemplo, Monstruos marinos nació a partir de gente que estaba hablando de Moby Dick, yo nunca lo había leído y dije “ya voy a leer Moby Dick” y apareció el libro. También es medio azaroso, aunque, al menos en casos chilenos, yo creo que siempre vuelvo a Millán, porque me gusta mucho, a Manuel Rojas porque lo estudio, aunque ya está en ese lugar de “autor de estudio” y no de goce o no de placer, a Donoso también vuelvo cada cierto tiempo. Visito con más interés poetas argentinas, ahí creo que hay harta escuela, como Pavón, Mariasch, Fernanda Laguna, esa escuela noventera, o más para atrás, Juana Bignozzi; todas esas señoras me caen bien.
- ¿Qué escritor o escritora contemporánea crees que no está recibiendo toda la atención que merece su obra?
- Yo creo que Faramalla de Teodora Inostroza, está bueno, ha tenido vitrina, pero podría tener más, porque es una muy buena primera novela, está muy bien hecha. Hay otras que ya están más validadas como Autor Material de Celedón, pero claro, Matías Celedón ya tiene toda una obra y tiene vitrina. Podría mejor hablar de proyectos editoriales, por ejemplo, encuentro muy bueno Bosque Energético, que es una editorial argentina que solo publica Diarios, es una editorial a la que le pongo ojo. Recomendaría, también, una editorial española que se llama Comisura, que es donde saldrá Diario de Koro, no es por eso por lo que la recomiendo, pero tiene un catálogo que tiene muy buen ojo con escrituras latinoamericanas y te ayudan a mapear a través de textos como los de María Andruetto y autoras que no son tan mainstream, me interesa que estén mirando esas autorías. De acá de Chile, recomiendo Overol, sobre todo poesía más que narrativa, siempre están sacando cosas buenas. Estoy solo recomendando donde he publicado yo, pero con Laurel también te aseguras de que el libro estará bueno, de hecho, Carcoma de Layla Martínez es una novela que tiene mucha vitrina afuera y acá no se ha leído tanto y yo creo que es una novela que hay que leer, ya que rima mucho con cuestiones chilenas, es muy donosiana.
- ¿Qué piensas del rol cada vez más relevante de las RR. SS y del apogeo de bookstagrammers o influencers del libro?
- Yo creo que está bien porque es una forma de diversificar. Cuando el año pasado hubo esa polémica de que ya se están muriendo los espacios oficiales, ya no hay critica, etc. En parte sí, pero es una crítica más oficial, yo creo que las discusiones de libros están. Ahora que fue la Furia del Libro estuvo llenísima de gente hablando de libros, hablando en RR. SS; la discusión está, solo que se movió de espacios. Claro, si buscas en los mismos espacios en los que estaba la gente antes, ya no están ahí. Está bueno que aparezca más gente, aunque también eso implica una especie de devaluación, es decir, que es tan democrático y hay tantas voces, que van a haber voces que le van a achuntar y otras que no, y hay algunas que van a canjear y a recibir los beneficios de una multinacional, replicando el modelo, y ese bookstagrammer no te va a decir nada importante, o a veces nada respecto a lo literario, sino que relacionado con un boom, con un nombre, con una autoría, pero de literatura poquito y nada. Son pocos los que hablan de lo escrito, de lo que hay dentro, ahí yo creo que este chico, Albo Lectxra, tiene otro eje, se mete en los textos, en lo que está escrito, también Lectora de Metro que, claro, es de otra generación, pero a lo que voy es que se diferencian de otros que hablan sobre portada, biografía, diseño y figura autorales, es como ¿ya y el libro? Ahí se nota que no lo han leído o que es solo canje.
- Un libro que estés leyendo actualmente y un libro que recomiendes.
- Estoy leyendo el último de Sergio Bizzio, Un lugar precioso, que es último que sacó Random House, pero no sé si lo recomendaría. Hay uno de poesía que está bueno que se llama Naufragio, de Robin Beth Schaer, que salió por Komorebi. Es un libro medio oscuro que habla del naufragio y creo que rima bien con Monstruos marinos. Está bueno mirar a Lucía Berlín o Patricia Highsmith que, aunque son conocidas, no sé si leen tanto, podrían leerse más ¡Ah! y Lydia Davis, la recomiendo mucho, creo que leerla es como tener un taller de narrativa, es como que mientras escribe te está enseñando a escribir.
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Se me acaban las preguntas cuando mis oídos siguen como antenas atrapando información. Apago el micrófono: cuarenta minutos de grabación. Eso duró la entrevista a quien fuera mi profesor, Gastón Carrasco. Después de quedarnos un rato más conversando, pagamos la cuenta, nos abrigamos y salimos del Café Portada en dirección a la Universidad Alberto Hurtado. Esta vez con pasos calmados, pasos seguros, ambos conocemos el lugar de destino, ambos estudiamos ahí. Llegamos a la Universidad a tiempo, justo cuando se reanudaba la jornada de clases del primer día de la semana. Nos despedimos y Gastón se encamina a la escalera que lo dirige a la sala. Observo que con cada escalón que sube deja en pausa al escritor y encarna al docente.
Entrevista realizada por Camila Torres Maldonado.
Gastón Carrasco Aguilar. Fuente: zendalibros.com
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Camila Torres Maldonado es Licenciada en Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado. Forma parte del equipo editorial de Revista Phantasma.
Gastón Carrasco es doctor en Literatura de la Universidad Católica de Chile y profesor de la Escuela de Literatura de la Universidad Finis Terrae y de la Universidad Alberto Hurtado.