Por Alicia Yáñez Hernández

Podríamos definir la crisis climática actual como un fenómeno crítico que somete a todo ser vivo al peligro. Los cambios de clima que afectan tanto a la vegetación como a los animales destruyen el hábitat natural, obligando a los seres a movilizarse apelando así a su capacidad de adaptación o de morir inevitablemente. Así mismo, el aumento de temperatura y la sequía se consagran como los peores efectos de la crisis climática.

En Islas de Calor (2022), libro escrito por Malu Furche R. y publicado por La Pollera Ediciones, se nos presenta una serie de cuatro cuentos que escenifican un mundo apocalíptico menos irreal de lo que quisiéramos. Las actividades diarias se desarrollan mientras el calor extremo se acumula en las calles, los grandes edificios y los materiales de construcción impiden la liberación de las altas temperaturas, formando “islas de calor”. La vida continúa, pero ya no es como antes, las personas deben adaptarse, el calor no puede escapar, tampoco los personajes. Entonces, nos preguntamos: ¿Qué significa realmente el calor? ¿De qué manera se relaciona con los protagonistas? En este sentido, descubriremos que el escenario distópico de la crisis climática entra en un juego de percepciones, cada cuento posee una realidad diferente que otorga al calor un significado tanto objetivo, material, como uno subjetivo e interno de cada personaje.

Desde un comienzo, la primera característica que identifiqué y más me sorprendió fue cómo podía llegar a empatizar con los personajes, o mejor, cómo podía identificar las semejanzas de los sucesos ficcionales con situaciones cotidianas. Es extraño imaginarlo en un mundo distópico, en relatos que funcionan como una documentación del fin, pero el énfasis que la autora da a las emociones de sus personajes no es banal, todos ellos muestran un rasgo de humanidad a pesar de la condición de peligro que sufren; arrastran recuerdos del pasado, sentimientos y una motivación contradictoria de vivir que refleja circunstancias reales, las cuales emocionan y dejan una sensación rara, lejana y cercana al mismo tiempo.

La cotidianidad que identifico en los relatos se hace presente desde el primer cuento, “Vivir así”, el cual narra la relación que mantiene una empleada doméstica —Pastora— y la jefa del hogar—Mónica—, ambas instaladas en el contexto que mantienen todos los relatos del libro, la crisis climática. La vida es difícil, las altas temperaturas obligan a las familias a abandonar su hogar, pero, afortunadamente, la casa de Mónica parece mantener algo de frescura, aun así, la convivencia se vuelve agotadora; Mónica está enferma, prácticamente en coma y Pastora debe cuidarla, cargando consigo un sentimiento de responsabilidad y culpa que define la relación entre ambos personajes. 

Las situaciones que viven Mónica y Pastora son diversas, recaer en comentar cada una de ellas, creo, no sería pertinente, sin embargo, algo que quisiera resaltar es la infidelidad que comete la empleada con el marido de Mónica, Pedro. La infidelidad marca la construcción identitaria de los personajes, en cuanto la culpabilidad de Pastora, el resentimiento de Mónica, y la incomunicación entre ambas, acrecientan la relación e imposibilitan la distancia, es decir, a raíz de estos sentimientos es que los personajes se mantienen juntos, estos edifican su vida contradictoriamente, lo abarcan todo y dejan a la otra sin nada. El silencio es clave en ambas protagonistas, se funde por dentro como un acuerdo mutuo

En “Atacama (o los que no vuelven)”, la autora da un giro inesperado, o al menos así fue para mí. La narración se transforma en un puzle, nosotros la completamos a medida que leemos los testimonios de los personajes: Tiare, Susi, la Rusia y los que no vuelven. El Atacama funciona como un bar clandestino, configura un espacio de vida, de diversión enclaustrada como el calor y los habitantes de la ciudad. Es un pequeño rincón de felicidad, aunque solo para Tiare, pues, a través de los siguientes testimonios, nos enteramos de que, antiguamente, el bar era ocupado por los militares como un espacio de tortura. Luego, el lugar  terminaría en manos de Susi, que tras perder a su familia en un accidente y matar a su marido milico, se encargaría, junto a la Rusia, de asesinar a diferentes personajes en el sótano del bar, con el objetivo de alimentarlo y mantener su viveza, transformándolo, finalmente, en la reproducción de la violencia; las altas temperaturas dentro del local se paralizan, el bar es el verdadero consumo de la vida.  

 

Islas de calor. Malu Furche R. La Pollera Ediciones.

 

En este segundo cuento, el calor aparece como una especie de excusa, pues resulta beneficioso para tapar los crímenes que suceden dentro del sótano del bar. También, los militares representan la violencia desmedida, el odio hacia ellos en base a las torturas cometidas no son solo un hecho ficticio; la sociedad en el relato se vuelve como un espejo de la realidad.  Así mismo, la autora mantiene una relación entre las “islas de calor” y el sufrimiento de los personajes. Un claro ejemplo es Susi, que tras perderlo todo poco le importa la catástrofe del mundo. El bar contiene las vidas arrancadas que la acompañan, almacena su propio calor, y a su vez, le sirve como consuelo. Pienso que la lectura está guiada por el misterio, recorremos un camino de incertidumbre que nos provoca una especie de extrañeza terrorífica; los sentimientos son como una fiebre, arden, se concentran al igual que las altas temperaturas o como las palabras que “se encierran en la boca y se calientan allí hasta evaporarse” (60).  

Los dos últimos cuentos, “Animales del calor” y “La viuda y la virgen”, comparten el espacio-tiempo ficcional, en ambos existe un mal presagio sobre la virgen a punto de prenderse fuego en el incendio del cerro. En “Animales del calor” se intensifica la imposibilidad de los personajes para escapar; Natalia no puede regresar al sur, se queda atrapada con su familia en la gran urbe, la única manera de resistir la insoportable vida luego de la crisis climática es manejar el viejo taxi de su padre, reconociendo animales, recordando a Castro, su perrito fallecido, esquivando a los militares y huyendo del toque de queda. Una noche, conduciendo el taxi, Natalia conoce a una pasajera, Rebeca. Juntas realizan un recorrido por el paisaje desesperanzador de la ciudad. Para esta pasajera, los animales indefensos son también un medio de resistencia, pero no por la melancolía, sino porque sirven como alimento para su hermano enfermo y los niños pobres de la población, lo cual expone un lado terrorífico y triste del subsistir. Rebeca, entonces, le revela a Natalia la crueldad de la supervivencia. 

En cambio, en “La viuda y la virgen”, el mal presagio del incendio se complementa con una devoción ciega. La fe es como el fuego, la población poco a poco pierde las esperanzas y recurren a Leontina, “La viuda”, para pedir milagros a cambio de favores, incluso Natalia la visita para poder regresar al sur, sin embargo, su apariencia es la de una farsante total; no tiene un poder especial, sino que debido a una condición médica no puede sentir dolor al quemarse, no sufre el calor como los demás. Aun así, los personajes desconocen el problema médico y se preguntan si la conexión entre la virgen y Leontina es cierta. Aparentemente ella misma confía en que sí; el fuego las une, el incendio y su devoción son lo mismo, habitan en ella, el calor es tan contradictorio y pasional. Al final, en “La viuda”, se consuma la devoción gestionada por el propio fuego, su casa se incendia junto a ella, como si fuera un sacrificio hacia la virgen, un acto de fe.

Me parece muy interesante como en todos los cuentos el sofocamiento de las altas temperaturas representa, en cierta medida, el sofocamiento interno de los personajes que aflora en la ciudad, es decir, en este cúmulo de calores. Así, el calor se vuelve íntimo y las temperaturas extremas pasan a segundo plano. En todos los relatos el ardor significa fuerza, se acumula sin disiparse hasta llegar a un punto cúlmine, el cual estaría determinado por la posibilidad de escapar; liberarse es un objetivo intrínseco en los cuentos, que, pienso, solo está presupuestado por la muerte. No hablo de la destrucción detallada del mundo, sino, del rescate de sí mismo a través de la muerte: en el primer cuento, la muerte de Mónica consagraría la emancipación de Pastora con la culpa de su pasado; en “Atacama (o los que no vuelven)”, la matanza de las personas reproduce la violencia y la memoria como símbolo de vida, tanto para el bar como para Susi; en “Animales del calor”, los animalitos asesinados representarían la única posibilidad para las familias pobres de sobrevivir en la crisis climática; finalmente, en el último cuento, el suicidio de la viuda representaría, como mencioné anteriormente, un acto de fe.

Entonces, al finalizar la lectura, damos cuenta de la rigurosidad con la cual la autora deja entrever la relación emocional y catastrófica de la crisis climática. El mundo interno de los personajes es igual o aún más cruel y terrorífico que el calor extremo. Asimismo, creo que hay una visión crítica importante que está contenida en cada relato, en el que se exponen temáticas de nuestro diario vivir, como relaciones interpersonales y sentimientos, sumados a la violencia, la supervivencia, y/o al final próximo acelerado por nosotros mismos.

A mi parecer, los cuentos, además de ser interesantes, requieren atención, pues abren un espacio de reflexión que, quieras o no, enfrenta al lector, ya sea por la cosmovisión distópica de la crisis climática o por las emociones que proyectan los personajes para así, sumergir nuestra propia realidad en la ficción.

 

Malu Furche R.

 

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Alicia Yáñez Hernández. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica por la Universidad de Chile.