Por Aurora Mañas
La chacra de las fresias (2022) es el primer libro de Emilia Pequeño Roessler, antecedido por la publicación de una plaquette homónima que funcionó como adelanto de este mismo. Publicado por la editorial Libros del Pez Espiral, el libro muestra un cuidado riguroso por la materialidad que compone el objeto literario. La portada ilustra un bordado con textura y color, mientras que las letras del título también simulan un bordado en punto de cruz. Así, la visualidad del libro recupera el significado de origen de la palabra texto -del latín textus-, que significaba ‘tejido’. La portada, entonces, otorga al libro de antemano el cariz de un trabajo delicado y contemplativo; cuestión necesaria para construir tanto un tejido como un jardín.
La chacra de las fresias construye en sus poemas tejidos entre el jardín, la casa y el cuerpo. El jardín, sin embargo, no es algo que exista desde el inicio del poemario; el jardín es un deseo, un anhelo. La hablante llega a vivir a una chacra árida y abandonada, y llevar esta tarea a cabo es la guía que va construyendo el camino de los poemas: “Soñábamos con un cúmulo de flores” (13). Será necesario el cuidado y la paciencia de una tejedora, de una jardinera; de una escritora. Entonces, entre el espacio de lo que se tiene y el espacio deseado hay una franja que cruzar. La intención de traer a la vida un jardín se enfrenta a un terreno “eriazo”, en un estado de “sed” y de “emergencia”. Mas el amor y la voluntad funcionan como motor para la creación y cuidado de la vida: “quiero que estos brotes sean bosques”, “la insistencia es un gesto más sólido que la palabra”.
Un fenómeno común en la poesía es que se suelen desdibujar los límites del espacio; del aquí y del allá, del adentro y del afuera. Esto es lo que ocurre, precisamente, en esta chacra de las fresias. A primera vista, el adentro podría corresponder a la chacra (la casa, el cuerpo, el jardín), mientras que el afuera equivaldría al espacio hostil del exterior.; pero la verdad es que los límites de estos espacios se entretejen, se van deshaciendo de manera paulatina. La dialéctica del adentro y del afuera es una forma de dibujar y entender la experiencia humana, donde la separación entre las cosas pareciera ser muy clara; la separación entre el yo y el resto. Sin embargo, como refiere Gastón Bachelard, “dentro y fuera constituyen una dialéctica de descuartizamiento (…) [que] nos ciega en cuanto la aplicamos a terrenos metafóricos”. Es decir, los límites que separan el adentro y el afuera no siempre son útiles para representar la experiencia del ser, la forma humana de sentir el mundo. Me parece que, en esta chacra, es a partir de este lenguaje desde el cual se encarna el jardín.
La chacra de las fresias. Emilia Pequeño Roessler. Editorial Libros del Pez Espiral.
En este libro, el adentro y el afuera podrían corresponder con lo positivo y lo negativo. El jardín de la chacra sería lo deseado -lo positivo-; enfrentado, entonces, a un afuera de aridez e infertilidad -lo negativo-, además de otras dificultades como plagas, hongos o animales. Al encontrarnos frente a este problema, podemos esperar, a primera vista, que el espacio interior (la chacra) se enfrente al exterior (territorio eriazo), para asegurar su protección y cuidado; algo así como un pájaro que construye y cuida su nido. Sin embargo, el imaginario de lo “esperable” no necesariamente se corresponde con la realidad de la experiencia vital. En primera instancia, el poemario de Emilia Pequeño ofrece lo esperado, se marcan límites entre el allá y el acá; se delimitan los espacios con cercos, se riega el jardín y la casa, se sacan las malas hierbas, se lucha contra las plagas. No obstante, estos límites se relativizan a medida que se avanza en la lectura. Los espacios se disuelven entre ellos, se unen, se separan. Todo se va entretejiendo: las plagas de afuera entran también en el interior de la hablante: “la podredumbre de las larvas/ que me asedian y carcomen los pensamientos”; la sequía no es un problema solo del espacio exterior, sino que también del adentro de la sujeto: “la sequedad irradiada por mis venas/ chamusca lo que toco”; la casa es jardín y cuerpo: “caminar el tapete tupido que entrelaza/ los dedos del pie a las margaritas”. Se desdibujan, incluso, los límites entre los cuerpos humanos y vegetales. Afuera y adentro se vuelven uno: “esta tierra es nuestra carne”.
Este poemario ofrece muchos ejes sobre los cuales dar vuelta y reflexionar. Creo que este libro en particular logra estar a la altura al momento de representar la complejidad, para la experiencia humana, de las relaciones con el mundo vegetal. “Así, en el ser, todo es circuito, todo es desvío, retorno, discurso, todo es rosario de estancias, todo es estribillo de coplas sin fin” (Bachelard). Los poemas dan cuenta de que hay formas de pensar el mundo que pueden no ser efectivas, tanto para expresar el sentir como para resolver nuestro entorno.
Por otro lado, situándonos en su contexto de producción, este libro nos entrega un hilo para comenzar a tejer preguntas. Nuestro mundo, al igual que el de este texto, brilla por ser próspero para la muerte, y así como en el libro, tampoco es propicio para cultivar el cuidado ni el amor. Y es el mundo vegetal, precisamente, el que cada día vemos más cercano a la muerte absoluta. En relación con estos espacios, La chacra de las fresias nos entrega preguntas y casi ninguna respuesta. Pero son precisamente las preguntas las que nos pueden ayudar a encontrar los caminos más precisos; las formas verdaderamente necesarias para reaprender el cuidado del mundo natural. Así, como formula el epígrafe del libro: no es “naturaleza humana amar/ solo aquello que devuelve amor” (Lousie Glück).
Emilia Pequeño Roessler.