Por Claudia Gil de la Piedra 

I.

Aureliano Martínez, pa' servir a Dios y a usté'… a usté' quien sabe…

Yo ya soy muy desconfiado, aquí nomás viene gente a meterse en lo que no le importa y a querer saber la vida privada de uno. Eso no está bien señora, esta es mi casa, llevo viviendo aquí muchos años, ¿usté' cree que yo me voy a ir?

No, si no digo que usté' me haya dicho que me vaya, pero si le digo que antes vinieron otros a preguntarme si no tengo que irme a otra parte. Si tengo mis papeles, nomás que no los encuentro. No he podido prender la luz del cuarto desde hace un tiempo. Es mejor así porque los que vienen sólo quieren saber lo que uno tiene guardado. Yo no soy rico, ¿qué no ve? Si yo trabajo, nomás que últimamente no he jalado pa'la mina, he andado un poco enfermo y no ha hecho buen tiempo. Desde la última borrachera en la cantina, cuando llegué, me dormí y cuando desperté se habían apagado las velas. Entonces me sentí enfermo y pensé que me iba a hacer bien reposarme unos días. Primero, vinieron los de la compañía a ver si iba a cobrar mi raya, pero con tal de no pagarme, hicieron como que no me veían y se fueron. Luego estuve mejor unos días y cuando ya me sentía mejor, empecé a oír unos ruidos bien raros. Al principio me espanté, pero en la mina uno se acostumbra a andar a oscuras y a oír ruidos. Mejor me quedé dormido y luego ya no quise salir. Yo creo que me quieren espantar, seguro me quieren robar…

No, no señora, no dije que guardara yo algo, si ni dinero tengo, son puras habladas, yo no me encontré nada en la mina. Además eso ya fue hace mucho, ya me hubiera comprado hasta otra casa.

Eso sí, los ruidos siguen. De repente suenan mucho, unas voces, como pasos. Luego se van. Pasa un tiempo y se vuelven a oír. Un día vino una señora y me preguntó si yo vivía aquí… ¡Faltaba más! Y luego, que si no me quería yo ir… pos ¿a dónde? Y luego otra señora, esa era más agresiva, vino según de visita nomás pa' preguntar qué tenía yo guardado allá en el cuartito ese de l'azotea. Y 'ora usté' también quiere saber qué guardo en mi casa. Ya no quiero ser amable, porque ahora resulta que hasta pa' robar son amables las gentes. Por eso mejor le digo francamente que vaya usté' a chingar a su madre porque ésta es mi casa y no estoy de humor pa' visitas hoy.

 

II.

El señor dice que se llama Aureliano, que ésta es su casa, que no quiere salir y que no guarda nada, que no tiene dinero y no sabe que ya no trabaja en la mina.

Seguramente murió el día que estaba borracho. Alguien pensó que se había robado algo de la mina y lo siguió hasta aquí. Debió ser con mucha violencia porque no sabe que está muerto. No creo que haya ningún dinero enterrado aquí, la casa ya se cae de vieja y ya se hubieran dado cuenta. Los mineros de antes eran muy agresivos, se peleaban a machetazos y a éste quien sabe cómo le haya ido que ni cuenta se dio, seguro lo agarraron dormido. Y para colmo borracho. A lo mejor por eso es tan grosero, piensa que lo quieren correr de su casa. 

Sí señor, son 500 pesos, nomás que yo ya no regreso a hablar con él. El señor es un pelado y yo termino muy cansada. Yo creo que los ruidos le van a durar un ratito en lo que se le baja el coraje. Eso sí, no sé qué necesita para descansar en paz. Del dinero no dijo nada. Dígale a la nena que ya no se espante, el señor no hace daño, está confundido porque piensa que lo quieren espantar para robarle su dinero, pero no es malo. Tampoco me dijo ni cuánto es ni dónde está. A mí se me hace que los que lo mataron se lo llevaron y él no se dio cuenta. Pero bueno, yo ya me voy, mejor vayan por un padrecito para que les bendiga la casa, solo que dicen que cuando la bendicen, el dinero se hace polvo. Yo creo que sí había dinero, pero de todos modos ya se ha de haber hecho polvo. 

 

III.

¡Nomás eso me faltaba! Ya van cuatro señoras que me vienen a cuestionar, que si aquí vivo, que si tengo dinero escondido, esos no son modos… Luego ya son señoras grandes. Ya deben ser casadas y ni que estuvieran tan guapas. Yo siempre he sido soltero, no quiero casarme ni coqueteos. Del dinero nadie sabe nada, nunca le dije a nadie. Nomás estoy esperando que vuelva a hacer sol para irme ora sí. No me quiero quedar en este cuarto de vecindad de este pueblo mugroso. A cada rato hacen mucho ruido, se oyen las voces esas y la niña que se viene a asomar. No sé por qué la madre la deja salir así habiendo tantos borrachos por aquí. Ya ni quiero ir a la cantina, esa Cornelia tan caderona a cada rato pregunta que si tengo dinero, que si le invito un pulque. Pos como no, mi reina, pero eso de andar preguntando por mi dinero… Mejor ya no vuelvo. Luego ella termina empinándose la botella como la última vez y ya ni me acuerdo cómo llegué a mi casa. Después de eso, me agarró el dolor de reuma en las piernas y en los brazos y ya no me pude levantar. Estas noches largas, duran harto. Yo creo que me voy a ir, no importa que esté oscuro. Nomás agarro mis trapos y el dinero y ya me voy; ya no tengo nada que hacer aquí. Total, el patrón ya no me va a volver a aceptar en la mina. En Guanajuato contratan mucha gente, vendo los doblones que encontré y me compro mi casota. Ahí viene otra vez la chamaquita, pero 'ora sí parece que ya va a amanecer. Yo creo que 'ora sí me voy, sin pagar lo que debo de renta, total, ni es tanto. 

 

IV.

¡Mamá! ¡Papá! ¡Otra vez se azotó la puerta! Acabo de ver salir al señor del casco por el zaguán...

 

Fotografía de Juan Rulfo

 

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Claudia Gil de la Piedra (México, 1986). Estudió literatura francesa en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y una maestría en literatura mexicana contemporánea. Actualmente es profesora de francés como lengua extranjera y de literatura. Colabora en revistas literarias y de investigación académica.