Por María Florencia Méndez
Duelar
a Marjie
llega a casa
con los ojos que ya no le aguantan
cruza la puerta
y se desmorona
se dobla sobre su vientre
los pedazos se le van cayendo de a partes
el cuerpo no resiste la fiereza de este dolor
¿cómo doler el duelo?
está a miles de kilómetros de mamá y papá
de sus hermanos
de sus primos y primas
de la abuela con el luto recién estrenado
el mundo es otro a sus ojos
parece deforme
deformado
como si alguien
una fuerza mayor y macabra
lo estuviera moliendo a martillazos
como si se divirtiera haciéndolo
todo se derrumba en el aire
y el corazón se le aploma
como una catacumba
le pesa en la caja toráxica
como si perteneciera a una extraña
le salen ruidos de adentro
que ella misma desconoce
el agua también se le sale a torrentes
una avalancha salada que le come entera la cara
¿cómo duelar el dolor?
hay algo en ella que la guía hasta el cuarto
entre sacudones y temblequeos
entre sorbidos entrecortados
y la deja caer
estrolarse contra el colchón que duerme en el piso
no puede siquiera ovillarse
la herida le surca el fondo de los párpados
chorrea en aluvión el espasmo
y la obliga a sentirlo
a recordarlo
esto
la fragilidad de que estamos hechos
como quien reza un padre nuestro
religiosamente
rememoro una sesión de terapia
de hace ya dos o tres años
como quien reza un padre nuestro
mi psicóloga de aquel entonces
vuelve cada tanto
para merodearme el pensamiento
hay un espacio
adentro tuyo
que nadie va a poder alcanzar nunca
al que nadie va a poder entrar nunca
la otra noche
en esa enredadera despatarrada de tus muslos y los míos
con el colchón como casa
las palabras de Agustina
se desternillaban una vez más en mi cabeza
juntas
se me subieron todas las ganas de llorar
se hicieron cristal
apenas en el borde de las pestañas
un poco
por esa agridulce tristeza
que conocemos desde hace tanto
que nos tapa enteros
al sabernos
por siempre y para siempre
solos
otro poco
por festejo culposo
o satisfacción celebratoria
no sé
esa especie de victoria definitiva
ganada para la eternidad
la recompensa sabrosa
de entender
lo inaccesible que somos
que sin importar
cuánto me conozcas
cuánto te ame
cuánto nos entrelacemos
no vamos a llegarnos tan adentro
nadie
nunca
esa noche
oyéndome para escuchar
en el periplo de reconocimiento
fui a dar a mitad del esternón
con ese cuarto privado
mi caja fuerte
el baúl del tesoro mejor escondido
y a sabiendas
a pesar de todo
estoy convencida
elijo el arrojo
alojar el encuentro
como dice Percia
en el fondo
esto somos
dos soledades
con ganas de acurrucarse
en el mismo hueco
sin ánimos de conquista
y qué alivio
verbretada encolumnarse
dicen que
lo que se vuelve rígido
se quiebra
tal vez
tengan razón
pero
¿y en la naturaleza?
¿la casita de la tortuga
el caparazón del caracol
la carcasa del cangrejo
el lomo del armadillo?
no todo lo rígido se quiebra
a veces
es precisa
la entereza
la constancia
la firmeza
donde sentirnos seguras
a salvo
donde tender reparo
la rigidez
es también
el ladrillo tibio y protector
de la casa que nos acoge
me conmueve
el abrazo blando de mamá
papá en sagrado silencio
mi hermano cuidando sus plantas
(esa impronta dulce del abuelo en las manos)
una voz llorosa de canción
mis amigas creciendo
su entusiasmo
esos poemas que saben desprender chispazos
un beso dado a tiempo
la partitura del mar embravecido
quienes tientan el mundo con los ojos de infancia
Kabuki Actor's Funeral. Henri Carier-Bresson (1965).
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María Florencia Méndez ―o mejor, Flor a secas― nació a la orilla del río, en Tigre (Buenos Aires, Argentina) hace 26 años. Desde muy chiquita lee y escribe. Por necesidad y por deseo. Pronta a recibirse como Licenciada y Profesora en Letras por la UBA, trabaja como redactora y correctora web y facilita talleres de escritura. Es cofundadora de la tertulia de lectura Entre té y tinta (con un podcast homónimo) y autogestiona Magnolia - jardín de libros, una pequeña librería online. Fue publicada en la antología Metapoesía (2023) de Funga Editorial y en marzo de 2023 lanzó Este pedazo de vida, su primer poemario de manera digital.