Existe la posibilidad de que la piel sea un manojo de nudos. Por una parte, la totalidad de la dermis, compuesta por poros, cicatrices, manchas solares, componen una suerte de constelación simbólica por donde el cuerpo logra exhalar. Lo que emana de aquel sistema de excritura es lo que ata los cuerpos otros al propio: un lunar en la parte interior de los brazos, una cicatriz al borde de las rodillas, los espirales infinitos que se dibujan en la punta de los dedos. Los afectos toman formas obscenas, alocadas, que se incineran a sí mismas al rededor de estas signaturas. Es posible amar solamente a partir de una rareza facial, como si aquella mancha en la piel otra concentrara al propio mundo. 

Pero más importante aún es el esquema de ataduras que hay al interior de la piel, o bien, debajo de ella. Tod-s hemos percibido alguna vez el palpitar de la piel. Algo amenaza con reabrir las heridas, con escabullirse, junto a la sangre, de las profundidades del cuerpo. Los órganos, entrelazados mediante una inteligencia secreta, advierten con el pasar de los años la pronta aparición de su lenguaje. La enfermedad nos arrebata el control de las extremidades. Un lunar cancerígeno, un ojo temblando intermitentemente, un grano incipiente, cada uno de estos signos: una inscripción de lo desconocido. Pero la violencia no es la única forma de habla interior. En las fotografías de Tamia Berenice, los diferentes cuerpos capturados en la imagen aparecen modulados a partir del rostro. El rostro humano es sumamente importante, ya que, para occidente, la cara es una suerte de mapa. En él, todos los fenómenos abstractos adquieren materia. El semblante es la metáfora predilecta del mundo visible. En este caso, tal mecanismo pareciera funcionar de forma inversa.

En el primer elemento de la serie fotográfica, Tamia Berenice nos muestra un rostro triplicado. Mediante la doble exposición, el retrato adquiere otra posibilidad de la piel: aparentemente plana, delgada, la piel posee una profundidad terrible. Capaz de mirar en todas direcciones, la piel posee todos los tiempos desplegados sobre sí misma. De algún modo, es posible extraviarse en la propia piel. No hay arriba ni abajo. En la basta extensión del órgano humano, es posible desfallecer en su interior, ya que, a pesar de que sea un retrato, no hay figura en la imagen que nos devuelva la mirada. Es posible, mediante la piel, movernos al mundo de los objetos, o bien, al territorio de la ceguera. De ahí, por ejemplo, que las últimas dos fotografías disputen los imaginarios del infierno y la esperanza. Desaparecer en la propia geografía, en aquel mapa ignoto de la cartografía corporal, puede ser tanto una restricción como una apertura para definir lo que entendemos por humanidad. 

Texto de presentación por Víctor González Astudillo.

 

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Fotografías de Tamia Berenice

 

Lénfer. Tamia Berenice.

 

L'espoir. Tamia Berenice.

 

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Tamia Berenice (1998) Diseñadora de Imagen y Sonido (UBA) argentina. Se desempeña como Directora de Fotografía en la productora audiovisual Wakún Híxa. Sus proyectos fueron publicados en revistas internacionales GMARO Magazine (2023), Gezno Magazine (2022), Artells (2022). Asimismo como su trabajo audiovisual que participó en varios festivales tales como Mar del Plata Film Festival (2018/2019), FICSUR (2022), SWIFF Awards (USA 2023), FIC.UBA (2023).