La tarea de presentar un libro es delicada y no debiera tomársela a la ligera tan solo por el hecho de que sea una costumbre en el medio literario. Los peligros que evitar son múltiples, ciertamente, pero me gustaría centrarme en dos. Está, por una parte, la tendencia a oficiar de tonto solemne y escribir una elegía para un trabajo que acaba de nacer. Al mismo tiempo, aunque esto es algo que he observador más en autores y autoras, existe el riesgo de prologar la obra propia o ajena con un mal espectáculo circense. Decir “bueno y este el mi trauma, po. O sea, perdón: mi libro, jajaja, sorry por lo poco” y seguir hablando al infinito. El desafío estriba en encontrar, como siempre, el virtuoso justo medio: ni una apología ni un torrente de excusas en forma de stand-up

Me pidieron presentar La añoranza feérica de Paula Rivera Donoso y dije que sí por varios motivos: el primero, el más obvio y también más vanidoso, es que, si ustedes lo abren, verán a un tal Emilio, que no es otro que yours truly*.  Por otra parte, el libro versa sobre Fantasía, una tierra que Paula y yo algo conocemos después de varios lustros creando, conversando y teorizando sobre ella. Nuestra vida, durante los últimos quince años, ha girado, de algún modo, en torno al Reino Peligroso. En cierto modo, podría decirse que este es un libro que conozco bien. Vengo leyéndolo hace, más o menos, quince años. 

En esta presentación quisiera contarles por qué creo que La añoranza feérica es un libro valiosísimo para su pequeño pero intenso campo cultural. Que Paula y yo estemos casados importa bien poco. De haber sido otro el caso me habría alegrado mucho por su existencia y le habría dedicado una buena reseña en alguna desaparecida o hipotética revista literaria. También, dicho sea de paso, estoy aquí para devolver un favor que nunca fue un favor: una vez, hace muchos años, Paula escribió una reseña tipo ensayo de la que, hasta el día de hoy, es mi primera y única novela terminada. Pero sigamos con lo nuestro.  

La añoranza feérica es un libro valioso en el contexto de la literatura imaginativa chilena, ciertamente. En este país (y permítanme tan grosera pero sincera impertinencia), nadie escribe hoy acerca del Reino de las Hadas. Epígonos de Tolkien publicados por imprentas con contactos hay, sí, en ingentes cantidades. También, hay pensamiento sobre “la literatura fantástica”, en gran medida mediocre, esporádico y derivativo. En el libro de Paula no encontrarán nada que pueda describirse de ese modo. Nada, tampoco, sobre ciencia-ficción. Nada sobre horror o fantastique. Cuando decimos fantasía decimos fantasía: lo feérico, es decir, aquello pertinente a Faërie, el País de Fantasía.

Pero eso, si la autora me lo permite, no es lo más importante. Lo más importante es que este libro nos introduce a un pensamiento novedoso y comprometido con la imaginación, su relación con el mundo y la condición humana desde una estética particular que es más que la suma de sus elementos constitutivos. La fantasía, ciertamente, es más que elfos y dragones, que sistemas de magia, franquicias de moda, juegos de rol o grandes producciones de cine, televisión y videojuegos. Para Paula y para muchos de los que estamos aquí, es una experiencia estética y existencial que marca vida, destino e intelecto. Si tuviera que terminar mi intervención ahora, ya, en este momento, esa sería mi última palabra.

Pero no aplaudan ni dejen de leer. Queda tinta todavía.

El libro que los está esperando por ahí, en algún escaparate, contiene siete ensayos en los que Paula Rivera Donoso narra, describe, discute, tensiona, reconcilia, formula, reformula, sintetiza, crea y recrea, piensa y repiensa su relación con la fantasía como lugar metafórico, estética literaria y camino de vida. Eso le da ciertos aires, hay que decirlos, romanticistas. Pues fueron las y los románticos quienes le heredaron a nuestra literatura contemporánea la autoconciencia, ora a través de prólogo-manifiestos, el uso y abuso de la intertextualidad o, simplemente, la idea de que (parafraseando a Wordsworth) los poetas son personas públicas: the poet is a man speaking to other men. Hoy, ciertamente, la idea de “hombre” nos queda pequeña. Hay que alargar el brazo y dilatar la ronda. Quien escribe, le habla al conjunto de la humanidad.

Y la fantasía, como la poesía – escribe Ursula K. Le Guin – habla la lengua de la noche; y la noche, en sí misma, es misteriosa, nebulosa y onírica, acaso impenetrable, pero no absoluta. El primer ensayo del libro nos presenta una metáfora que tanto Paula como yo hemos tomado prestada desde el afortunado momento que la descubrimos: si el realismo es un espejo, la imaginación es una lámpara con la que no solo iluminamos el mundo cotidiano sino los profundos senderos que miran hacia el interior, donde habita aquello que Shakespeare llamara such stuff as dreams are made on: aquello de lo que están hechos nuestros sueños. Este libro se aventura en los entresijos que esconden aquellos que soñamos pero su autora no se deja llevar por las promesas engañosas que la Reina de las Hadas ha tejido para confundir a los incautos. El viaje, en último término, es downwards into the Night, but upwards into the Light: de abajo hacia arriba. Desde la oscuridad de la noche a la luz de la vigilia. 

Uno de los argumentos centrales de La añoranza feérica es que la fantasía es, en efecto, un viaje al otro-mundo. Un viaje, dicho sea de paso, que – como también apostillara Ursula Le Guin – va a cambiarnos de algún modo. Paula, de hecho, escribe ya desde ese cambio. Su voz es la de aquella que ha visto las terribles maravillas del País de las Hadas y que ya ha sentido no una sino dos, tres o cuatro veces sus melódicas y tristes resacas de amanecida. Incluso el tono de los ensayos en teorías “más académicos” aparece ante nosotros trastocado por un impulso nocturno, irracional o, más bien, pararacional. Aquí citar a Le Guin también se vuelve imperativo: la fantasía, dice en From Elfland to Poughkeepsie, es un medio para interpretar y aprehender la realidad. Esta idea merece ser replicada hasta el cansancio. Quien huye de la realidad, sostiene Tolkien, huye de la cárcel. Acaso, Jorge Teillier disentiría para estar de acuerdo: la huida del fantasista es hacia la realidad auténtica. La realidad de la mente; la realidad del espíritu; la realidad del corazón. 

Las siete llaves al País de las Hadas que encontrarán en este libro apelan, precisamente, a esa realidad: aquella donde las lámparas brillan en medio del bosque, las palabras son piedras y encantamientos incompletos, las grietas y heridas sanan con oro y los changelings o cambiazos encuentran sus destinos en el bosque. En él hay discusiones, presentaciones de argumentos y disquisiciones librescas para aburrir a los neófitos ad nauseam, pero también hay fábulas, cuentos y arrebatos. La añoranza feérica no es un libro sanitizado en el que los “exhabruptos” de su autora deban evitarse con tibiezas. En otras palabras, sí: es un libro descalibrado, para desespero de Alicia y deleite del Sombrerero y sus deschavetados comensales.

Letrados, letradas y letrades del mundo cítenle bajo su propio riesgo. Este libro no es un tratado académico aunque la sangre del erudito corra por sus venas colmadas de tinta. Neurotípicos del mundo, beware: quizás el diario de viaje de Paula os plantee preguntas, preguntas que rompan máscaras; preguntas que, como cierto mago impertinente, les obliguen salir de los campos conocidos. Cuidado, tolkiendilis: este libro os dirá que Tolkien es uno más, incluso si es “el más uno más” de todos los unomaces.  Cuidado, escritorado y profesorado chileno: Paula les recordará que un extraño les vigila en el bosque y que vuestras impertinencias tendrán peso en la balanza del destino.  Lector, lectora, lectore: aconsejo extrema precaución. La añoranza feérica intoxica como ciertas manzanitas que alguna vez causaron estragos en el poblado de Entrebrumas. De otro modo, no se entiende que desista uno.

 

De acabar este mi proemio 

con vulgares estertores de prosa

retomando esto o aquello,

lo dicho i lo omitido  

como quien acaba una tarea inoficiosa

a la usanza del truhan o desdichado

que acumula letras muertas

para cebar a los dragones

que alguna vez sin ron mediante 

acabarán por devorarnos. Mira, tú:

estos son los trazos del relámpago, 

la luz que ha interrumpido el conticinio

i perturbado los concilios de los sabios.

En estos versos abandono la mesura

porque he de hablaros de un lugar

donde resonará por siempre el infinito. 

Abandonad cualquier desesperanza,

vosotros que entráis en este libro,

aunque conservéis por siempre la tristeza 

de una nacarina caracola

que jamás habrá de cantar las semblanzas

     del océano.

Abandonad cualquier desesperanza,

vosotros que cabalgáis a lomos de los vientos,

aunque os duela siempre el agujero

que ha dejado en vosotros abandonar el hogar

     que os espera.

A aprender os llamo la lengua de la noche

que Paula habla con colores propios

aventurándoos en los jardines de este libro:

buscad la lámpara que brilla, 

mas no dejéis del todo el espejo deslucido,

ni olvidéis por vuestras vidas los campos conocidos. 

Porque aquí hallaréis dragones

alegrías i tristezas afiladas como espadas

i palabras que habrán de aperplejaros.

Resistid solo si sois cobardes i marchaos si queréis

mas a fe mía a propio riesgo de perderos para siempre

en los pantanos de la vida no soñada.

 

Cuidaos, cuidaos de los idos de Faërie, cuidaos:

de quienes solo ven al árbol i no al abedul o a la secoya;

cuidaos de quien no distingue la flor del acónito 

     o la hierba de San Juan. 

Cuidaos de quien viendo a un pájaro solo ve las plumas

i jamás a la bandurria, treile, zarapito o cormorán. 

Cuidaos de quienes odian el lenguaje 

i la imaginación imprecan siempre con el más tenaz

     de los esmeros.

 

Mas cuidaos, también, de los hilos que tejen este libro;

o no: más bien, cuidaos de vosotros mismos,

que sin lámpara ni espejo entréis en sus dominios.

 

Pues nada hay en Faërie que resulte inocuo al corazón

ni corazón que resulte indemne a la agridulce nota que tejen 

los cantos de las hadas y los tañidos de las arpas

de los elfos o al devorador fuego que dio sino a los dragones.

 

Buen viaje os deseo antes de volver al mundo

del otro lado de la cerca. Buen viaje, sí, i buen retorno.

No hagáis tal de desviaros de la senda o decir en vano  

     vuestros nombres 

pues las redes de las hadas son mañosas i están hechas

     de vosotros mismos.

 

Así me voy, de vuelta a mis dominios, 

listo i dispuesto este pobre i buen mortal 

que no olvidó jamás los favores por la Reina concedidos.

 

Vuelva ahora don Emilio y felicidades por cierto, Doña Paula.

Mi Señora Titania os manda sus respetos

i a vosotros, mis amigos, dulces sueños.

 

 

* Voz inglesa que se usa para hablar, generalmente de uno mismo, de manera indirecta, generalmente en clave paródica, modesta o autoconsciente (N. del A.).

 

La añoranza feérica. Ensayos sobre Literatura de Fantasía (2024). Paula Rivera Donoso. Imaginistas.

 

* * * * * * *

 

Emilio Araya Burgos (Osorno, 1987) es Licenciado en Lengua y Literatura Inglesa por la Pontificia Universidad Católica de Chile y Master of Arts in English Literature por la Universidad de Leeds de Inglaterra. Es autor de Schmetterlinge (Forja, 2010) y miembro fundador y primer director del desaparecido colectivo literario Fantasía Austral, dedicado a la crítica, discusión y valoración específica de la fantasía como una estética distinta de lo fantástico, la ciencia ficción y el terror. Acabada su tesis de maestría, se desempeñó como profesor de la carrera de Pedagogía en Inglés para Educación Básica y Media de la Universidad Mayor, donde por seis años dictó las cátedras de Clásicos de la Literatura Británica y Norteamericana y Literatura Infantil y Juvenil en Lengua Inglesa. Actualmente es profesor de idiomas de enseñanza básica y media en un colegio regional.