Ambientado en la periferia de Santiago, en particular en los blocks de la población Pablo De Rokha de La Pintana, la autora reconstruye las dinámicas familiares de sus personajes en una noche de año nuevo que busacaba darle la bienvenida al 2018. La marcada tradición festiva de esa jornada se encontró cruzada por ejercicios de memoria, tanto colectivos como individuales que determinan una identidad popular bien constituida. Es por esto que las dos ideas matrices que cruzan esta novela, además de su fuerte carga neorrealista y plebeya, son la familia y la identidad.

La novela se encuentra narrada en dos tiempos. Por un lado el presente, centrado únicamente en esa noche de año nuevo, protagonizada por el personaje de Marta, una joven de 24 años, la cual se particulariza además de que carga con el recuerdo de su tía -que más adelante veremos que en verdad era su hermana- Leonor, fallecida hace pocos años atrás producto de una enfermedad degenerativa. Mientras que el otro tiempo es el pasado, protagonizada precisamente por Leonor, cuya patología avanza en la medida de que ella va creciendo y le define todo ese espacio de intimidad que además se intersecta con su precario pasar económico.

Retomando las ideas matrices que identificamos en esta novela, comenzamos con el neorrealismo plebeyo, cuya principal expresión se ve en la cumbia, que es el lenguaje común de toda esa noche de año nuevo. Partiendo porque el nombre de la obra es parte de la letra de la canción “Cumbia para adormecerte” de la popular banda chilena la Sonora Palacios. La cumbia es por excelencia una representación musicalizada de la festividad popular latinoamericana, y en Chile no nos quedamos ajenos a esa realidad. Sin embargo, más adelante veremos que esa no es una festividad absoluta que nos lleve a borrarnos de una existencia ni a olvidar todo nuestro origen.

A partir del tópico de la identidad que mencionamos, vemos que este siempre ha sido un paso necesario en las novelas latinoamericanas de, por lo menos, el siglo XX en adelante. Más aún dentro del escenario de posmodernidad, el cual vino a calzar también con un contexto de avanzada neoliberal muy profundo. El contexto de La ciudad letrada que hablaba Ángel Rama, se cruzó años después con un crecimiento periférico que dio paso a nuevas soluciones habitacionales, con villas y poblaciones para albergar a la pobreza. Este crecimiento exponencial dio paso a nuevas formas de identidad.

A su vez, este contexto que fue terreno fértil para la atomización, también lo fue para la emergencia de nuevas subjetividades. Leonor Arfuch plantea, en su texto “Problemáticas de la identidad”, la idea de identidades políticas no tradicionales que redefinen la visión universalista (23) que se tenía de la clase trabajadora como una expresión homogénea. El lugar donde habita la pobreza en el siglo XXI, que es donde se inserta esta obra de Pino Luna, recompone buena parte de esto en una representación honesta y genuina de la clase popular del Chile actual, marcada por una fuerte impronta feministas, que no se representa en un discurso explícito, sino que más bien en un rol activo de sus personajes mujeres populares. 

La identidad, a su vez, también pasa por cierta visibilidad que se le da a otro tipo de opresiones y violencias contingentes, que si bien no son nuevas, ahora ocupan una lugar y han adquirido una visibilidad que antes no se les daba, como por ejemplo la salud y la discapacidad. Ya habíamos anunciado anteriormente la situación que cruzaba a Leonor y cómo esta se grafica cuando ya no puede salir de su casa y debe permanecer de manera constante en el cubículo de su habitación contemplando el barrio por la pequeña ventana. “Esta afición por la ventana y lo que había tras ella comenzó cuando el cardiólogo recomendó que se educara en casa, pero no vivía en una familia aristocrática del siglo XIX, ni del siglo XX, eligió mirar por la ventana. Mirar desde el tercer piso le daba una perspectiva de las cosas, específicamente cosas que se alejan y sus distancias” (43).

En cuanto a la matriz de la familia mencionada al inicio, tenemos una interesante representación a partir de núcleos familiares disfuncionales, en el sentido irónico, pues veremos que en verdad este termino que busca invalidar familias no tradicionales no tiene argumentos suficientes para decir que sean familias que fallen en su funcionalidad. Por lo mismo que se ve por parte de la autora cierta reivindicación en la familia, pero no como ese núcleo de restitución conservadora con el que tradicionalmente carga, sino que como un espacio colectivo y de profundos afectos que se refuerzan mucho más en un contexto de desmemeoria.

La historiadora y psicoanalista Elisabeth Roudinesco, en su libro La familia en desorden aborda algo similar. “Sin orden paterno, sin ley simbólica, la familia mutilada de las sociedades posindustriales se vería, dicen, pervertida en su función misma de la célula básica de la sociedad. Quedaría librada al hedonismo, a la ideología de la ‘falta de tabúes’. Monoparental, homoparental, recompuesta, reconstruida, clonada, generada artificialmente, atacada desde dentro por presuntos negadores de la diferencia de sexos, ya no sería capaz de transmitir sus propios valores. En consecuencia, el Occidente juedeocristiano y, más aún, la democracia republicana estarían bajo la amenaza de la descomposición”. Esta mutilación al orden conservador de la familia es en especial muy fuerte si retomamos la idea de la representación femenina de la obra. 

Sin ir más lejos, el personaje de Clara “adopta” a como su hija a su nieta Leonor, quien nació producto de una terrible violación que Karina -hija de  Clara- sufrió en su adolescencia por un hombre mucho mayor. Esto llevó a que Leonor fuese criada como hermana menor de Karina, quien en verdad era su madre y, años después, esta última tuvo a Marta, quien fue como sobrina de Leonor, cuando en realidad era su hermana. Es decir, lo lazos familiares dentro de la obra se van constantemente adaptando a un contexto social y que busca supervivencia ante las dificultades que son tanto económicas como también juicios morales.

El encuentro de esta ya mencionada “disfuncionalidad” se da esa misma noche de año nuevo en los blocks, donde las familias de Marta y de Gabriel -el otro personaje importante de la obra- se reencuentran en un mismo lugar, una misma historia y vidas muy similares. Este último es un personaje, que fue el mejor amigo de la infancia con Leonor,  fue abandonado por su madre y criado por su padre. A su vez, esa noche de año nuevo, cuando se intentó involucrar amorosamente con Marta, pero fue posteriormente rechazado a la mañana siguiente, va reconstruyendo una serie de escenas de celebración pero que siempre se cruzaban por un tinte melancólico, también cruzado por este lenguaje y ritmo de la cumbia. Sus familias eran pobres, pero celebraban dentro de los marcos que se les permitían. Una muestra de esto es la siguiente escena protagonizada por los abuelos de Marta: “No tenían siquiera un milímetro del futuro asegurado, pero bailaban como si protagonizaran un radionovela de la tarde” (50).

Por lo tanto, vemos que esta obra se cruza con personajes que se encuentras con un fuerte componente de identidad, ligado a sus familias, su condición social y las diferentes intimidades que se insertan en su subjetividad. Se encuentran celebrando un año nuevo, con toda la importancia que ese día tiene en nuestra sociedad, pero también conviviendo con sus dolores más arraigados. Tal como la cumbia, que puede instrumentalizar el sonido de una fiesta, pero con una letra que representa algo triste y doloroso. La melancolía es el motor de esta obra, con personajes que no escapan de su nostalgia, de sus heridas de un pasado que quizás no empaña el conjunto de la fiesta, si se grafican y se vuelven difíciles de enmascarar. No por nada se frecuenta mucho, entre quienes festejaban esa noche, la consigna “¡alegría, alegría!”, para evadir cualquier tensión o mal rato que captara ese momento.

 

Bibliografía

  • Arfuch, Leonor (comp.).  “Problemáticas de la identidad”. Identidades, sujetos y subjetividades. Prometeo: Buenos Aires, 2005.
  • Pino, Luna. Mientras dormías, cantabas. Los libros de la Mujer Rota: Santiago de Chile, 2021.
  • Roudinesco, Elisabeth. La familia en desorden. Argentina: FCE, 2003.

 

Mientras dormías, cantabas (2021). Nayareth Pino Luna. Los libros de la mujer rota.

 

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Emilio Corales Moreno, Licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado. Actual estudiante del Magíster en Estéticas Americanas en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha investigado sobre representaciones estéticas de la marginalidad urbana en la narrativa chilena, con especial foco en la primera mitad del siglo XX con Manuel Rojas.