El Licenciado Argerich cerró la puerta y pensó que por hoy ya era suficiente de atender pacientes. Llamó a su secretaria y le pidió que le cancele todos los turnos de lo que quedaba del día. Transcurrían los años 90’ y trabajaba de psicólogo atendiendo por la mañana en una empresa llamada Dinamo Petroquímicos en la que había sido contratado para hacer el trabajo sucio:  elegir y seleccionar a las personas que sirven y no sirven para la sociedad.. Argerich realizaba su trabajo de una manera muy resolutiva y quirúrgica, no se planteaba nada ni experimentaba ningún tipo de sentimiento de culpabilidad, ni le temblaba el pulso ante semejante crueldad. 

Maite era una de las chicas que componían la larga lista de  quienes habían pasado por la mañana por el Departamento de Marketing, Recursos y Publicidad de Dinamo, empresa para la cual se había postulado para un puesto de telefonista, en el que le habían pedido una serie de requisitos relacionados con la buena presencia. Ella estaba muy presentable para las entrevistas, pero no entendía bien porqué debía realizar tantas pruebas para postular al puesto que ofrecía la empresa. Ella no hizo otra cosa que estar a disposición de todas las cosas que le iban requiriendo. En el Departamento de Marketing, Recursos y Publicidad estaba Argerich que tenía en su poder todos los papeles de todos los postulantes al puesto. Le tocaba analizar las pruebas de Maite que eran varias hojas, en ellas figuraban varios dibujos que él mismo le había pedido realizar. Los corrigió y le puso cruces en rojo por todos lados haciendo un gesto con la cabeza como de no estar conforme.. 

     —Maite López —leyó en voz alta en la hoja—. No vas a trabajar en tu vida soñadora —remarcó mientras hacía anotaciones.

Maite estaba en una especie de sala de espera en donde había muchos asientos y estaban todos en la misma situación de espera que ella. Era una época bastante difícil para conseguir trabajo. Cada uno estaba ensimismado en lo suyo, todos con sus respectivas pruebas en la mano. Maite empezó a abanicarse con unos papeles que tenía en la mano porque no se sentía bien, se levantó para ir a servirse agua de una máquina de agua. La espera la estaba matando.

Cuando le toca el turno a ella, Argerich la llama:

     —Maite López —dijo  Argerich.

     —Acá —contestó Maite.

     —¿Qué tiene ese dibujo?

Se hizo un silencio tajante, y Argerich se focalizó nuevamente en él. Maite había dibujado una mujer debajo de la lluvia, recibiendo el agua con los brazos extendidos hacia el cielo, como si el agua fuera una bendición de la naturaleza. Argerich desacreditando absolutamente todo, comenzó a hacerle preguntas filosas.

     —¿Qué quisiste expresar con esta mujer? ¿Qué significa la mujer extendiendo los brazos? —insistió Argerich.

     —No podría explicarlo, sería como un grito de libertad, de querer liberarse de cierta opresión —le respondió Maite.

     —¿Así te sentís? —replicó Argerich.

     —No —dijo Maite—, bueno un poco, sí … ¿quién no se siente un poco así?

     —Mira Maite, yo podría derivarte a un psiquiatra para que hagas una consulta, porque creo que no estás bien.

     —Puede ser que no esté bien, pero yo vine aquí a conseguir un trabajo, no sé qué significan todos estos planteos —le dijo Maite.

     —Demás está decirte que el trabajo no es para vos —agregó Argerich algo sulfurado.

Maite se levantó, tomó sus papeles, incluido el dibujo y se fue de allí. Argerich llamó a la siguiente postulante y siguió haciendo su trabajo de una forma muy calculadora y puntillosa. Ese día Maite llegó muy triste a su casa, pero su madre que la conocía bien trató de animarla explicándole algunas cosas.

     —Maitecita mi amor, tenés que comprender que todos somos necesarios para algo en esta sociedad. Solo hay que saber encontrar qué es eso para lo que somos necesarios —le dijo su madre mientras le acariciaba la cabeza.

     —Mamá no entendés, ese psicólogo me trató de loca más o menos.

Los 18 años de Maite significaban que todavía se estaba buscando, pensó en un pestañear que duró 20 años y nos lleva de cabeza a la Maite de 38, convertida en una gran mujer y escritora, ella nunca había podido olvidar a ese psicólogo, el Licenciado Argerich que la evaluó en esa entrevista laboral, La había traumatizado. Un fuerte rechazo se apoderaba de ella cada vez que recordaba ese evento de cuando era tan solo una adolescente. Había estudiado, había desarrollado su vida normalmente, no solo eso, sino que se había dedicado a su carrera de escribir. Cada vez que lo recordaba a Argerich pensaba quién era ese señor para hacer una interpretación tan rapaz de lo que era la lluvia para ella, porque llover, lo que se dice llover, se pueden llover mucha cantidad de cosas o de muchas maneras distintas. Estaba intentando como escritora escribir algo sobre la lluvia. La fascinaba como elemento de la naturaleza. Recordaba que en Macondo, el pueblo ficticio del Gabo, era algo normal que llovieran sapos, y relacionó que esa misma escena se replicó años después en la película norteamericana Magnolia. Durante años la había perturbado gratamente esa imagen de los sapos cayendo del cielo, pero no como la había perturbado Argerich.  Pensaba que en el continente africano consideraban a la lluvia como una bendición relacionada con la fertilidad y el desarrollo de sus cosechas y plantaciones. 

Con los años se había dedicado a investigar que ese dibujo que le había hecho hacer Argerich respondía a una prueba que se utilizaba en psicología, que ella lo había estudiado cuando pasó por la universidad y que se utilizaba para los ingresos a los empleos porque se esperaba que la persona dejara entreverse en ese dibujo y delate su personalidad responsable y precavida, o lo contrario. Nadie nunca, ni mucho menos ese psicólogo Argerich, pudieran imaginar lo que Maite amaba la lluvia. Desde muy chica se quedaba horas mirándola a través de las ventanas, le gustaba el olor a tierra mojada que se apoderaba de su barrio cuando se largaba a llover, para atreverse a pensar que muchos de sus momentos de creación e inspiración como escritora respondían a momentos en los que estaba comenzando a llover o lloviendo. Amaba la lluvia en invierno, pero la lluvia de verano directamente la relacionaba con el alivio de algo.  Los últimos años está quedando de manifiesto que los calores no son normales y que las lluvias ya implican sin exagerar esa bendición que ella había dibujado en la prueba para Argerich. Es más, ella soñaba con que ese psicólogo algún día debería pedirle perdón por semejante improperio causado. 

Esa noche Maite llegó a su casa del trabajo, escribía para una revista artículos periodísticos para la sección cultura, pero casi siempre en las noches desconectaba todas las pantallas para dedicarse exclusivamente a la escritura de sus textos personales, los que por lo general casi siempre publicaba en forma inédita. Se sentó en su computadora y escribió “La revolución de la lluvia”. Punto y aparte. 

No sé por dónde podía volar su alma en la época del gran diluvio universal, pero de qué manera ese cataclismo de semanas y semanas interminables de lluvia y caudales infinitos de agua podía haber influido en su información genética o la de su familia, en la memoria celular de sus antepasados o ancestros… escribió. Se levantó a prepararse un café. Se quedó pensativa. Encendió la tv y buscó uno de esos canales que pasan documentales sobre la naturaleza, este hablaba de la escasez de agua en el mundo en un futuro no muy lejano. Algo le daba vueltas en la cabeza. Algo parecía no tener sentido. Entró a Google, escribió la palabra “lluvia”, decía en su significado: “precipitación acuosa en forma de gotas, el monzón, tras su recorrido por el océano donde se carga de humedad, provoca lluvias torrenciales en el continente”. Volvió a quedarse pensativa. Fue a la computadora, escribió: y llovieron psicólogos aquella mañana. Punto. Va de nuevo a la tv, pone un canal de noticias y escucha una noticia, “se rompió un puente en EE.UU y un psicólogo cayó al río en su auto, esa mañana no paraba de llover”, dijo la conductora del noticiero, no encontraron aún su cuerpo, recordó cuando Ismael Serrano decía en una canción que aquella mañana no paraba de llover y ya para esta altura estaba segura de que solo se trataba de lo que su mente quería escuchar y relacionar. Aquella mañana no paraba de llover. Como aquella mañana en que se había presentado en Dinamo Petroquímicos en una entrevista laboral en la que bien presentable y peinada le hicieron pasar uno de los peores momentos de toda su vida, solo porque todavía no había encontrado su vocación, porque aún la estaba buscando. Pensó que quiénes somos para hacer sentir mal a un otro, pensó en cuanta gente lo hace a diario sin plantearse absolutamente nada. 

Al día siguiente, Maite va a su trabajo y en el transcurso del viaje a la oficina ve una manifestación de protesta en contra de la exploración sísmica del hombre en busca de petróleo. Se quedó observando un rato y vio que en los carteles había nombres de distintas empresas petroleras y entre todos vio el nombre Dínamo petroquímicos. Qué chico era el mundo después de todo y cómo habían cambiado los tiempos desde que ella era adolescente, Añorar la lluvia hoy era casi un acto de redención cultural y de heroísmo humano. Cómo había cambiado el mundo, ahora eran los propios psiquiatras quienes debían cerrar el paraguas, y la lluvia una revolución para la humanidad toda.  

The Rain Room, Shanghai. Hylton Routledge

 

 

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Carolina Camacho. Realizadora audiovisual argentina, guionista y docente de guión. Escribe artículos relacionados con lo audiovisual y cinematográfico. 

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