Revista Phantasma / Máquina Kirlian

Por Víctor Campos Donoso

 

Llegará el día en que desde la calle te llamarán: chileno

Roberto Bolaño

 

Nota preliminar: decidí reseñar este poemario, pues considero que su recepción debiera mantenerse extendida en el tiempo. Lo lógico del ejercicio crítico hubiera sido abordar el último y reciente libro del autor, mas el germen de la estética que nos ofrece aquel —Olivia en los suburbios— nace en el conjunto de poemas sobre el que he decidido trabajar. Motivado por las lecturas azarosas que me ofrecían los estantes de la biblioteca de mi colegio, me toparía con 2323 Stratford Ave. a la edad de 16 años. Aún, con todas la lecturas sucesivas, mantengo un gran aprecio por este libro: su lenguaje transparente y su tono despojado de mayores pretensiones retóricas, considero, permiten un gran acercamiento a esa poesía que apuesta por un habla cotidiana, sin renunciar a las reflexiones que han de emanar, por una necesidad expresiva, de dicho ejercicio.

***

A fines del 2012, por medio de la editorial Uqbar, Marcelo Rioseco publicaba su tercer conjunto de poemas. La entrega significó la toma de un derrotero distinto a la luz de la estética ya gestada en sus poemarios anteriores (Ludovicos o la aristocracia del universo, de 1995 y Espejo de enemigos, de 2010). La grandilocuencia manierista, el empleo del personae y la chispeante retórica tan patentes en estos ejemplares se vieron eclipsados y sustituidos por la contemplación y reflexión cotidianas: un desnudo mutismo que desde el abismo de la garganta del hablante teje su propia aparición en la tierra ignota de la expresión.

El devenir referido se inaugura en el libro que aquí nos convoca: la diáspora de una voz desarraigada que, solo identificable espacialmente por las señaléticas de la ciudad nueva —Cincinnati, al caso—, se refleja en la confusión al tratar de pervivir bajo otro código que no le es propio: “No soy chileno, nadie puede serlo. / Yo estoy chileno, pero ya se me pasa”. Acaso, el desarraigo, antes que un despojo de la tierra original sea un despojo del habla (materna) y su ingreso en la disputa con otra lengua; no en vano los primeros versos rezan:

          Conjugarse, buscarse un verbo,

          un tiempo verbal y tratar de aparecer

          de ser, aunque sea experimental, ilusorio

          y estar allí, apuntándose en las agendas;

          disfrazarse de cita y un día decir:

          “Hola, ¿cómo estás?”, simplemente para saludar,

          para ser. […]

Sortear, entonces, la existencia en todo acto de conjugación ante lo desconocido y su cotidiano. Mas esta ejecución no está sujeta a un estatuto categórico: la voz se halla cruzada por una desestabilización. La duda hace mella en la posición física y existente del hablante, y, por consecución, en sus eventuales credos:

          Yo le pregunto a Dios

          para qué sirven los poemas

          y por qué Él existe si en verdad no existe,

          para qué, le digo, rezamos

         si podemos escribir

         como si habláramos en voz alta con un amigo,

         como alguien que lee

         un poema de otro como si fuera suyo.

La constante movilidad de perspectiva ante los referentes enunciados permiten articular una madeja que logra, más que una configuración policromática de la realidad, una manifestación certera de una duda calando la escritura: la recurrente movilización de la mirada no es agudización sino incertidumbre ante el panorama desconocido, (es un intento tímido por reconocer y reconocerse). Ergo, yace la duda, la incerteza por lo que se creía consabido (disfuncional en el nuevo habitar de la voz):

          Hoy he despertado en español y me he puesto remoto,

          hoy me he sentado en español y he escrito

          para no olvidarme que despierto y me siento en español,

          pero vivo en inglés. Esa es la única realidad que me obliga

          llena de palabras duras, de verbos sajones e industriales,

          de pronombres que me cierran el paso

         y son grandes en número como mis recuerdos.

         Hoy soy torpe, pero en español. Todavía.

         Y no sé hablar, no sé decir gracias sin pensar

         que digo “bienvenido”, sin saber si esto es

         lo que debe suceder o en qué idioma debe suceder.

La duda nacida desde la experiencia lingüística otra calará así al sistema de creencias. Como si la plegaria perdiera sustento al reconocer otro lenguaje que, asimismo, expresa para sí sus propias plegarias: aparece una grieta. ¿Será un rezo en español, entonces, un rezo definitivo y válido para Dios? Un problema de creencias es, en principio, un problema de lenguas en su imposibilidad de comunicarse con la divinidad. 

Terrenal, el desarraigo retratará la vívida derrota verbal, los restos de lo que ya antes fue hastío y desazón en la residencia cotidiana de las ciudades. En 2323 Stratford Ave. el desequilibrio no se padece como un temblor, sino como una nulidad, un silencio en sordina que anega toda la habitación del hablante. Lo que yace en la dubitación no es tanto la realidad corpórea del sujeto, sino la materia de la lengua:

          Ser poeta

          y no terminar nunca de serlo

          (porque nadie es poeta ni puede serlo)

          y en este devenir

          aceptar por anticipado la derrota:

          tanto la imposibilidad de acercarse

          como de alejarse del mundo,

          el tiempo, qué digo, la precariedad

          inefable de la ternura,

          pero igualmente la derrota.

Ante el escenario de un cuerpo carcomido por este silencio, y ante el patetismo de esa nada, el sujeto se desarrolla a partir de una potencialidad discursiva. Se trata de un “asombro tan teórico” que permite aún la posibilidad de habitar la experiencia poética:

          Yo no siento porque imagino.

          Yo que tan incompletamente imagino,

          yo que siempre paso por la misma calle

         todos los días y a la misma hora […]

Así, sucede una desconexión final entre acto y verbo, puesto que ambos ocurrirían divorciados al ser el primero un mero gesto potencial a partir del segundo:

          Recién recibo lo que acaba de sucederme

          aquí, sentado al pie de la nada lo testifico

          siempre por boca de otros.

Mutilada la experiencia, esta solo puede subsistir como ejercicio retórico de una imaginación acaso nihilista. Un abismo diferente es el que aquí palpamos: no el gouffre decimonónico francés, no el acantilado que nos desafía a pensar las más grandes utopías. Enfrentamos una grieta silente e irreparable. 

***

Ser, finalmente, la voz de un desconcierto cotidiano que no reclama épica. Ser la voz extranjera que trata de agrupar sus palabras para gesticular su extrañeza, su resaca de lo que en otro tiempo fuera una experiencia citadina emanada de una conciencia caminante, dominadora de la mirada (la voz estridente del Walking around nerudiano está fuera de alcance ). Ser, también, la disputa constante acerca de la existencia o no existencia de Dios; asistir a la posibilidad o imposibilidad que puede aún graduarse o no en el poema; componer los poemas como glosas de una experiencia emotiva que ya se vivió.

 

Marcelo Rioseco y su gato, leyendo a Mariana Enríquez

Fuente: viajeinconcluso.cl